A Alejandro Gaviria
UN MENSAJE ESCRITO EN UNA SERvilleta a 25.000 metros de altura, en un viaje hacia Santa Marta, es el elemento que pone punto final al video en que Alejandro Gaviria anuncia su intención de convertirse en candidato a la Presidencia de la República. Aunque no está dicho, al escucharlo, uno siente que las voces de personas como Pablo, auxiliar de vuelo y su autor, se convirtieron en motivos para tomar una decisión así, en un país convulsionado, distinto, con una historia de inequidades innegables y con emociones tristes predominantes, como escribió Mauricio Villegas en su libro El país de las emociones tristes.
No será perfecto, como no lo es ninguno de nosotros. Puede que haya tenido errores como ministro de Salud de los colombianos. Es probable que a algunos conocidos no les gusten sus libros, que lo juzguen por ciertos gestos faciales o que les inspire desconfianza porque haya declarado su falta de creencia en la divinidad y en una entidad superior. Puede ser que otros lo vean con ojos de sospecha por sus opiniones liberales o falta de trayectoria en el mundo político y sus intrigas.
A pesar de esto, de lo demás que pueda ser agregado y de las palabras equivocadas que pueda decir, Alejandro Gaviria contiene una oportunidad: ser un candidato capaz de conciliar a partir de los mismos elementos, los de nuestra historia y geografía comunes. Quienes hemos asistido a sus conferencias, escuchado sus discursos, leído sus libros con la calma y la distancia que produce la ausencia de fascinación vemos en él la oportunidad de obtener otros resultados por esa circunstancia que es la posibilidad de actuar de una forma distinta.
Lo distinto no siempre es mejor. Sin embargo, después de décadas de acciones, opiniones y discursos repetidos, Alejandro Gaviria llega con varios elementos: interés genuino en la educación, propuestas específicas para acabar con la exclusión de los más débiles, llevar a Colombia hacia el futuro y dejar atrás odios y miedos heredados gracias a su capacidad para enfrentar los prejuicios.
Después de algunas décadas en que los colombianos han votado por el candidato de alguien o en contra de un partido, viene un hombre capaz de no dejarse descomponer por los agravios y acompañado de una mujer que también ha aplicado su inteligencia y talentos para el bien común.
Alejandro Gaviria llega con el sentido común y el gusto por la calle de su familia, la transparencia de su corazón y sin la arrogancia intelectual que a veces se ve en la academia o entre la gente que se cree superior por acumular lecturas, conceptos o teorías.
El esposo de Carolina y el hermano de Pascual viene sin fanatismos, mentiras ni enredos. Y sin la tendencia de otros candidatos a agitar odios, buscar peleas y puntos extremos o a enredar la realidad con incoherencias, propuestas populistas o directoras de orquesta que, aunque tienen buenas intenciones, creen que el amor consiste en gritar a través de un megáfono o que la paz se predica mientras se juzga a otro candidato sin darle el mínimo beneficio de la duda.
Alejandro Gaviria trae otras historias y propuestas. Y un equipo de cercanos que al igual que él contiene una palabra que nadie podrá quitarle: oportunidad.