Cuidar la Corte Constitucional
AUNQUE EL PANORAMA DEL DErrumbe institucional es aterrador, más o menos hemos venido conviviendo con eso. Como si la sociedad se diera baños permanentes de teflón y tomara a diario goticas de valeriana.
Se sabe (Invamer #144) que los partidos están en la olla; el Congreso, ni se diga; los órganos de control, en ruinas. Pero todo esto se ha vuelto parte del paisaje. Hay un escepticismo de base que se ha convertido en modo de vida. “Lo que nos tocó”, decimos resignados. País sin esperanza. Se salvan, según la misma encuesta, los empresarios, la Iglesia católica y, raspando, los militares. Pero, en cambio, la Policía, que debería ser más cercana a la gente en una democracia, es paciente crítico. Grave, porque el primer eslabón del Estado de derecho es la Policía. Pero la tapa: el último eslabón del Estado de derecho, que es la Corte Constitucional, también ha sido afectado por la enfermedad: 58 % desfavorable frente a 31 % favorable. Esta es inexplicable. En efecto, el ADN de la Corte ha sido aplicar los derechos. Una mirada panorámica de su papel merecería reconocimiento entusiasta. Una Corte que se la ha jugado por el respeto a la diversidad, la igualdad real de oportunidades, la política social incluyente, la extirpación de millones de injusticias, la preservación de las libertades, la anulación de los intentos de deformar la arquitectura constitucional genuinamente democrática, en fin, el jugador más importante en la búsqueda de una sociedad alejada de la arbitrariedad y el atropello.
Es muy probable que la Corte esté simplemente siendo arrastrada por el derrumbe general. Una especie de descalificación de rebaño. Ha terminado golpeada por falta de distanciamiento social. Como parte que es del pantanero nacional, así sea la más injusta, absurda y desproporcionada de las condenas.
Arriesgo dos hipótesis. Hay una cota alta de desfavorabilidad bastante obvia. Partidos, Congreso y guerrilla. Ahí no está la Corte, que se ubica en la capa media donde también está la Corte Suprema (aunque sube peligrosamente) y, para sorpresa aún mayor, la junta del Banco de la República. Es difícil explicar esta última, cuando su gestión solo la entienden los expertos. Han sido los ataques al “sistema judicial” y a la Suprema los que han condimentado esta extraña situación. Y, por otro lado, el eje de la caída es la desaprobación de los presidentes. En ese horno crematorio se cuece la debacle general.
No creo que el porcentaje de desaprobación de la Constitucional provenga de los ataques de los sectores más retardatarios de la sociedad. Tal vez, eso sí, pague un precio en la élite inmovilista por su carácter audaz. Como ocurre con todos los precursores. Pero esta porción termina siendo ínfima.
Como sea, hay que hacer una movilización en defensa de la Corte Constitucional, pilar de nuestra débil democracia.
Coda. No escapan al desastre los medios de comunicación. Curioso porque, aunque son depositarios de poder, no pertenecen al elenco de las instituciones formales. Pero una condena tan alta en la opinión ¿no les debe merecer un poco de reflexión?