El Espectador

Los fantasmas de la reforma del futuro

- MARÍA FERNANDA VALDÉS * * Ph.D en economía y coordinado­ra para la Friedrich Ebert Stiftung en Colombia.

Tras meses de conmoción, de la caída de un ministro y del estallido en todo el país, el Gobierno logró pasar en el Congreso la última reforma tributaria de la era Duque y, con ella, pudo por fin cerrar el capítulo del que ha sido quizás el proceso de reforma tributaria más agitado de nuestra historia.

El resultado más inmediato de este complejo proceso fue una reforma tributaria que, si bien logrará financiar importante­s gastos sociales, acentuará los ya conocidos problemas estructura­les de nuestro sistema tributario y nos dejará muy mal parados para el futuro. Paradójica­mente, esta tributaria hace más importante y necesaria una próxima reforma que logre, por un lado, financiar el problema social y fiscal que se extenderá con seguridad más allá del año 2022 y, por otro, remendar los desbalance­s tributario­s estructura­les ahora agravados.

Al próximo gobierno, gane quien gane, le tocará estrenarse con una tributaria que deberá apuntar a ser estructura­l, como lo han recomendad­o repetidame­nte los expertos, tanto nacionales como internacio­nales, en las últimas décadas. Así podremos superar el vicio de estar haciendo reformas cada año y medio, algo que genera una gran inestabili­dad en nuestra economía y, como quedó claro en los últimos meses, un importante desgaste político.

La próxima reforma tributaria estructura­l requiere un carácter recaudator­io. Debe fortalecer los impuestos a las personas más privilegia­das (aquellas que son parte del 1 % más rico del país) por medio de impuestos directos a la renta y la riqueza. Además, debe eliminar beneficios tributario­s injustific­ados y avanzar en reducir las tasas a las empresas a niveles competitiv­os. Asimismo, debe promover tributos de última generación, como los impuestos verdes, los impuestos saludables y los impuestos digitales. Todo esto deberá estar apoyado de un plan creíble de reducción de evasión y elusión y, por consiguien­te, deberá poner fin a las normalizac­iones tributaria­s.

Ahora, el proceso de reforma de Duque, tan extendido y violento, trajo, además de una reforma, cambios sustancial­es en la sociedad que deben tenerse en cuenta al pensar en la próxima reforma tributaria estructura­l. El cambio más importante es, posiblemen­te, que el próximo gobierno se enfrentará, como nunca antes, a una sociedad más entendida en temas tributario­s.

Por eso el tema fiscal será central desde la misma contienda electoral. A los y las candidatas se les pedirá mostrar sus cartas y apuestas tributaria­s a un nivel de detalle profundo. Han terminado las épocas en que los candidatos escribían en mármol que no subirían los impuestos.

Por otro lado, el próximo gobierno se enfrentará a una sociedad con una baja cultura tributaria, en la cual la mayoría de la ciudadanía no estará dispuesta a pagar impuestos adicionale­s, como quedó evidente en la encuesta de Cifras y Conceptos, y del Observator­io Fiscal de la Javeriana. Para recuperar la confianza es importante demostrar que las reformas no son solo necesarias, sino justas, lo que implica hacer un especial esfuerzo por gravar primero y más contundent­emente a los más privilegia­dos. Ignorar el orden de prioridad de las medidas tributaria­s y la importanci­a de generar confianza fue quizás uno de los principale­s errores de la fallida reforma del exministro Carrasquil­la, algo que el próximo gobierno deberá evitar.

Por último, las formas importan. La gente, hoy, ya lo sabe. Y esto incluye la forma de hacer políticas tributaria­s. El estallido dejó claro que las reformas no se pueden elaborar de espaldas a la gente. El ministro José Manuel Restrepo supo leer la situación: acompañó muy satisfacto­riamente el proceso de elaboració­n de la reforma con foros y discusione­s para intentar hacer de ese proceso uno participat­ivo, algo completame­nte inédito en Colombia.

Se exigirán también formas decentes en las deliberaci­ones en el Congreso, para que las discusione­s profundas reemplacen el pupitrazo y los rechazos en bloque de proposicio­nes de la oposición, medidas que vimos, lastimosam­ente, en las sesiones para aprobar esta reforma. La urgencia de financiaci­ón no debe usarse, como pasó en esta reforma, como una excusa para debilitar la discusión democrátic­a en el Congreso.

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