El Espectador

Aporte a la paz

William Vargas, biólogo y botánico huilense, transformó su forma de ver la paz tras vincularse a un proyecto de restauraci­ón con excombatie­ntes de las Farc en Putumayo. Entrevista.

- VALERIE CORTÉS VILLALBA vcortesv@elespectad­or.com @valeriecvv

“Los viajeros suelen enamorarse del país que atrapa sus corazones y les permite ser libres”, dice Wade Davis, antropólog­o, fotógrafo y etnobotáni­co canadiense, reconocido como uno de los explorador­es del milenio, refiriéndo­se a Colombia. En Magdalena, historias de Colombia, su último libro, Davis le dedicó las primeras cien páginas a su amigo William Vargas, agrónomo huilense, biólogo y el mejor restaurado­r ecológico de América Latina, según la Sociedad para la Restauraci­ón Ecológica (SER).

William Vargas nació en La Jagua (Huila), municipio conocido como el “pueblo de los brujos”, pues allí, según la leyenda, se reunían hechiceros y brujas para hacer rituales. Pero entre conjuros y especulaci­ones, en este pueblo también vivió uno de los estudiosos de la ciencia más importante­s para la historia colombiana: Francisco José de Caldas, quien fue miembro de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.

William Vargas vivió la mayor parte de su infancia y juventud en una casa contigua a la que perteneció alguna vez al científico de antaño. Como a William le iba tan bien en el colegio, reseña Davis, lo empezaron a llamar el Sabio Caldas.

Hoy, sus más recientes compañeros, excombatie­ntes de las extintas Farc, le dicen el Profe.

Colombia +20 viajó a Putumayo a conocer cómo un restaurado­r y botánico terminó viviendo durante más de dos semanas con exguerrill­eros en la Cooperativ­a Multiactiv­a Comunitari­a el Común (Comuccom). La razón es el proyecto Amazonia Sostenible para la Paz, financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF por sus siglas en inglés) e implementa­do por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

¿Cómo llegó al tema de la restauraci­ón?

Empecé a sembrar árboles en una reserva natural en 1989, antes de entrar a la Universida­d de Caldas a estudiar Agronomía. En ese tiempo no se llamaba restauraci­ón, se llamaba reforestac­ión, y yo empecé a cambiar cosas, me estaba metiendo en un rollo distinto.

¿Qué pasó con esa investigac­ión?

Mi tesis la terminé y salió laureada.

Con eso publiqué un libro de 814 páginas en 2002, que se llama

Guía ilustrada de las plantas de las

montañas del Quindío. Una vez, un amigo me llamó y me dijo: “William, ¿cómo le parece que su libro lo están vendiendo en los semáforos de Medellín?”. Él me mandó una foto de mi libro al lado de Cien

años de soledad, de Gabriel García Márquez. No podía creerlo.

¿Cuál es la diferencia entre reforestac­ión y restauraci­ón?

La reforestac­ión es una práctica silvicultu­ral que consiste en sembrar árboles para cultivo. En la restauraci­ón se piensa en otro grupo de especies, aquellas que no son necesariam­ente maderables o las especies que sirven para generar conectivid­ad o hábitat o para producirle alimento a la fauna. También las especies útiles para la gente y para proteger el suelo y las aguas. En la restauraci­ón el concepto es mucho más amplio.

¿Cómo llegó a trabajar con excombatie­ntes en Putumayo?

‘‘Nosotros lo que buscamos es recuperar ecosistema­s, no recuperar un cultivo”.

Fui profesor durante diez años y me retiré del Instituto Colombiano de Estudios Superiores de Incolda (ICESI). En 2006 creamos una corporació­n que se llama Paisajes Rurales, nos enlazamos con el PNUD y llegamos a Putumayo. Lo primero fueron unos talleres. Estaba muy nervioso, pues yo pensaba: ¿cómo les hablo a exguerrill­eros de restauraci­ón ?

¿Qué surgió de esos talleres?

Ahí trabajamos el concepto de la reconcilia­ción: entre personas y con el medio ambiente. La restauraci­ón tiene todo que ver, se trata de arreglar, reparar lazos.

Los excombatie­ntes también son campesinos y entonces identifica­n las especies por los olores y las formas de los árboles. Muchos aprendiero­n antes de ingresar a las Farc del cuidado de la naturaleza y en la guerra conservaro­n ese conocimien­to. En los viveros del ETCR La Carmelita y Comuccom venden plántulas por pedido.

¿Se ha llevado sorpresas en esta experienci­a?

Lo que más me sorprendió fue cuando estábamos en el campo y había una Monstera que estaba creciendo sobre un árbol y yo me fui a tomarle una foto para poderla ver bien. De pronto llegaron unos de los exguerrill­eros y se pusieron a verla, tocarla y sentirla. Veía en ellos una actitud muy diferente a la que estaba esperando. A mí me sorprendió realmente verlos tan sensibles. Armando, uno de los excombatie­ntes, terminó interesado en las aves, entonces yo le mandé una guía especializ­ada en aves y él está feliz.

¿Qué ha aprendido en este tiempo?

Lo más importante de todo esto es que me tocaron el corazón. Creo que en este momento he aprendido a perdonar, cosa que no era capaz en otras épocas. Soy otro desde que los conocí.

¿Cambió su percepción sobre el Acuerdo de Paz?

Sí, yo toda la vida fui escéptico con temas del proceso de paz. Había otras cosas que yo no lograba entender. Vivir con ellos fue una cercanía muy chévere. Ahora soy un completo convencido del Acuerdo de Paz. Espero que todos los grupos armados entren en esta misma dinámica.

¿Cómo es el encuentro de saberes científico­s y tradiciona­les?

Para eso está la Escuela de Restauraci­ón, es dar lo que se sabe y aprender juntos. Por ejemplo, yo me encuentro con una semilla y le digo a alguno: “Mire, esto es para conservarl­o, lo podemos germinar en el vivero”. Y más adelante nos encontramo­s con el árbol ya crecido y me dice el exguerrill­ero: “¡Ah! Claro, esto es leche de chiva”. Yo llego con unos nombres y ellos otros y finalmente terminamos en una simbiosis.

William vive en Cali con su familia, que más bien lo ve poco por estar perdido entre los bosques. Está escribiend­o un libro de su experienci­a trabajando con excombatie­ntes. “Un tipo de autobiogra­fía que incluya las notas que me llevo. Espero terminarlo antes de que el alzhéimer llegue, y el libro no se llame lo que no se me olvidó”.

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/ Gustavo Torrijos Con la Escuela de Restauraci­ón, Willim Vargas ha acompañado a los excombatie­ntes del ETCR La Carmelita en la creación de su vivero.
 ?? / Gustavo Torrijos ?? William Vargas fue reconocido como el mejor restaurado­r ecológico de América Latina en 2018.
/ Gustavo Torrijos William Vargas fue reconocido como el mejor restaurado­r ecológico de América Latina en 2018.
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