El centenario de Virgilio Barco Vargas
EL PRÓXIMO 17 DE SEPTIEMBRE SE cumplen 100 años del nacimiento de uno de los presidentes más ilustres que ha tenido Colombia. Durante más de 30 años la vida me deparó el privilegio de haber conocido de cerca a Virgilio Barco. Más que un político avezado, experimentado y audaz, como en su día lo calificó Leopoldo Villar Borda, Barco era transparente y frentero. Liberal en el sentido más amplio de la palabra, a él nunca se le hubiera pasado por la mente asumir, como Santos, que “la traición es casi la regla y no la excepción en la política”, porque él no era ladino, mucho menos traicionero. Para Villar, Barco fue injustamente tratado por los historiadores recientes y de alguna manera por sus contemporáneos. Malcolm Deas, otro de sus principales historiógrafos, relata: “[Barco] no fue un hombre que ofrezca atractivos inmediatos a un biógrafo. No era un gran orador, ni poseía el trajinado atributo del carisma; no era maquiavélico, ni excepcionalmente malicioso y no fue el objeto de muchas anécdotas. Fue siempre digno, discreto, austero, para muchos distante”. Deas cierra su biografía con la siguiente observación: “A mí me parece [Barco] profundamente serio, sin ser solemne, con el necesario orgullo, pero sin ningún vestigio de vanidad, siempre responsable, a veces audaz, consciente de sus límites —que no son lo mismo que sus limitaciones—, un servidor público incansable, un realista con profundo sentido ético. En una palabra, y en pleno sentido de esa palabra, admirable”.
Pocos han puesto en evidencia la enorme similitud entre el país que encontraron tanto Duque como Barco, herencia que legaron dos presidentes que adelantaron malogrados intentos de paz. Para Malcolm Deas, “Barco heredó de Betancur un proceso de paz en malas condiciones: desprestigiado, confuso y débilmente estructurado”. El historiador añade que “sus [las de Betancur] iniciativas de paz con el M-19 terminaron en el Palacio de Justicia; uno de sus resultados fue una cúpula jurídica que por largo tiempo se sintió herida y resentida. Con las Farc hubo una tregua frágil, en el Eln nada, y las Farc siguieron con su planteado reclutamiento y redoblamiento de frentes”. La herencia que recibió Duque de Santos fue calcada de la que Barco heredó de Betancur: “Un proceso de paz en malas condiciones: desprestigiado, confuso y débilmente estructurado”. La enorme diferencia es que Betancur, por ingenuo que fuera, no era maquiavélico. Al desconocer la voluntad de los colombianos, la paz de Santos fracturó las instituciones y polarizó al país. Betancur y Santos asumieron, el primero con ingenuidad y el segundo con alevosía, que con la paz se acababa el narcotráfico. En un artículo del 2008, el hoy candidato Alejandro Gaviria afirmó: “Colombia, en últimas, debe prepararse para el futuro del narcotráfico después de la derrota (o de la transformación) de las Farc… el marchitamiento de las Farc no representa el fin del narcotráfico”. Santos, teniendo de ministro de Salud a Gaviria y al general Mejía como comandante de las Fuerzas Militares, al eliminar la aspersión y las acciones en contra del terrorismo, garantizó que el narcotráfico tuviera futuro.
Los logros del gobierno de Barco son numerosos, como bien señalan sus biógrafos, desde la importancia política del esquema gobierno-oposición que Barco implementó, las mejoras sociales de corte liberal que impulsó, el exitosísimo y discreto proceso de paz con el M-19, todo ello pasando por unas nuevas relaciones de su gobierno con la prensa, más distantes y menos cómplices de lo habitual.