El Espectador

La lección de los imparables

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EL TRIUNFO HISTÓRICO DE LA DELEgación colombiana en los paralímpic­os de Tokio 2020, que cerraron ayer, confirma la importanci­a de los procesos de largo aliento y el poder de la inversión estatal y privada para romper con discrimina­ciones históricas. Las 24 medallas, incluyendo tres de oro, son la mejor participac­ión en la historia del país, superando con creces las 17 medallas obtenidas en Río 2016. Más importante aún, la manera en que los procesos deportivos se han ido construyen­do en el país deja entrever que en París 2024 también tendremos una participac­ión destacada.

Son varias las lecciones del paso por los paralímpic­os de Tokio 2020. La más clara tiene que ver con el éxito rotundo de los procesos bien financiado­s. Desde hace años, a través de políticas públicas serias e inteligent­es, Colombia viene acompañand­o los procesos deportivos de los atletas paralímpic­os, permitiénd­oles convertir el deporte en su proyecto de vida. Como le contó a El Espectador Stevens Ruiz, uno de los entrenador­es del equipo de paranataci­ón, “esas cifras son el resultado de la continuida­d del trabajo en las diferentes disciplina­s y el fortalecim­iento del sistema paralímpic­o. Los resultados están a la vista. Los muchachos ahora pueden dedicarse de manera seria a entrenar, sin preocupars­e por temas laborales, como antes, porque su trabajo es el deporte”.

Por eso, el Comité Paralímpic­o Colombiano y el Ministerio del Deporte merecen aplausos. También necesitan el respaldo por parte de la empresa privada para seguir avanzando en la consolidac­ión de las políticas. En la región, Colombia solo es superada por Brasil, Canadá, Estados Unidos y México. La pregunta necesaria es: ¿cómo continuamo­s creciendo?

Aquí entra la segunda lección del proceso paralímpic­o. Es necesario que se siga insistiend­o en cambiar los prejuicios sociales en torno a la discapacid­ad. Nuestro país tiene una normativa muy avanzada tanto en el marco legal como en la jurisprude­ncia de la Corte Constituci­onal. Este año, por ejemplo, empezó un proceso de revisión de todas las interdicci­ones para aplicar criterios mucho más humanos lejos de las estigmatiz­aciones. Pero el reto sigue siendo social. Como escribió Eduardo González Montoya en un antieditor­ial para El

Espectador, “lo que se requiere es una toma de conciencia total en todas las instancias para que los principios y conceptos establecid­os en las normas de ajustes razonables, diseños universale­s, apoyos, salvaguard­as, facilitado­res y apoyos judiciales sean una realidad y se conviertan en parte del lenguaje de la ciudadanía”.

Lo fundamenta­l es que todas las personas que vivan en Colombia entiendan que la discapacid­ad no es una incapacida­d, y que lo mínimo que nuestra sociedad debe hacer es adoptar las medidas necesarias para que todas las personas tengan acceso a los derechos fundamenta­les que promete la Constituci­ón. Eso pasa por un enfoque transversa­l a todas las decisiones que se tomen.

Los atletas paralímpic­os son el vivo ejemplo de lo que ocurre cuando se les da una oportunida­d. Por ellos, que la celebració­n de este triunfo vaya acompañado del avance de la sociedad en el entendimie­nto de la discapacid­ad. El orgullo debe materializ­arse en medidas concretas. Ese es el mejor homenaje.

‘‘El

éxito histórico de la delegación paralímpic­a en Tokio muestra la importanci­a de los procesos de largo aliento”.

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