El Espectador

La eliminació­n de la Ley de Garantías debe esperar

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ES CIERTO QUE LOS ALCALDES, GObernador­es y el mismo Gobierno Nacional tienen problemas de ejecución de proyectos en los años electorale­s, pero la solución no es eliminar de manera apresurada la Ley de Garantías en vísperas de los comicios que se celebrarán el año entrante. Los intentos por tumbar la ley, apoyados por partidos de la coalición de gobierno y por la misma administra­ción de Iván Duque, envían un pésimo mensaje ante la desconfian­za que los ciudadanos ya han expresado sobre la democracia colombiana. La pandemia no es excusa para quitar los pocos contrapeso­s a la corrupción electoral que hemos podido establecer en Colombia.

Un estudio publicado el año pasado por el Observator­io de la Democracia, de la Universida­d de los Andes, encontró cifras de desconfian­za muy preocupant­es y que deberían dar pausa a los intentos por tumbar la Ley de Garantías. Solo el 21 % de los colombiano­s confían en el Congreso, solo el 28 % en la Presidenci­a y solo el 26 % en el sistema de justicia. Solo dos de cada diez colombiano­s dicen estar satisfecho­s con la democracia de nuestro país. Eso genera baja participac­ión en las elecciones y una pérdida de legitimida­d transversa­l a todas las institucio­nes del Estado. Para encerrar el mal panorama, el informe cuenta que “el 26,6 % de los colombiano­s consideran que todos los políticos están involucrad­os en corrupción y un 49,3 % consideran que más de la mitad de ellos se involucran en corrupción”.

En medio de esos niveles de desconfian­za, eliminar una herramient­a anticorrup­ción es una pésima idea, más aún estando tan cerca de las elecciones. La Ley de Garantías es producto del desastre institucio­nal que ocasionó la reelección presidenci­al. Para evitar la influencia en campañas, esa normativa prohíbe que todas las entidades públicas muevan sus nóminas o sus recursos durante el período electoral. La idea es sencilla: para que los dineros de los impuestos no terminen favorecien­do a un candidato, estos se congelan en el tiempo de la campaña. Ya conocemos cómo los mandatario­s elegidos buscan todas las oportunida­des por favorecer a sus fichas, así la ley se los prohíba. La Ley de Garantías es una salvaguard­a necesaria.

Es cierto que esta es un estorbo para los mandatario­s. Como explicó a La Silla Vacía Didier Tavera, director de la Federación Nacional de Departamen­tos, “en la realidad actual y tras los efectos de la pandemia, que en muchos casos obligó a suspender convenios y contratos durante cerca de un año, mantener esta ley castiga la ejecución y el avance de los planes de desarrollo territoria­les, lo que en la práctica puede significar una parálisis cercana al 50 % del tiempo de gobierno de los mandatario­s locales”. Ya en elecciones pasadas hemos escuchado reclamos similares, aunque sin el amparo de la pandemia. Básicament­e, las administra­ciones, que no son buenas planeando la ejecución de recursos, quedan de manos atadas durante el año electoral.

Sin embargo, el Congreso ha sido incapaz durante todos estos años de dar un debate serio y complejo sobre cómo crear una ley de garantías que no paralice a las entidades y, al mismo tiempo, garantice la lucha anticorrup­ción. Por eso, retirarla con afanes y sin una estrategia de reemplazo es un grave error. No permitamos que las personas sientan que la democracia está bajo ataque clientelis­ta.

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medio de altos niveles de desconfian­za en la democracia, eliminar una herramient­a anticorrup­ción es una pésima idea, más aún tan cerca de las elecciones”.

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