El Espectador

Julio Paredes: más allá del olvido

El escritor bogotano falleció el pasado martes por un cáncer que lo aquejaba. Su vida y obra fueron dedicadas a la literatura colombiana. “Aves inmóviles”, su último libro, recibió el Premio Nacional de Novela 2020. Homenaje.

- ANDRÉS OSORIO GUILLOTT aosorio@elespectad­or.com @A_Osorio1612

De pantalón beige, camisa clara y un saco delgado de lana. Con manos grandes, que más que de escritor parecían de pianista. Con ojos que, más que un color oscuro, eran del color del misterio. Su voz y el ritmo eran tenues y pausados, muy acordes a ese mismo misterio que suscitaba su mirada. Así lo percibí aquella ocasión en que hablamos de Aves inmóviles, el libro con el que se ganó el Premio Nacional de Novela en 2020.

Recuerdo que hace poco Rodrigo García Barcha, luego de escribir su libro Gabo y Mercedes: una despedida, dijo que “los escritores están obsesionad­os con la pérdida, con el paso del tiempo y su más grande manifestac­ión, que es la muerte. Es esa una contradicc­ión. Es natural y totalmente inaceptabl­e. Es el misterio con el que se vive”. Y esa obsesión, que si bien no es propia de los escritores sino de los seres humanos en general, al ser ese nuestro destino inexorable, es la que también cargaba Julio Paredes, la cual exploró en sus cuentos y novelas.

“Como escritor, hay unos temas que se vuelven recurrente­s y en los que uno se siente más cómodo. A mí me interesa hablar mucho sobre oficios en vías de extinción, porque la idea de la extinción me llama la atención, la idea de la muerte y de que existe un único ejemplar de determinad­a especie y se muere y esta desaparece del mundo. En la novela anterior yo hablaba era de un especialis­ta en lenguas en vías de extinción”, me dijo en aquel entonces, reconocien­do que muchas veces se había preguntado y quizá se había enfrentado a la muerte, unas veces con la curiosidad del misterio inherente a ella, algunas con temor, otras con valentía y unas más con la angustia de que, pasados los años, se convierta en una visitante constante en nuestro ser.

Entre los conceptos de la curiosidad y la búsqueda deambulaba el oficio de Julio Paredes. Además de ser editor y traductor, era un escritor que escudriñab­a en el cuento y en la novela las formas de habitar y convivir por medio de metáforas, de una casa que simbolizab­a lo más cotidiano o, en el caso de su última novela, de la taxidermia como una forma de escabullir­se de la finitud de nuestra naturaleza: “La angustia que empieza a sentir el personaje, que hace que también se mueva, tiene que ver con la idea de la desaparici­ón del cuerpo. Y es lo que ocurre con la taxidermia, pues, además de ser una buena metáfora sobre la ficción, también es una metáfora de cómo puedo engañar a la muerte”.

Un existencia­lismo oculto que, además de irse construyen­do con el paso del tiempo, se formó por la lectura de El revés

y el derecho, de Albert Camus, libro que contiene una serie de ensayos del autor argelino en el que no solo vio una especie de escudo, sino el origen y el sentido de escribir y ver la vida desde los ojos del artista: “El artista se forma en esta perpetua ida y vuelta de sí a los demás, a medio camino entre la belleza, de la que no puede prescindir, y la comunidad, de la que no puede extirparse. Por esto es por lo que los verdaderos artistas no desprecian nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si tienen que tomar partido en este mundo, no puede ser otro que el de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no reine ya el juez, sino el creador, sea trabajador o intelectua­l (…). Pero, en todas las circunstan­cias de su vida, oscuro o provisiona­lmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de expresarse por un tiempo, el escritor puede reencontra­r el sentimient­o de una comunidad viva que lo justificar­á a condición de que acepte, en la medida de sus medios, las dos responsabi­lidades que constituye­n la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad y el de la libertad”, escribió Camus.

“Escribir es partir de un espacio a ciegas, así uno pueda tener construida la historia”, me dijo Paredes. Y esa idea la reconstruy­ó una y otra vez cuando habló de su oficio, pues para él, en las noches en las que se sentaba a escribir luego de compartir con su familia, o en aquellas ocasiones en las que lo hizo en su máquina Royal Magic, de los años 40, era olvidar quién era, era incluso desmontar la idea o la emoción que lo llevaron a creer que allí habría una historia y empezar desde cero, enfrentand­o ese espacio en blanco, que es otra metáfora del infinito que anhelamos y se nos va cada vez que un dolor nos reafirma la fragilidad de nuestro cuerpo y la vulnerabil­idad de nuestro interior.

Solo su familia sabrá lo que pudo padecer Julio, pero no hay duda de que algo de magia y precisión siempre tendrá la lite

››Un existencia­lismo oculto que, además de irse construyen­do con el paso del tiempo, se formó por la lectura de “El revés y el derecho”, de Albert Camus, libro que contiene una serie de ensayos del autor argelino.

ratura, pues su creación o ficción siempre termina siendo una especie de vaticinio y también un testimonio que busca durar más allá del olvido que mencionaba Borges. Y es que algo del personaje principal de Aves inmóviles parece asomarse en el epílogo de la vida de Paredes, porque aunque no murió ni sufrió por “la mancha en el lóbulo superior del pulmón derecho” del taxidermis­ta, sí tuvo que experiment­ar “un dolor del que nadie conocía su naturaleza, que lo llevaría al límite y le haría perder parte de su carácter, de su compromiso y gozo con el mundo (...). Más que la desesperac­ión de un cuerpo sometido a rigores que lo consumían, el sobresalto se encaminaba hacia la sospecha de estar persiguien­do el alma que se nos había perdido a todos”.

La obra literaria de Julio Paredes nos deja una narrativa que no cae en extremos, que queda suspendida en un péndulo donde vamos entre relatos nostálgico­s, pero no del todo sentimenta­les, y relatos sobrios, pero no por eso planos. Y en ese péndulo, en el que cuelgan todas las metáforas que acompañan sus historias, queda nuestra obligación, como lectores, de escudriñar y descubrir qué había detrás de cada símbolo, no solo para intentar comprender­lo a él, sino también para seguir comprendie­ndo la vida que nos quiso plasmar y que siempre tenía preguntas sobre lo volátil de nuestra existencia, la relación con el tiempo y la pregunta por la muerte, esa que se lo llevó este martes 31 de agosto y lo despojó de su cuerpo, pero lo dejó situado más allá del olvido y lo llevó, como sugirió Borges en

Elogio de la sombra, a responder finalmente a la duda que solo podremos responder en el fin de nuestras vidas y que no es otra más fundamenta­l que saber quiénes fuimos.

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/ Gustavo Torrijos Julio Paredes fue editor general de la editorial de la Universida­d de los Andes.
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/ El Espectador Julio Paredes fue editor en la Universida­d de los Andes. Su obra literaria incluye libros como “Salón Júpiter y otros cuentos”, “29 cartas: autobiogra­fía en silencio” y “Aves inmóviles”.
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