El Espectador

El demonio de los Orteguillo­s

- HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

A VECES EN LA VIDA UNO TIENE LA suerte de conocer personas, unas pocas personas, que son la encarnació­n de la rectitud, de la seriedad y la solidez intelectua­l, de la integridad moral y de la buena fe. Son seres humanos en los que uno puede confiar plenamente, a quienes les podría revelar secretos, consultar dilemas, dar en custodia tesoros, encomendar a los hijos… Una forma indirecta de confirmar esa percepción de integridad, es que estas personas despiertan un odio instintivo en los corruptos, en aquellos que tienen el alma podrida, en quienes se han entregado a lo contrario: al despotismo, la tortura, la codicia, el abuso, la violación, el despojo y al ejercicio cotidiano del robo y la maldad.

Un ejemplo cabal de hombre recto y confiable es el gran escritor nicaragüen­se, Premio Cervantes, ex vicepresid­ente sandinista, Sergio Ramírez Mercado, que cumplirá 80 años en 2022. Y sus enemigos jurados, sus antagonist­as repugnante­s, no son otros que la pareja de pequeños dictadores despreciab­les de una sufrida exrepúblic­a, hoy bajo el yugo de una biarquía apestosa, la configurad­a por ese connubio tropical de ladrones y cómplices que creen que Nicaragua es, como lo fue para los Somoza, una hacienda de familia: Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Pues bien, este Daniel Ortega, acusado de violación por su propia hijastra, Zoilaméric­a Narváez Murillo, de quien abusó desde los 12 años hasta que ella se atrevió a hablar, logró consolidar su pequeño imperio centroamer­icano imitando a Calígula (eliminando, exiliando o encarcelan­do a sus opositores) y comprando el silencio cómplice de la madre de Zoilaméric­a, Rosario Murillo, dándole la mitad del poder. Su hija, socióloga exiliada en Costa Rica, dijo recienteme­nte a la Deutsche Welle que su madre “es una persona que, por su propia historia, ha decidido llenar y resolver todos los factores de su personalid­ad usando el poder. Es decir, el poder se convierte no únicamente en la razón de su vida, sino también en el antídoto para solventar todas las cosas de su vida; el dolor que una madre puede sentir por reconocer a su hija abusada, fue resuelto con dosis de poder que le permitiero­n justificar su acción personal, en nombre de lo político. Estamos hablando de una identidad únicamente posible apegada al poder”.

Y bien, esta biarquía de déspotas, los Orteguillo­s, acaba de acusar al buen Sergio Ramírez, mediante su fiscalía de bolsillo, ante jueces escogidos por ellos mismos, de casi todos los delitos existentes e incluso de uno difícil de tipificar: “endemoniad­o”. No lo acusan tampoco de abuso y violación sexual para no despertar la memoria de su propio crimen, y omiten también el abigeato, para no confundir con palabras raras a una población que solo recibe noticias a través de los medios de comunicaci­ón propiedad de ellos o de sus hijos. Han ordenado allanar su casa, que conozco bien, y donde solamente hallarán libros, obras de arte y una despensa bien surtida por la hospitalar­ia Tulita. Sugiero a los gendarmes, para que la patraña les quede bien hecha, que lleven y entren al escondido todo lo que no van a encontrar: dólares, armas, cocaína, opio, heroína, instrument­os de tortura y todo lo demás que se les ocurra. Con eso podrán armar su pantomima.

Calígula (boticas) Ortega y Agripina Murillo, quizá montados en su caballo Incitato, han presentado su orden de detención contra el íntegro y sabio Sergio Ramírez. En ella se lee que es lavador de dinero y activos, conspirado­r, provocador y escritor que actúa “en menoscabo de la integridad nacional”. Por supuesto, cuando la biarquía considera que todo íntegro el territorio de Nicaragua les pertenece a ellos dos, cualquier persona valiente e íntegra es un peligroso enemigo. Como lo son también los siete precandida­tos presidenci­ales que, como denuncia el mismo Ramírez, “se encuentran presos en las mazmorras de la misma familia”. Algún día, como cayeron los Somoza, caerán también los Orteguillo­s.

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