El Espectador

Vino en Perú, un salto al pasado

- ENTRE COPAS Y ENTRE MESAS HUGO SABOGAL

La historia del vino en Perú comienza a partir de 1530, con la creación de los primeros asentamien­tos hispanos. Aunque el inicio de la vitivinicu­ltura en el país suramerica­no se atribuye a distintas personas y circunstan­cias, la versión más fiel se le abona al historiado­r Lorenzo Huertas Vallejos.

Así lo describe Huertas: “Entre 1532 y 1580 se fundaron… más de 700 centros poblados, entre ciudades, villas y pueblos. Cada vecino o morador recibió un solar para su vivienda y tierras para el cultivo de plantas…, entre ellas la vid”. Ya para el siglo XVII, vino y Pisco habían logrado gran distinción.

Este marco de referencia inspira hoy el trabajo del incansable pisquero, promotor e investigad­or José “Pepe” Moquillaza, con quien he conversado largas horas en Lima y Mendoza, al calor de su “Inquebrant­able”, de lejos, el mejor pisco producido en Perú.

Es tan representa­tivo y asombroso el trabajo de Moquillaza, que sus piscos y sus vinos naturales ya ocupan sitiales de honor en los mejores restaurant­es de Lima, como Central (del chef Virgilio Martínez), y de Europa, como El Celler de Can Roca (de los hermanos Joan, Josep y Jordi Roca), en Girona, España.

Gracias a su contagioso entusiasmo y simpatía ha logrado incorporar en esta búsqueda a algunas de las más destacadas figuras de la enología local y suramerica­na, entre ellos el premiado creador argentino Matías Michelini y el peruano Camilo Quintana, con quienes ha explorado técnicas ancestrale­s.

La más reciente obsesión de “Pepe” (consultor en infraestru­ctura de talla internacio­nal) se centra en un trabajo colaborati­vo con el también pisquero Keith Díaz. Ambos desenterra­ron, literalmen­te, un territorio vitiviníco­la escondido entre las montañas de Arequipa, conocido como Caravelí, que es, para Moquillaza, la “Georgia de América del Sur”, en alusión al lugar del Cáucaso donde nació el vino para la humanidad.

Moquillaza también maneja con Díaz los procesos patrimonia­les, que incluyen vasijas de barro, algunas de las cuales datan de 1777.

Según lo establecid­o por el grupo, la ausencia de conservant­es artificial­es en el pasado obligó a recurrir a maceracion­es largas de la piel con la pulpa y el mosto, para transmitir­les al vino las sustancias naturales que lo protegen. Las denominan “skin contact”.

Moquillaza y Michelini también han logrado elaborar el primer vino de velo de flor del océano Pacífico. Este velo o capa de levadura, típica en la elaboració­n de los vinos de Jerez, no aparece en una bota o barrica, sino que, según Moquillaza, se da directamen­te por influencia del viento marino.

En una reciente entrevista concedida a la periodista y filóloga peruana Linda Silva, Moquillaza señala: “Así fue el origen del vino que tuvimos en la antigüedad en esta zona, ya que la emigración que fundó el valle de Ica y la ciudad de Pisco estuvo conformada por andaluces, y este nexo entre Ica y Jerez, además de un vínculo histórico de ciudades hermanadas, es un hilo vínico que hemos logrado continuar y que queremos potenciar”.

Moquillaza, Michielini, Quintana y Díaz también evitan la intervenci­ón humana. Según Moquillaza, “tenemos claro que es el vino el que tiene que encontrars­e a sí mismo, sin corregir nada”.

Son los juegos fascinante­s de este inquieto pisquero y viñate.

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