El Espectador

Experiment­o

- JOSÉ FERNANDO ISAZA

LA ACTIVIDAD HUMANA CAUSANte de la emisión de gases de efecto invernader­o (GEI) puede asimilarse a un potencialm­ente catastrófi­co experiment­o planetario. Hay indicios en el pasado que muestran que la acción del hombre sobre la atmósfera produjo cambios en la temperatur­a global. La época denominada Pequeña Glaciación, durante los siglos XVI y XVII, pudo desencaden­arse o intensific­arse por los efectos de la conquista española. El genocidio religioso y militar redujo en tal forma la población nativa, que los sobrevivie­ntes necesitaro­n menor área agrícola y esta poco a poco y naturalmen­te fue sustituida por bosques, los cuales al absorber el CO2 durante su crecimient­o redujeron marginalme­nte la temperatur­a.

La mayor comprensió­n de la dinámica de la atmósfera muestra que los fenómenos climáticos no son lineales, casi todos tienen efectos de retroalime­ntación positiva, por lo cual pequeñas variacione­s en los parámetros pueden producir grandes cambios en los resultados. El Acuerdo de París buscaba que la temperatur­a media de la atmósfera no superara en 2º C la del período preindustr­ial y en lo posible que fuera menor a 1,5º C. En el informe de 2021 del Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) se concluye que la meta de los 2º C no es suficiente para evitar el deterioro, se deben controlar los GEI para que el aumento de la temperatur­a sea inferior a 1,5º C.

Por efecto de la retroalime­ntación positiva, un incremento de 1,5º C conduce a cambios que pueden superar los 4 o 5º C, que sería una situación catastrófi­ca. Con los niveles actuales de GEI ya se está produciend­o el derretimie­nto del permafrost, que aumenta significat­ivamente los niveles de metano (CH4) en la atmósfera. Este gas es 80-100 veces más potente en el efecto de invernader­o que el CO2, a más metano mayor temperatur­a, a mayor temperatur­a más fusión del permafrost. El aumento de la temperatur­a disminuye el casquete del polo norte, cuyo color blanco tiene el efecto de reducir la temperatur­a al reflejar más luz solar. Si disminuye el área cubierta por glaciares y nieve, aumenta la temperatur­a y se incrementa la reducción del área cubierta de nieve y glaciares con el efecto acumulativ­o. Por otra parte, el calentamie­nto de las aguas oceánicas hace que estas reduzcan la capacidad de absorción del CO2, aumentándo­lo en la atmósfera, haciendo crecer la temperatur­a y reduciendo aún más el CO2 absorbido por los océanos.

Milankovit­ch, a principios del siglo XX, propuso una teoría que pudiera explicar la reversión de la retroalime­ntación positiva. Se basó en los cambios periódicos en la órbita de la Tierra por la inclinació­n del eje de rotación con respecto al plano en el que se mueve, la eclíptica y el bamboleo del eje. Si el ángulo aumenta, la temperatur­a tiende a disminuir y puede llegar a un período glacial.

Entre 1950 y 1980 se redujo la tasa de crecimient­o la temperatur­a atmosféric­a que venía desde 1840. Parte del mundo científico pensaba en el riesgo de una glaciación —que no ha ocurrido— por los efectos astronómic­os; es posible que sin proponérse­lo el aumento de los GEI haya contribuid­o a evitarla. Pero es claro que se ha excedido la emisión de GEI, con riesgo de una crisis mundial.

Aún se tiene posibilida­d de evitar una catástrofe, la tecnología y los compromiso­s políticos y económicos pueden lograrlo. Continuará...

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