El Espectador

Darío Jaramillo, la búsqueda de la poesía. Este viernes se inaugura la Feria del Libro de Madrid. El poeta colombiano dará el discurso inaugural del evento. Entrevista.

Este viernes se inaugura la Feria del Libro de Madrid. El poeta colombiano será quien dará el discurso inaugural del evento.

- MARÍA PAULA LIZARAZO CAÑÓN mlizarazo@elespectad­or.com @mariap_lizarazo

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“Ese otro que también me habita, acaso propietari­o, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos, ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel, ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera, eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo, el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólic­o y el inmotivada­mente alegre, ese otro, también te ama”.

Hay días en los que escribe menos que en otros. Su disciplina se constituye de la voracidad por escribir, más que de orden. Aun estando la página en blanco, nunca lo está: la cadencia de la escritura no se despoja de los pensamient­os de Darío Jaramillo Agudelo y viceversa.

En Historia de una pasión (1999) describió la poesía como “la capacidad de alucinar con la palabra escrita” y no la contrapuso a otros géneros en prosa: “La poesía convierte en literatura a la novela o tal texto para televisión, a la nota bibliográf­ica o a la crónica. La virtualida­d de la palabra escrita para cortarnos la respiració­n, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarn­os, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitar­io o en el cine”.

En alguno de sus poemas escribió que la poesía es “esa batalla de palabras cansadas”, aquel “consuelo de bobos sin amor”.

Y hoy, agrega que la poesía no puede estar encerrada en sí, ni mirar solo su propio ombligo. La poesía, siguiendo a la novela, debe ver hacia afuera: explorar el mundo. Y la novela, en cambio, debe aprenderle a la poesía del cuidado de cada palabra.

Jaramillo vivió en Santa Rosa de Osos, Antioquia, hasta los siete años; en 1955 su familia se mudó a Medellín. Con los años, ha llegado a la conclusión de que sus poemas son intentos por regresar a los pulsos de aquellos tiempos: aquellos luminosos tiempos de su infancia. Hablar de sus poemas, enfatiza, es hablar de sí mismo.

Fue recién llegado a Medellín cuando cuatro coincidenc­ias lo llevaron a leer y leer más: su condición de hijo único, la afición de su padre por la lectura, la ubicación de su casa, en pleno centro de la ciudad, y la ausencia de vecinos para jugar. Entre sus primeras lecturas recuerda a Stevenson, Jonathan Swift, Rabelais, Lewis Carroll y Mark Twain. Después vendrían Proust, Rulfo, Gombrowicz, Pessoa, Scott Fitzgerald, Rimbaud, Flaubert, Stendhal y Cortázar. Y ha confesado que desde hace un tiempo no lee nada posterior al siglo XX.

Para el poeta, el abismo entre la vida y la literatura es que la primera no tiene argumentos ni órdenes y más bien está llena de imprevisto­s, mientras que en la segunda los acontecimi­entos se anudan en un mismo ritmo desde el comienzo hasta la última línea de la última página.

Sus primeros poemas apareciero­n en el volumen ¡Ohhh!, publicado por Ediciones Papel Sobrante

en 1970; un libro que también daba cuenta de los inicios de Elkin Restrepo, Juan Gustavo Cobo Borda, Henry Luque Muñoz y Álvaro Miranda.

Desde entonces —desde siem

››Para

escribir necesita soledad, silencio y estar en su casa. Durante el confinamie­nto sus rutinas no cambiaron mucho. Siguió leyendo y escribiend­o en un encierro obligatori­o, acompañado de algunos discos de música clásica que pone y deja que se repitan.

pre— escribe a mano, con lápiz. Dura años con un poemario o una novela. Y cuando termina abandona los manuscrito­s por otro u otros años hasta que los vuelve a revisar y tiene a la editorial encima para publicar: “Si no, no terminaría nunca”, comenta. Al respecto, en su Carta con cartilla (Acerca del buen escribir), afirma que “escribir es corregir. Lo más impresiona­nte —y abrumador— de la escritura es que todo texto es, siempre, susceptibl­e de ser mejorado”.

Hoy en día publica reseñas, que denomina “recetarios”, en un blog. Está adelantado más de un par de meses para no colgarse con las entregas. Si alguien le dijera que durante toda su vida ha perdido el tiempo jugando con palabras o inventando verbos, él aceptaría que así ha sido.

Para escribir necesita soledad, silencio y estar en su casa. Durante el confinamie­nto sus rutinas no cambiaron mucho. Siguió leyendo y escribiend­o en un encierro obligatori­o, acompañado de algunos discos de música clásica que pone y deja que se repitan. La soledad la ve como algo inevitable, así como la muerte: uno de los temas de La voz interior (2006) o de Memorias de un hombre feliz (2000); en esta, la que la muerte aparece en forma de asesinato y suicidio y también la vincula al paso del tiempo, como si vivir fuera, llanamente, esperar el fin de la vida.

Para muchos, el gran tema de Jaramillo es el amor. En novelas como Cartas cruzadas (1995) aparece la búsqueda del amor y la posible inutilidad de esa búsqueda: “De Luis Esteban. Bogotá, martes, octubre. Mi amigo: estoy enamorado, hermano. Perdida locamente enamorado. La conocí antier, desde antier estamos encerrados aquí y, mientras en Bogotá llueve y lleve, nosotros no hemos sentido ni el día ni la noche. Es divina. Ahora está en la ducha porque tiene que volar a una clase…”.

Del amor ha llegado a escribir: “Sé que el amor / no existe / y sé también / que te amo”.

Después de tanto escribir, ¿hoy qué dice del amor?

Que es una enfermedad: el amor, la pasión de pareja. Y es lo que nos mantiene vivos en este mundo.

¿Y de la poesía? ¿Qué es la poesía?

No tengo ni puta idea.

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/ Gustavo Torrijos Darío Jaramillo Agudelo escribe semanalmen­te en un blog reseñas que ha denominado “recetarios”.
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