Los tecnócratas al micrófono
LAS CAMPAÑAS DE ALEJANDRO Gaviria y Juan Carlos Echeverry traen de nuevo al ruedo el discurso político de la tecnocracia. Economistas, profesores, funcionarios públicos llegan, si bien con propuestas de gobierno muy distintas, con un discurso y una forma de comunicar muy particulares. En Colombia nos familiarizamos con el discurso tecnócrata durante el gobierno de Juan Manuel Santos. Y no porque Santos fuera excesivamente tecnocrático, sino que su comunicación más estadística y pausada contrastó con la fuerza gamonal del caballo y el poncho de Uribe. De ahí que Santos y sus funcionarios hablaran de Colombia como una “despensa energética”, de llevar la economía a “velocidad de crucero” y de resolver conflictos “en sentido real” (¿?).
El tono, la vestimenta, la postura, el corte de pelo, los gestos, el uso de términos especializados van definiendo una comunicación muy particular. Una comunicación que se mueve entre tecnicismos de expertos, esos que tienen las mejores credenciales para sus funciones, y la necesidad de “traducir” este conocimiento con malabares pedagógicos. Y, bueno, como son tecnócratas y no literatos, “una repartición más igualitaria de las regalías” terminó en “una mermelada para repartir en toda la tostada”. Claro, como el malabar se lanza pero no se controla, como ocurrió con el eslogan de Davivienda y su asociación con el lugar equivocado, la famosa mermelada se convirtió en el término para describir la repartición amañada de recursos durante el gobierno Santos.
El error comunicativo está en el olvido de que la ciencia obedece a procesos sociales de validación que requieren, como todo discurso, un ejercicio de persuasión y que además se sobreponen a otros discursos. La semana pasada, por ejemplo, Alejandro Gaviria tuvo que reconocer que se equivocó con su primera reacción ante el nombramiento de Alberto Carrasquilla como codirector del Banco de la República. Gaviria afirmó, al principio, que le había gustado el nombramiento, recordó que conocía a Carrasquilla hacía mucho y elogió sus títulos y trayectoria laboral. La respuesta de Gaviria era, en principio, acertada para un conjunto de reglas. Pero el significado lo da el contexto. Y el contexto no se elige. Lo impone la ciudadanía.
Pero Gaviria tiene algo que lo salva de este atrapamiento del discurso tecnócrata. Es un humanista. Esto le permite hablar y escribir con suficiente gentileza, también hace que su arrogancia sea cariñosa, y, lo mejor, le permite corregir con rapidez. Después de su defensa a Carrasquilla reconoció que no habría aconsejado su nombramiento por los alcances políticos. La designación de Carrasquilla, como bien lo sugiere Gaviria, representa aquello que más nos hastía del actual Gobierno: uno al que no le importa lo que piensen sus ciudadanos.
El reto de los candidatos con herencia tecnócrata es superar la analítica. Las ciudades van a venir en paquete y no hay manera clara de fraccionarlas. En este momento el discurso debe ser no general pero envolvente. No tiene sentido decir “la casa está muy bien hecha” si se construye en un terreno que se desliza. Las audiencias no abstraen ni piensan por partes, y no porque sean torpes sino porque son muchas.