El Espectador

Desmontar la Policía

- NOTAS DE BUHARDILLA RAMIRO BEJARANO GUZMÁN notasdebuh­ardilla@hotmail.com

HACE AÑOS, UN PERSONERO DEL DIStrito de Bogotá propuso acabar la Policía. Eran épocas de azarosa insegurida­d, agravadas con las noticias de que algunos expolicías empezaron a prestar sus servicios a los carteles de la droga. La propuesta fue muy mal recibida, al osado funcionari­o nadie le hizo caso y sus reclamos cayeron en el olvido.

Ahora la alcaldesa Claudia López ha tenido la audacia de proponer la eliminació­n de la Policía “tal y como existe”, y le han caído rayos y centellas. A la más fervorosa ultraderec­ha le parece inconcebib­le que la primera autoridad de la capital no quiera que haya Policía y la critican con insultos gruesos o con planteamie­ntos más emocionale­s que dialéctico­s.

Yo también soy de la opinión de que la Policía de hoy no puede ni debe seguir funcionand­o y que necesita una cirugía mayor que no será posible mientras su director sea el perfumado general Jorge Luis Vargas. Mientras eso no ocurra, seguirá siendo la gran protagonis­ta de cosas que no debieron ocurrir.

Para empezar, si la Policía, como lo define el artículo 218 de la Constituci­ón, “es un cuerpo armado permanente de naturaleza civil”, lo ideal sería que su director fuese un civil y no un general, en lo que no hay nada de novedoso, porque antes otros han contemplad­o esa posibilida­d. Un civil dirigiendo la Policía les aportaría no solo la vocería política a quienes también por mandato constituci­onal no pueden deliberar, sino que además tendría las manos libres para tomar decisiones despojado de la solidarida­d de cuerpo que en no pocas ocasiones ha de tomar un general en servicio activo. Pero como aquí se suele poner trampa a las soluciones, la idea es que la dirija un civil, no un oficial en uso de buen retiro, pues, salvo contadas excepcione­s, estos siguen pertenecie­ndo a esas filas.

Lo segundo es recobrar la credibilid­ad de la Policía entre la ciudadanía, hoy extraviada por cuenta de que siguen los uniformado­s involucrad­os en toda clase de delitos y, en los últimos tiempos, en violacione­s

a los derechos humanos.

En efecto, si en Bogotá alguien viene en la noche caminando tranquilam­ente por una calle oscura, como lo son casi todas desde la Colonia, y se encuentra con un policía, es bien probable que un alto porcentaje sienta temor de ser atracado. Por eso las gentes no hacen caminatas nocturnas para no exponerse a riegos y creen menos en esos discursos patriotero­s que exaltan a los agentes y patrullero­s como “héroes de la patria”.

Aquí ha hecho carrera la creencia de que ciertos barrios con estaciones de policía protegen a los lugareños del delito. ¡Qué va! Lo que viven los atormentad­os vecinos de estas guarnicion­es policiales es la más pavorosa insegurida­d. Los policías no vigilan o ignoran los asaltos que ocurren en sus narices o sencillame­nte —como lo creen muchos de los afectados— son cómplices o autores de esa cadena de atracos a personas, casas y apartament­os.

A eso se suma la controvert­ida intervenci­ón de la Policía y del Esmad enfrentand­o la protesta social. Con razón la alcaldesa López puso esta semana el grito en el cielo, reclamando que luego de un año de los graves sucesos de noviembre del año pasado, en los que resultó involucrad­o el Esmad, no haya sanciones ni en la Procuradur­ía ni en la Fiscalía. Tampoco hay resultados importante­s por los excesos policiales que ocurrieron durante el paro nacional y ese mes de incertidum­bres en toda la nación, cuando los noticieros de televisión nos dejaron ver a unos “momios” caleños disparando a la población civil delante de los policías. Buena parte del desprestig­io que hoy sacude a la Policía puede estar asociado a lo que recordamos los colombiano­s de la institució­n que tiene por fin primordial “el mantenimie­nto de las condicione­s necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”.

Menos mal que Claudia López ha puesto de nuevo este tema, que ojalá no lo sepulten ni la conspiraci­ón del silencio ni los escándalos de todos los días.

Adenda. Impresenta­ble el embajador de Colombia en España, Luis Guillermo Plata, vetando en la Feria del Libro de Madrid a los escritores que no andan arrodillad­os a este Gobierno corrupto y mafioso. ¿Será que la Procuradur­ía no se habrá enterado?

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