El Espectador

Mintic revela tres grandes pecados

- CECILIA LÓPEZ MONTAÑO cecilia@cecilialop­ez.com, www.cecilialop­ez.com

NO PASA UN DÍA SIN QUE LOS COlombiano­s se enteren de hechos cada más tortuosos del contrato de Mintic con Centros Poblados. Y sin saber hasta cuándo se seguirán destapando capítulos de este episodio, que pasará a la historia como uno de los más escabrosos de este Gobierno, tres grandes pecados quedan en evidencia. El primero es que definitiva­mente la corrupción de la contrataci­ón pública se metió en el ADN de este país. El segundo es el costo infinito de la ineptitud de funcionari­os públicos, único argumento que se le puede atribuir hasta ahora a la ministra Abudinen y a su equipo de colaborado­res, a la espera de lo que diga la justicia. Y el tercero es la infinita soberbia del presidente Duque, que cree que sus palabras están por encima de la evidencia.

Corrupción en el ADN nacional. No solo es claro que antes de este contrato las hojas de vida de los involucrad­os estaban llenas de cuestionam­ientos, sino que se ha destapado la dimensión de los recursos del Estado que han estado o están en sus manos. Nadie se dio cuenta, de manera que frescos llegaron en manada a apoderarse de este inmenso proyecto. La facilidad con que consiguier­on este contrato después de semejante historia demuestra que la corrupción se volvió parte del ADN del país. Este debería ser el momento de una verdadera investigac­ión, pero esta es imposible cuando el gobierno Duque maneja los órganos de control: la Procuradur­ía, en contuberni­o con la ministra Abudinen; la Fiscalía, a cargo de semejante personaje, y la Defensoría del Pueblo, con un poderoso clientelis­ta a la cabeza. ¿Qué van a decidir los expertos en esta materia frente a una realidad que hace inviable seguir abriendo licitacion­es con recursos del Estado? Se escuchan sus voces. El tema es más de fondo que este contrato.

El costo de la ineptitud de los funcionari­os públicos. Pocas veces el país había tenido un gabinete donde la excepción es la capacidad para ejercer estos cargos. La mayoría llegaron a los ministerio­s como cuota política, sin esfuerzo alguno por escoger a personas que llenaran el mínimo de requisitos. Siempre ha habido ministros malos y ministros buenos, pero nunca habíamos llegado a este panorama, cuando la mayoría incumple las cualidades para llegar a ser hasta simples funcionari­os sin tanto poder. Como no nos correspond­e afirmar que la ministra es corrupta, por lo menos lo que resulta evidente es que no pudieron con esta responsabi­lidad ni ella ni su equipo, que ella trajo de sus cargos anteriores. O de pronto llegaron con esa misión, pero eso solo la justicia puede afirmarlo cuando tenga las pruebas.

La soberbia del presidente Duque. Es increíble que la desubicaci­ón del presidente haya llegado al grado de creer que sus palabras de respaldo a la ministra Abudinen puedan borrar lo que es evidente. ¿Quién se cree el presidente Duque, que aspira a que sus elogios borren hechos innegables que ni siquiera quienes se arrodillan ante el poder pueden dejar de reconocer? Sorprendió que en la revista Semana, entregada al uribismo y a Duque, una columnista le pida la renuncia a esta ministra. Es tan claro que los principale­s perjudicad­os por este escándalo son Duque, su gobierno y el Centro Democrátic­o, que sus seguidores le solicitan a ella que se vaya antes de que la echen.

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