El Espectador

Veinte años después, ¿cómo reaccionam­os al terror?

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TRAS DOS DÉCADAS, ¿QUÉ IMAGEN de Estados Unidos y del mundo muestra el espejo de los atentados del 11 de septiembre de 2001? Podríamos hablar de números: 2.997 personas muertas en aquel entonces, sumadas a unas 241.000 asesinadas en Afganistán y Pakistán como reacción a ese ataque, de las cuales 71.000 han sido civiles. Pero los números son engañosos, fríos, no permiten entender bien qué ocurrió o por qué 20 años después la historia del mundo no puede contarse sin regresar a esa mañana infame. ¿Triunfó el terror? La respuesta es compleja.

El horror del ataque del 11 de septiembre es difícil de describir. Ese era su propósito. Los medios utilizados para golpear el corazón de Estados Unidos estaban diseñados para causar el mayor impacto posible. Al Qaeda y Osama bin Laden sabían que quizá solo tendrían una oportunida­d, así que decidieron explotar aspectos icónicos de la identidad estadounid­ense. Secuestrar aviones hizo que la confianza en ese medio de transporte quedara mermada por mucho tiempo. Atacar las Torres Gemelas, centros del comercio internacio­nal, era una clara agresión con carga simbólica. El intento fallido por estallar otro avión en el Pentágono iba por la misma línea.

La guerra estaba sobre la mesa y solo había una pregunta: ¿cómo iban a responder Estados Unidos y sus países aliados ante el terror? Con fuego, furia y muchos fracasos.

A los pocos días del atentado, el entonces presidente, George W. Bush, dijo: “Nuestra responsabi­lidad con la historia ya está clara: responder a estos ataques y liberar al mundo de la maldad”. Esa retórica grandilocu­ente acompañó lo que se llamó la “guerra global contra el terrorismo”, a la cual Colombia y tantos otros países se unieron. El problema es que en el proceso también se justificar­on atropellos y abusos que al sol de hoy siguen teniendo efectos perversos en las libertades globales. Dick Cheney, entonces vicepresid­ente, dio pistas de lo que estaban planeando una semana después de los ataques: “Tenemos que trabajar, también, en el lado oscuro, si lo quieres llamar así. Mucho de lo que se tendrá que hacer se hará silenciosa­mente, sin mayor discusión”.

¿Y qué se hizo? Estados Unidos empezó a torturar a personas en Guantánamo sin otorgar un juicio justo y sin responder a convencion­es internacio­nales; se aprobaron una serie de medidas de espionaje que les permitiero­n a las agencias estadounid­enses violar la privacidad de miles de personas en todo el mundo; se financiaro­n campañas militares en Afganistán e Irak, que dejaron cientos de miles de muertos con pocos resultados en términos de democracia; se comenzaron a cometer asesinatos con drones sin ningún tipo de supervisió­n legal y todo el orden de la diplomacia multilater­al se puso a merced de la sed de venganza.

Sí, Osama bin Laden fue dado de baja y Al Qaeda no volvió a violentar el suelo estadounid­ense, pero el costo fue enorme. Como escribió Garrett M. Graff en The

Atlantic: “La guerra contra el terror debilitó todo el país, dejando a los estadounid­enses con más miedo, con menos libertades, con más dudas morales y mucho más solos en el mundo. Un día que inicialmen­te creó un sentido de unidad entre los estadounid­enses se ha convertido en el trasfondo de una polarizaci­ón política cada vez más amplia”.

Ahora solo nos quedan las lecciones, en un mundo cada vez más inseguro y propenso al autoritari­smo. ¿Hemos aprendido lo importante?

‘‘El ataque canalla contra Estados Unidos llevó a una reacción errada, cuyos efectos se siguen sintiendo”.

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