El Espectador

El recuerdo de “Beto”, 20 años después del 11/S

Carlos Alberto Montoya, bogotano que vivía en EE. UU. desde 1983, iba en el primer avión, el que se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center. “Conmemoram­os un año más de su muerte, pero todos los días celebramos sus ganas de vivir”, dicen sus

- MARÍA PAULA ARDILA mpardila@elespectad­or.com @mariap_ardila

Luis Montoya dice que de todas las fotos que le hubiera encantado tener de su hermano Carlos Alberto, hay una que nunca fue tomada, pero sí existe en su memoria: “El 10 de septiembre de 2001, un día antes de los atentados, Beto estaba en Nueva York porque su mejor amigo, Diego Perilla, consiguió boletas para la final del US Open. Diego nos cuenta que cuando iban saliendo para el partido, él se iba a devolver por la cámara, pero Beto, entre risas, no lo dejó porque no le gustaban las fotos. Esa es una de las fotografía­s que nos hubiera encantado tener de nuestro hermano”.

Carlos Alberto Montoya iba en el primer avión, el que se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center a las 8:46 a.m. del 11 de septiembre de 2001. En ese vuelo, el 11 de American Airlines, murieron 76 pasajeros, 11 miembros de la tripulació­n y los cinco terrorista­s que secuestrar­on el avión. Este año la familia Montoya viajó a Nueva York para honrar la memoria de Carlos Alberto y las de las casi 3.000 personas que murieron hace 20 años en los ataques en las Torres Gemelas, en el edificio del Pentágono en Washington, DC, y en Shanksvill­e, Pensilvani­a.

“¿Quién fue Beto? Un muy buen estudiante y excelente futbolista, siempre fue el centro del grupo. Incluso, en el colegio yo no era Luis Montoya, yo era el hermano de Beto. Y si estábamos en un partido, yo no era Luis el futbolista, sino el hermanito del gran futbolista que era Beto”, cuenta Luis. Carlos Alberto se fue a Estados Unidos en 1983 con el sueño de estudiar aviación. “Se pagó su carrera y logró ser piloto, aunque luego no pudo volar por una condición de salud”. Se casó el 9 de junio del 2001. Stacey, su esposa, aún lleva el apellido de la familia Montoya.

“Lo que tiene la muerte de Beto es que cada año te la recuerdan, y de la peor forma: los medios siempre repiten las mismas escenas, especialme­nte las imágenes del segundo avión que choca contra la Torre Sur, lo que genera más resentimie­nto. Lo cierto es que hay otro recuerdo más importante, y es el de ese familiar y amigo que siempre estuvo para nosotros”, dice Jaime. Ambos hermanos hablaron con El Espectador para recordar anécdotas familiares, las risas y la vida de Carlos Alberto.

La memoria, los partidos de Millos y los paseos en el Renault 12

Desde Colombia hasta Estados Unidos, los familiares de las víctimas, al igual que los parientes y amigos de Beto, han decidido honrar la memoria de los suyos de distintas formas. Alissa Torres, esposa del colombiano Eddie Torres, un comisionis­ta de bolsa que falleció en los atentados, le contó a The New York Times en 2011 que publicó una novela gráfica sobre lo que sucedió ese día. Mientras que J. A. Reynolds, un estadounid­ense que perdió a su hijo Bruce, construyó un jardín comunitari­o en su memoria.

“Fue hasta hace dos años que mis hijas visitaron el Museo Conmemorat­ivo del 11S, y ese día le escribiero­n una carta a su tío Beto; palabras más, palabras menos, le dijeron que aunque no lo conocieron, les hacía falta. Esa sensibilid­ad no la hubiéramos podido transmitir si Beto no hubiera sido el hermano que fue. Y lo que más me llena de orgullo es haber podido entregar sus enseñanzas al resto de la familia“, dice Luis.

Este sábado, los Montoya regresan a ese mismo museo, esta vez con la maleta llena de arequipe, café y aguardient­e para compartir con los amigos de Beto que no conocieron, y con Stacey, a quien no ven hace muchos años.

“¿Qué nos dejó Beto? Sus ganas de gozar la vida. Nunca se contuvo de nada, montó en paracaídas, le dio de comer a tiburones y venía a visitar a su familia cada vez que podía. Siempre nos decía: ‘Nos toca disfrutar cada minuto, porque usted no sabe lo que nos pueda pasar mañana’. Pero para lograr todas esas cosas tuvo que trabajar duro en EE. UU.: lavó platos, fue cajero, pizzero y, poco a poco, salió adelante”, cuenta Jaime, sin dejar de lado la pasión de Carlos Alberto por el fútbol.

“Aunque se fue a EE. UU. en el 83, nunca dejó su amor por Millonario­s. Él venía a Colombia cada dos años; vino en el 85, y justo cuando volvió en el 87 era la final contra Júnior en El Campín. Le compramos la boleta, y estaba dichoso. Pero cada vez que nos visitaba se la gozaba tanto con los amigos y la familia, que la noche anterior se fue de rumba y no alcanzó a llegar al partido. Ese año no vio a Millos campeón en El Campín”, dice Jaime entre risas.

Mientras que Luis recuerda que, de pequeños, Carlos Alberto sacó el carro de sus papás a escondidas y le enseñó a manejar. “Pues si usted saca el carro yo le digo a mi papá”, le decía. “Pues dígale, pero nos vamos a pasear”, me respondía. Y así fue que aprendí a manejar; cada vez que los papás no estaban sacamos el carro y le dábamos la vuelta a la manzana, hasta que un día le pegamos al carro”, dice su hermano riéndose.

Un año y medio después de la muerte de Carlos Alberto falleció su papá, Gilberto Montoya. “Son nuestros ángeles y los celebramos permanente­mente. Sí, sabemos que se conmemora otro año más desde su partida, pero a diario los recordamos”.

Jaime Montoya

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/ Cortesía Margarita Londoño de Montoya en el Museo Conmemorat­ivo del 11-S.
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