El Espectador

Cuando te miran así

- SORAYDA PEGUERO ISAAC sorayda.peguero@gmail.com

ESTE VERANO ESTÁ HACIENDO MÁS calor que el año que nos conocimos. Pero parece que Helios, el dios del Sol, ha querido darnos una tregua esta mañana. Se quedó dormido tras un biombo de nubes cenizas. El mar permanece en serenísima calma. Es sábado, el mejor día para volver al mercadillo que traen los fines de semana al puerto de Barcelona. Primero tengo la impresión de que hay menos carpas que antes de la pandemia. Luego compruebo que están mis favoritos de siempre: la gitana que tiene la mesa con abalorios, cachivache­s de cerámica y conchas marinas; la pareja de ingleses que vende discos, libros y cómics; el andaluz que tiene herramient­as de labranza y monedas, y el viejito de las postales y las fotografía­s antiguas. Tres gaviotas se pelean por las migas que les arroja un niño rubio. El niño se emociona al escuchar la sirena de un barco que zarpa o que llega. Yo me entretengo un rato mirando unos fósiles. Después, parada delante de la carpa del viejito, me desconcier­ta saber que hoy solo tiene postales. Ni una sola foto.

“¿Para qué las quieres? —me preguntast­e una vez—. Son fotos de gente que no has conocido. Encima, están todos muertos”. He de decirte, querido Pere, que mi interés por esas fotos no se ha extinguido. Algunas tienen misterio y alma. En la cultura japonesa existe una palabra para nombrar la esencia interior: mabui. Los japoneses creen que el mabui es inmortal y que puede pasar de un ser a otro a través de las fotografía­s.

Nunca antes fue tan fácil tomar fotos. La cuestión es que no sabemos qué hacer con ellas. Empiezo a pensar que un álbum es un objeto idóneo para una cápsula del tiempo. Uno de los creadores de Google dice que, de cada diez fotografía­s tomadas con dispositiv­os Android, solo una es vista más de dos veces después de un año. Millones de imágenes acaban olvidadas en una base de datos que en Silicon Valley llaman “el limbo de la memoria”. Las fotos: una bandada de instantes en su efímero vuelo de desahucio.

En Nueva York hay una pareja que colecciona fotografía­s de hombres enamorados. Neal Treadwell y Hugh Nini han adquirido más de 2.700 fotos en mercadillo­s de ocasión. Son fotos antiguas, fechadas entre 1850 y 1960. Los encuentros más importante­s de nuestra vida suelen presentars­e envueltos en las sedas de la casualidad. Una afición que empezó así, por casualidad, se convirtió en una razón para Treadwell y Nini: salvar del olvido fotografía­s que, probableme­nte, por las absurdas restriccio­nes impuestas al amor en tiempos pasados, nunca antes vieron la luz. La pareja ha establecid­o un método para elegir cada foto: “A veces, el abrazo deja bien claro que la relación va más allá del afecto o de la amistad, pero en caso de incertidum­bre miramos directamen­te a los ojos de los hombres retratados: la mirada que tienen las personas cuando están enamoradas es inconfundi­ble. No se puede fingir. Y quien alberga ese sentimient­o no puede ocultarlo”.

Estuve viendo las fotos de la colección que Treadwell y Nini selecciona­ron para el libro LOVING, una historia fotográfic­a. En algunas imágenes hay testigos que actúan como cómplices de la escena. Pero en la mayoría solo figuran dos personas. Dos hombres. He prestado especial atención a las miradas. Si algo redime la realidad de sus ineludible­s rachas de sinsentido es que, por lo menos una vez en la vida, alguien te mire de ese modo. Luis y tú se miran así en una foto que les robé y que bien podría estar en este libro. La he contemplad­o más de dos veces. Muchas más. Tu brazo tendido sobre su hombro, el gesto sonriente en sus caras, la atracción eléctrica sostenida por el poderoso vínculo que había entre los dos. ¿Había? ¿Cómo se me ocurre hablar en pasado de algo que sigue tan vivo?

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