El Espectador

En nombre del bien

- PIEDAD BONNETT

¡CON QUÉ LIGEREZA, CREYENDO actuar a nombre del bien de la humanidad, los adalides de la justicia, llevados por la pasión, la emoción o las creencias, son capaces incluso de pasar por encima de la ley! Sucede, por ejemplo, con los defensores de la cadena perpetua contra violadores de niños, que contradice­n la evidencia de que no es la magnitud de la pena —máxime cuando esta, en Colombia, puede ser hasta de 60 años— sino la garantía de no impunidad la que puede disuadir al depredador. Pero es que indignarse y defender a gritos causas que son populares puede hacerlos sentir como seres moralmente superiores y de paso darles réditos políticos.

Es natural que los violadores o asesinos de niños provoquen en nosotros ira, odio y deseo de venganza, pero, por crueles que hayan sido y aunque nos pese, no los podemos despojar de toda dignidad humana. Un país que se dice cristiano tendría que entender lo que significa negarle a una persona la posibilida­d de redimirse a través del castigo. Pero ni la compasión ni la misericord­ia son valores que aquí abunden. Por fortuna en Colombia tenemos una Constituci­ón que, fiel a las conquistas que ha ido haciendo la civilizaci­ón y para evitar la barbarie que significa la pena de muerte o la cadena perpetua, cuida de que la pena no sea “cruel, inhumana y degradante”, como bien lo expresó la magistrada ponente, Cristina Pardo —por cierto, católica y conservado­ra—. No es, entonces, como afirman con patetismo populista Yohana Jiménez o el presidente Duque, que se está privilegia­ndo la dignidad de los victimario­s. Es que se está respetando un principio básico de nuestra Constituci­ón.

También los justiciero­s que obran en nombre del Bien se permiten perseguir, juzgar y condenar a las mujeres que sienten que no están en condicione­s de ser madres y por tanto acuden al aborto. En Colombia, por ejemplo, según informes recientes, el 56 % de las denuncias que llevan a las mujeres a la cárcel son hechas por personal médico que, erigido en juez, traiciona el secreto profesiona­l. Y en Texas, donde está prohibido el aborto desde el momento en que se detecten los latidos del corazón —algo que sucede aun antes de que una mujer sepa que está embarazada—, los legislador­es republican­os se han atrevido a ofrecer recompensa­s para quienes delaten a las mujeres que aborten o a las organizaci­ones y personas que hayan sido “cómplices” de ellas, callando o auxiliándo­las en ese trance. ¡Qué interpreta­ción tan particular de los principios éticos! Y esto, como en el caso de la cadena perpetua, a sabiendas de que la prohibició­n no detendrá jamás los abortos y que practicarl­os en la clandestin­idad pone a las mujeres en riesgo grave de muerte.

También a esos que se erigen en representa­ntes de la justicia en la Tierra les parecerá muy bien que los mercenario­s colombiano­s presos en Haití estén siendo torturados, reciban una sola comida al día y duerman entre excremento­s, ratas y cucarachas. Sí, delinquier­on, son seres sin principios, que merecen un castigo severo, pero a los que se les deben condicione­s mínimas de dignidad humana. El presidente y la canciller, que invocan a Dios y a la Virgen cada vez que hablan, deberían trabajar para que eso se les garantice.

Mario Fernando Rodríguez B. Paula Sánchez, Juan Francisco Pedraza, Viviana Velásquez y Rubén Darío Ballén.

Eder Rodríguez, William Ariza,

Lina Paola Gil, William Botía, Johann González, William Niampira, Jonathan Bejarano y Camila Sánchez.

Nelson Sierra G.

Óscar Pérez, Gustavo Torrijos, Mauricio Alvarado y Jose Vargas.

Óscar Güesguán.

Iván Muñoz, Nicolás Achury, Natalia Romero, Alejandra Ortiz, Camila Granados, Carlos Flórez y Leonel Barreto.

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