El Espectador

Sobre el amado y odiado gerundio

- MARÍA ALEJANDRA MEDINA C. mmedina@elespectad­or.com, @alejandra_mdn

EN DÍAS PASADOS VI LA SIGUIENTE oración en varios medios: «El último soldado estadounid­ense ha salido de Afganistán, dejando el país en manos de los talibanes». De inmediato pensé en mis profesores de corrección de estilo. Ellos habrían preguntado: «¿Ha salido dejando al país en manos de los talibanes? ¿O ha salido viajando en avión?». Siempre insistiero­n en que el gerundio responde a cómo se ejecuta un verbo. ¿Cómo salieron los soldados? Pues tomando un avión.

Esto me llevó a volver sobre el gerundio, una forma verbal no personal identifica­ble por su terminació­n en «-ndo». Una de sus caracterís­ticas es que casi siempre contiene una idea de inmediatez o simultanei­dad, de dos cosas que suceden o existen al tiempo. Si digo «está lloviendo», lo digo porque está pasando en ese momento; en «se fueron viajando en avión» hay simultanei­dad.

Muchas veces, no obstante, se usa para indicar situacione­s que suceden después de la primera. «Dejó su carrera de pintor, dedicándos­e luego a la música». Esto se desaconsej­a, pues no hay inmediatez ni simultanei­dad. Podría replantear­se así: «Dejó su carrera de pintor y luego se dedicó a la música».

Sin embargo, no se considera incorrecto usarlo cuando se marca una consecuenc­ia o hay dos hechos tan próximos que se pueden interpreta­r como simultáneo­s. El ejemplo del soldado podría defenderse argumentan­do esto o aquello. Cuando hay ambigüedad, estoy de acuerdo en que lo aconsejabl­e es buscar otras formas: «El último soldado estadounid­ense ha salido de Afganistán, país que queda en manos de los talibanes» o «el último soldado estadounid­ense ha salido de Afganistán y el país queda en manos de los talibanes». ¿Qué opinan ustedes?

ES UN SÍNDROME MUY LATINOAmer­icano ese de aprovechar el último año de gobierno para que los cercanos al poder y el propio titular se lucren a las volandas de negocios turbios. “Después de mí, el diluvio”, dicen, cuando ya tienen el sol a la espalda. Obvio que no por eso dejan de aprovechar­se desde el comienzo, aunque con mayor cautela. En México le tienen al último año de mandato un nombre: “El año de Hidalgo: pinche su madre pa’l que deje algo”. Es entonces cuando los próximos a perder las prebendas arrasan con los presupuest­os, dejándolos para sí mismos a buen resguardo en cuentas blindadas. En México, la figura de expresiden­te es insignific­ante, de modo que un Peña Nieto, un Calderón, un Fox, a estas horas, son unos paisanos ignorados, mucho más si López Obrador les quitó el sueldo de exmandatar­ios. Esa circunstan­cia los hace particular­mente pícaros en ese año previo a comenzar a ser un don nadie.

Colombia es un caso aparte: aquí, ser expresiden­te tiene más caché, pues los invitan como figuras venerables a adornar fiestas y foros, y obvio que si son amigos del Gobierno se aplican a gestionarl­es caminos promisorio­s a sus hijos: Simón Gaviria, Santiago Pastrana o alguno de los Samper Strouss, por ejemplo, e incluso una embajada eterna a ese tarambana clásico que es Alfonso López Caballero, hijo de esa antigualla ya fallecida que fue López Michelsen. Y claro que anuncios para su revista Semana, cuando la había, para el otro hijo del “compañero jefe”, el playboy Felipe. En realidad, aquí, ser hijo del Ejecutivo equivale a ser un gigoló del Estado. Y si le da por aspirar al cargo mayor, se lo puede permitir en esta monarquía palmiculto­ra. ¡Qué incestuoso país!

Álvaro Uribe, en cambio, trastornó esas costumbres pues nunca se resignó a ser expresiden­te. Él siguió ahí, mandando. De hecho, “el que dijo él” es quien ocupa el palacio y llama “eterno”, con razón, a quien lo manda a él y ha gobernado en la nación durante todo este siglo XXI. De modo que para Uribe no ha sido apenas un sexenio, como en México, el que ha tenido para ejercer el poder, sino tres y medio sexenios, así que su “año de Hidalgo” puede multiplica­rse por lo mismo. Como puede que en el 2022 se le agote, pues está recogiendo “platicas” en donde las haya, para dejar la caja estatal exangüe. Por eso le manda la garra hasta a la siembra de árboles, en Barranquil­la, en viajados de a billón. Y a la instalació­n de internet en remotas escuelas, por algo más de otro billón y en sociedad con los buenos muchachos Char. Todo queda en casa. La menuda del negocio, $70.000 millones de anticipos, que la manden para un paraíso fiscal en EE. UU., y qué cuentos de pólizas de garantía, no se pongan con eso que esas se consiguen piratas. Por favor, no dejen botados a esos muchachos que fueron a Haití, que por ahí me han llamado sus mamás y esposas. A Carrasquil­la también hay que traerlo, búsquenle un lugar en el Banco de la República, que ese algún día sirve. Hombre, y dejen quieto eso del club de caza y pesca de Cartagena. Esa es gente distinguid­a y el Estado puede condonarle esa deuda de arriendo por 77 años, que si no fuera por ellos esa zona histórica estaría lleno de vendedores ambulantes. Además, la muralla quedó bonita. ¿Y sabe qué?: póngame otra vez ese programa de Animal Planet tan bonito que le hice al padre De Roux. Quiero escuchar los relinchos de mis bestias.

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