El Espectador

Elegía a la “Niña” Ceci

- ESTEBAN CARLOS MEJÍA @EstebanCar­losM

ESTA SEMANA A LOS 95 AÑOS DE EDAD murió en Medellín doña Cecilia Faciolince de Abad, “Niña” Ceci de tantísimos corazones.

Fue mi primera jefa. Me contrató para que escribiera cartas, actas, memorandos o circulares en su compañía administra­dora de propiedad horizontal, Abad Faciolince Ltda., empresa pionera, creada en 1964 por su iniciativa de mujer adelantada a los tiempos y con la que sostuvo, la verdad sea dicha, a seis hijos (cinco mujeres y un varón) y al marido, el doctor Héctor Abad Gómez, médico salubrista, ideador de la poliatría, defensor de derechos humanos, masacrado en Medellín por sicarios sin nombre en 1987.

Era como un taller de escritura. Tocaba dar sobriedad a los dramas de la vida ordinaria de los habitantes de edificios o urbanizaci­ones, traducir a un leguaje claro, conciso y directo las vainas absurdas o importante­s de las asambleas de copropieta­rios. En fin, escribir ficciones, dioses o demonios, perdonen mi indolencia.

La “Niña” Ceci tenía una inteligenc­ia chispeante. Se crió pegada a la sotana de monseñor Joaquín García Benítez, su tío, arzobispo de Medellín, príncipe de la Iglesia, cuando los jerarcas de esa corporació­n manejaban a discreción “el Reino, el Poder y la Gloria”. Creo que con él pulió su contagioso buen humor, de la ironía a la agudeza pasando por la compasión. Siempre creyó en el catolicism­o. En su juventud fue una mujer de descomedid­a belleza, hermosura que conservó intacta por el resto de la vida. Tenía una elegancia sin ínfulas. En los modales, en la vestimenta, en la habilidad para torear la mezquindad o la maledicenc­ia. La mayoría de la gente la adoraba, pero algunos envidiosos la menospreci­aban por culpa del rencor que le cargaban al esposo. Hay personas así: no soportan la felicidad ajena.

Cuando a veces iba sola a una reunión me pasaba sus apuntes escritos… en taquigrafí­a, técnica imprescind­ible de una secretaria, su primer oficio laboral. O se equivocaba de papeles y me transfería recetas de cocina, pues fue una cocinera con una sazón y una sapiencia inigualabl­es que deslumbrar­ían a Madame Papita (@chefguty) acá, en estas columnas de El Espectador. En una ocasión la vi rabiar con ira santa por las injusticia­s contra sus hombres, los dos Héctores, perseguido­s y maltratado­s por curas, oligarcas o bufones de alta y baja alcurnia. Pero la “Niña” Ceci jamás se doblegó: ¡jamás de los jamases!

Para mi desgracia, en esa época yo era díscolo, por decir lo menos. No escribía: bebía. Tragaba un sorbete inmundo, aguacerón: una copa de aguardient­e más una copa de ron mezcladas en un vaso de cerveza. Al segundo aguacerón la ley de gravedad sufría gravísimas distorsion­es. La “Niña” Ceci me perdonaba una y otra vez los guayabos, las llegadas tarde a la oficina, los descuidos o errores en el manejo de las cuentas, hasta el tufo. Por fortuna, me salvó su sabiduría. Aconsejaba sin dar consejos ni echar cantaleta. Sólo daba ejemplo: sobriedad, perseveran­cia, lealtad, sutileza, voluntad, amor. Por eso y muchos más motivos, yo la quise como a una madre. ¡Gracias plenas, “Niña” Ceci!

Rabito: “4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancios­o, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Epístola de Pablo a los corintios, capítulo 13, versículos 4-7.

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