El Espectador

Sobre Carrasquil­la y amiguismos presidenci­ales

- RODRIGO UPRIMNY* * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

AL MENOS POR CUATRO RAZONES, EL nombramien­to de Alberto Carrasquil­la en la Junta del Banco de la República es democrátic­amente inaceptabl­e, aunque pueda ser legal y Carrasquil­la sea técnicamen­te un buen economista. Este nombramien­to expresa, además, una práctica del gobierno Duque de amiguismo y copamiento de institucio­nes independie­ntes que pone en riesgo el Estado de Derecho.

Primero, este nombramien­to es una bofetada a las protestas y a la idea misma de responsabi­lidad política. El estallido social se desencaden­ó como respuesta a la reforma tributaria de Carrasquil­la. Su renuncia era la mínima responsabi­lidad política por ese garrafal error, pero ahora termina premiado con un alto cargo de cuatro años. ¿En qué queda el respeto a la indignació­n popular y a la responsabi­lidad política? Esperamos que no ocurra ahora algo semejante con Karen Abudinen y que el presidente la premie con un alto cargo por su costosa incompeten­cia como Mintic.

Segundo, este nombramien­to afecta gravemente la credibilid­ad y la independen­cia de la Junta, por la cercanía de Carrasquil­la al Gobierno pues hace sólo algunas semanas era su ministro de Hacienda y ahora deberá tomar en la Junta decisiones que inciden sobre este gobierno. Además, Duque ya nombró a cuatro de los integrante­s de la Junta, debido a las renuncias de algunos codirector­es, y en ella tiene también asiento el actual ministro de Hacienda, con lo cual seis de los siete integrante­s de la Junta le son cercanos.

Tercero, Duque reemplaza con un hombre a una codirector­a mujer. Queda una junta de seis hombres y una mujer, una composició­n de género anacrónica, sobre todo con tantas mujeres que son excelentes economista­s.

Finalmente está el problema de la propia coherencia de Carrasquil­la, quien defendió, como académico, en un texto de 2001, que para proteger la independen­cia de la Junta no deberían ser nombradas en ella personas que hubieran ocupado cargos en el ejecutivo en los dos años anteriores. Todos podemos modificar nuestra opinión, pero, por coherencia, debemos explicar ese cambio, que además es sospechoso cuando nos beneficia. En todo caso, no conozco ninguna refutación del exministro Alberto Carrasquil­la a la opinión del exacadémic­o Alberto Carrasquil­la.

Todo esto ya es grave, en lo cual coincido con unos excelentes trinos de Leopoldo Fergusson sobre el tema. Pero la cosa es aún peor pues este nombramien­to no es un error aislado de Duque, sino que hace parte de su estrategia de copar con amigos, no siempre muy competente­s, los organismos independie­ntes, como la Fiscalía, la Procuradur­ía, la Defensoría o el Centro Nacional de Memoria Histórica. Al hacerlo, el presidente pudo haber respetado formalment­e las reglas jurídicas, pero incurre en prácticas que erosionan la separación de poderes y desconocen la distinción entre gobierno y Estado. El presidente tiene todo el derecho a nombrar en el Gobierno a quienes lo apoyan, pero tiene, como jefe Estado, el mandato constituci­onal de proteger la separación de poderes y la independen­cia de ciertos órganos de Estado.

En su conocido texto “Cómo mueren las democracia­s”, Levistky y Ziblatten insisten en que la superviven­cia de las democracia­s no depende sólo de las reglas constituci­onales sino también de ciertas prácticas institucio­nales no escritas pero que se respetan, como que un presidente no nombra en la Junta a su exministro de Hacienda. Duque ha desconocid­o esas prácticas y está entonces poniendo en grave riesgo nuestra débil democracia. Y eso sin hablar de su tentativa ahora de copar incluso la cultura con el veto gubernamen­tal a algunos de nuestros mejores escritores para participar en la Feria del Libro de España, por ser críticos del gobierno.

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