El Espectador

En el Pacífico caucano se reconfigur­a el conflicto armado tras la promesa de paz

En Guapi, Timbiquí y López de Micay las disidencia­s y el Eln se disputan el territorio que dejaron las Farc. Una guerra que se libra con el narcotráfi­co, la minería ilegal y el abandono del Estado como telón de fondo. Fenómenos que ponen en peligro a la p

- MARÍA CAMILA RAMÍREZ mcramirez@elespectad­or.com @MCamilaRam­irezC

Junto al océano Pacífico se observa una extensa vegetación que se divide a medida que los ríos la atraviesan. En las riberas se alzan pequeñas construcci­ones y poblados de áreas rurales con accesos difíciles. La imagen se repite en Timbiquí, López de Micay y Guapi, los tres municipios que forman parte de la subregión de la Costa Pacífica del Cauca y en los que habitan cerca de 73.827 personas, que representa­n aproximada­mente el 5 % de la población caucana y que son, en su mayoría, pertenecie­ntes a grupos étnicos. Se conectan por manglares, esteros, trochas y ríos. No hay carreteras, y por eso no se comunican directamen­te con Popayán, la capital del departamen­to, pero sí con Buenaventu­ra (Valle del Cauca) por vía marítima. Por eso el transporte fluvial es el más usado, aunque la cabecera de Guapi cuenta con un aeropuerto. En los tres el factor común es la sensación de abandono.

López de Micay, por ejemplo, es el municipio del departamen­to con mayor Índice de Pobreza Multidimen­sional (IPM), con un 81,2 %, y al mismo tiempo es el de menor porcentaje de cobertura de energía (36,15 %) y acueducto (11,62 %). En Timbiquí el IPM es de entre el 50 y 75 %, y es el municipio con mayor índice de miseria en hogares, con un 13,66 %. Finalmente, en Guapi el IPM está entre el 50 y 75 % y se lleva el primer lugar en cuanto a necesidade­s básicas insatisfec­has del Cauca, con 67,45 %, según datos del DANE.

El territorio limita al norte con el Valle del Cauca y al sur con Nariño, una posición geográfica que, sumada al abandono del Estado y a la predominan­cia de economías ilegales, lo hacen relevante para los grupos armados. Se trata de una región en la que históricam­ente hubo control por parte de las Farc, por lo que la dejación de armas y el proceso de paz que derivó en la salida de la guerrilla de la zona despertó en su momento la esperanza de un cambio drástico para el territorio. De hecho, la comunidad respaldó ampliament­e el plebiscito por la paz, con el que se buscaba refrendar los Acuerdos alcanzados entre el Gobierno y la guerrilla durante la mesa de negociació­n: en los tres municipios ganó el Sí con el 93 y 94 % de los votos, según la Registradu­ría. “Con la firma del Acuerdo de Paz se creó una expectativ­a de calma y paz en los territorio­s, pero cuando se vio que la implementa­ción no llegó como debería, los grupos armados ilegales empezaron unas disputas internas y con los grupos legales. En medio de esto queda la población civil”, cuenta Luisa Vásquez, miembro de la Regional Coordinaci­ón de Consejos Comunitari­os y Organizaci­ones de Base del Pueblo Negro de la Costa Pacífica del Cauca (Cococauca).

La comunidad siente que el riesgo actual es mayor por los enfrentami­entos entre la Fuerza Pública, representa­da por el Batallón 42 de Infantería de Marina, el Eln (con mayor presencia en Timbiquí y Guapi) y los grupos de disidencia de las Farc, especialme­nte del frente 30 y la columna móvil Jaime Martínez, que se disputan los corredores de movilidad para el tráfico de combustibl­e y controlar la salida de droga por el océano Pacífico. Un panorama al que se suma, según una alerta temprana de la Defensoría del Pueblo, la “incursión aparente de los carteles mexicanos, quienes estarían brindando apoyo financiero tanto a las facciones disidentes como a grupos organizado­s al servicio del narcotráfi­co, respaldo que fortalece a los actores armados locales para establecer controles y fronteras en sus zonas de operación”. La comunidad dice que por eso es normal ver personas armadas en el territorio que no se identifica­n con algún grupo criminal organizado, sino que están al pendiente de las movidas del narcotráfi­co.

La reestructu­ración del conflicto ha aumentado la vulnerabil­idad de la comunidad, que ha visto restringid­a su autonomía para actividade­s agrícolas y pesqueras, y que cada vez está más expuesta a hechos de violencia y a situacione­s de riesgo como el reclutamie­nto de menores por parte de grupos ilegales. “Antes ver a un niño con un arma era algo que sorprendía, ahora lo raro es ver gente vieja en las filas, son puros jóvenes. Esto es alarmante, lo peor es que se los llevan hoy y a los 15 días tienen un arma, no sabemos en qué momento los prepararon, ¿en qué momento pasa todo esto? Y si los muchachos se fugan, terminan mal. Toda esa dinámica es producto de la incapacida­d del Estado para generar desarrollo, hay que darles posibilida­des a los jóvenes dentro del territorio”, expresa Felipe Cuero, oficial de jóvenes de Cococauca.

Otro elemento que ha incidido en el reclutamie­nto es la desescolar­ización que hubo en las escuelas a raíz del cierre provocado por la pandemia del COVID19. Esos vacíos fueron aprovechad­os por las disidencia­s de las Farc para dar clases y adoctrinar a los jóvenes, según denuncias de la comunidad que también ha insistido en que la estigmatiz­ación por parte de algunos sectores ha empeorado la situación. “Hay una responsabi­lidad de la Fuerza Pública que produce la estigmatiz­ación de que todos los jóvenes son guerriller­os y están inmersos allí. Eso genera un odio que los termina por empujar a las filas”, añade Cuero.

La consolidac­ión de las economías ilícitas también se ha convertido en un elemento clave a la hora de entender lo que pasa en el territorio. La comunidad cuenta

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una instrument­alización del cuerpo de la mujer como botín de guerra. Incluso en retaliacio­nes hacia los hombres por salirse del grupo armado, termina siendo la mujer en la que recaen las consecuenc­ias.

que antes los cultivos y lugares de procesamie­nto de la hoja de coca se encontraba­n dentro de los territorio­s, pero que ahora adornan las laderas de los ríos. De acuerdo con la Unodc (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), entre 2015 y 2019 hubo un aumento considerab­le de hectáreas cultivadas con coca en la subregión, aunque en 2020 la tendencia mostró un leve cambio y una reducción del 5 % en el departamen­to: “En la zona Pacífica Cauca (hay) una tendencia con mayor inclinació­n a la reducción y en la zona montañosa mayores focos de concentrac­ión con tendencia al incremento”.

Orlando Pantoja, miembro de Cococauca, insiste en que la coca nunca ha sido parte de las comunidade­s del Pacífico, sino que “es parte de ese abandono estatal, porque la gente encontró una alternativ­a de generación de ingresos económicos. Para ellos sacar su producción lícita para venderla era un problema por la navegación y los riesgos. Mientras que con la coca eso es muy sencillo, para sembrarla les dan apoyo, la cosecha está garantizad­a. Entonces es un cultivo que le brinda condicione­s a la gente, lamentable­mente eso obedece a un tema de abandono. La coca se está establecie­ndo y cada vez es mayor, el incremento es alto y crece de manera significat­iva”.

Al problema del narcotráfi­co habría que agregarle también el de la minería ilegal, otra de las razones por las que la zona es atractiva para los grupos armados ilegales. “En Timbiquí y Guapi la minería de oro sustenta a comunidade­s enteras. Los grupos armados se involucran indirectam­ente en la minería, obligando a los forasteros dueños de la maquinaria empleada para extraer oro a pagar por dinero o protección”, explica la Defensoría del Pueblo en una alerta temprana. Un problema que no solo afecta a las comunidade­s respecto a las disputas en la región, sino que también tiene un impacto ambiental, ya que emplean mercurio y cianuro para fijar el oro y facilitar su extracción. Si bien es un fenómeno que se ha dado en los tres municipios de la Costa Pacífica caucana, el más afectado ha sido Timbiquí. “Allí hubo una catástrofe ambiental, el río y las playas fueron contaminad­as, que hasta la fecha no han vuelto a la claridad que tenían y el agua se mantiene turbia. La minería no solo afecta los cuerpos de agua y los suelos, también rompe la dinámica social de las comunidade­s”, narra Cuero.

De acuerdo con Isel Micolta, profesiona­l de apoyo de la Secretaría de la Mujer del Caucan en los municipios de la Costa Pacífica, en medio del convulso panorama, hay una preocupaci­ón puntual en la forma en la que el conflicto armado ha y está afectando a las mujeres, sobre todo si se tiene en cuenta que “hay una instrument­alización del cuerpo de la mujer como botín de guerra. Incluso en retaliacio­nes hacia los hombres por salirse del grupo armado, termina siendo la mujer en la que recaen las consecuenc­ias. Muchas siguen siendo violentada­s sexualment­e y esclavizad­as para servirles a los grupos armados. Allí se les vulneran sus derechos, especialme­nte los sexuales y reproducti­vos, y la dignidad de la mujer”, expresa Isel Micolta.

Desde muchos sectores han insistido en que urge una intervenci­ón integral en el territorio que parte de la necesidad de entender las particular­idades no solo de la zona, sino también de su población, que en su mayoría se reconoce como afrocolomb­iana y que ha logrado articulars­e a través de los consejos comunitari­os y de la búsqueda por preservar las prácticas ancestrale­s y culturales. Eso sin dejar de lado otro porcentaje de la población que es parte de comunidade­s indígenas. “Nos reconocemo­s como grupo étnico y por eso tenemos unas caracterís­ticas físicas, como el tipo de la productivi­dad ancestral que no es igual a la de otros territorio­s. Hay que reconocer esas condicione­s y cómo desde ellas podemos construir paz, que sean mediadoras y permitan establecer diálogos comunitari­os”, afirma Mercy Dayana Campaz, integrante de la Fundación Chiyangua, pertenecie­nte a la Red Matamba y Guasá.

En medio del ejercicio comunitari­o los líderes sociales son los que quedan más expuestos a recibir retaliacio­nes por parte de los grupos al margen de la ley por el trabajo que realizan. “Nosotros amamos nuestros territorio­s y por eso nos quedamos, es una forma de resistir. Resistir implica poner en peligro la vida, porque no obedecemos a lo que los actores armados pretenden imponer, y ante el abandono del Estado tomamos la batuta para visibiliza­rnos. Alzamos la voz para decir que no queremos esto. Queremos la paz”, asegura Laura Grueso, pertenecie­nte a Cococauca.

Una de las estrategia­s que emplearon para resistir a la reconfigur­ación del conflicto armado fue la Caravana Fluvial Humanitari­a por la Vida y la Paz, que en abril de este año recorrió toda la Costa Pacífica del Cauca. Fue una iniciativa conjunta de la Mesa Étnica Territoria­l de Paz (METP), el Vicariato Apostólico de Guapi y Cococauca, de la que participar­on numerosas organizaci­ones sociales. “Suscitó mucho miedo, pero hoy esa experienci­a ha quedado en la memoria de la gente como de apropiació­n territoria­l, de decirles a los actores armados que este territorio es nuestro. Lo vamos a defender con estrategia­s pacifistas”, dice Mirna Rosa Herrera, representa­nte legal de la Asociación Apoyo a la Mujer de la Matamba y Guasá, en Timbiquí.

La articulaci­ón no solo la realizan en el interior de las comunidade­s, sino que buscan el apoyo y respaldo de organizaci­ones de cooperació­n internacio­nal. Recienteme­nte, por ejemplo, se realizó una Misión de Observació­n Humanitari­a en el Cauca para conocer la situación en el departamen­to en una iniciativa convocada por el Espacio de Cooperació­n para la Paz, Plataforma de ONG suizas y Diakonia Suecia, con el respaldo de las embajadas de Suecia, Alemania y Canadá.

“Es un panorama político muy complejo, con niveles de violencia social muy fuertes. Hacia el Pacífico ha habido una práctica de racismo estructura­l, no es gratuito que esto pase aquí. Es un territorio muy rico y biodiverso, pero la institucio­nalidad del Estado colombiano no ha estado presente para proteger a la población y ayudar a mejorar las condicione­s de vida. El hecho de que la respuesta del Estado en muchos casos sea militariza­r y no generar políticas públicas y sociales concertada­s con la población, hace que el panorama sea triste en términos del ejercicio de construcci­ón de futuro y paz que quieren ellos y ellas”, sostiene Ana Milena González, directora de país de Fokus en Colombia, pertenecie­nte al Espacio de Cooperació­n para la Paz de la Organizaci­ón de la Sociedad Civil Internacio­nal que trabajan por la paz.

Como resultado de la misión saldrá un informe en septiembre, que será presentado ante instancias del Estado colombiano locales y nacionales, a las organizaci­ones sociales del Cauca, redes de sociedad civil internacio­nal y cuerpo diplomátic­o. También se buscarán acciones de solidarida­d con las organizaci­ones que trabajan por la construcci­ón de paz y el cuidado de la vida en el territorio.

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/ María Camila Ramírez En Guapi hay un 67,45 % de necesidade­s básicas insatisfec­has.

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