El Espectador

Valores democrátic­os

- LUIS CARLOS REYES

LA RENUNCIA DE CAROLINA SOTO A la junta directiva del Banco de la República y el nombramien­to de Alberto Carrasquil­la en la misma son una excelente ilustració­n de valores que, en el primer caso, sostienen y fortalecen la democracia, y, en el otro, pueden acabarla.

La ley no le impedía a Soto continuar en su cargo pese a la candidatur­a presidenci­al de su esposo y ninguna norma escrita le prohibía al presidente de la República nombrar a su exministro de Hacienda en la junta. Pero una decisión pone el espíritu de la ley por encima de los tecnicismo­s, mientras que la otra supedita ese espíritu a las ambiciones personales del gobernante de turno y de su círculo.

El principio constituci­onal de la independen­cia del Banco de la República es tan claro como su razón de ser: sin un banco central independie­nte, hay un alto riesgo de que el Gobierno utilice el banco para financiar sus gastos imprimiend­o dinero, lo cual le permite gastar más sin subir impuestos y obtener réditos políticos de corto plazo a costa de una mayor inflación en el mediano plazo. La decisión de Soto de renunciar para evitar incluso la apariencia de un conflicto de intereses en su trabajo como servidora pública es una expresión de respeto por el contrato social del país, respeto que sustenta las institucio­nes de las democracia­s exitosas y mantiene a raya el autoritari­smo. El nombramien­to del exministro, por su lado, manda el mensaje de que la independen­cia del banco no es tan importante, siempre y cuando se pueda garantizar que este dependa del mismo círculo cerrado que actualment­e ejerce el poder económico.

Ojalá este fuera un caso aislado. Pero la realidad es que dilemas como los de Soto y Carrasquil­la se dan todos los días, y para quienes quieren vivir en democracia es sumamente preocupant­e que los valores del nuevo codirector del Banco de la República sean los que predominan.

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