Colombo-venezolanos
EL LUNES 29 DE NOVIEMBRE DE 2010 la ruptura del terraplén sobre la margen derecha del Canal del Dique dejó cerca de 120.000 habitantes del sur del Atlántico damnificados. ¿Cómo continuó viviendo la población en medio de las inundaciones recurrentes y la crisis económica de la agricultura y la producción lechera? En su trabajo el profesor Alejandro Camargo explica que las comunidades sobrevivieron a punta de las remesas provenientes de Venezuela. De hecho, explica Camargo, por aquel entonces no resultaba exagerado decir que todas las familias del sur del Atlántico tenían al menos un familiar en Venezuela. La migración había ido en aumento desde el fracaso de la reforma agraria en los años 70 y tras el deterioro de los proyectos productivos emprendidos en aquel momento de entusiasmo.
Fue por esa época en que un circuito transnacional de personas y transferencias de dinero de ida y vuelta comenzó a moldear la vida cotidiana del sur del Atlántico. Lo mismo sucedió en otros departamentos del Caribe y en Santander y Norte de Santander, en donde, además de pobreza y proyectos de desarrollo abandonados, los coletazos del conflicto armado hicieron parte de historias de migración por tres décadas. La frontera con Venezuela era una oportunidad y una rutina. Los departamentos colombianos también eran venezolanos. Todos entrelazados en relaciones familiares, comerciales, de amistad y supervivencia. En un comienzo había mejores sueldos y trabajo agrícola, pero en 2010, en medio de la crisis económica venezolana, muchos empezaron a trabajar de vendedores ambulantes.
Poco después la crisis empeoró e inició la historia que ya todos conocemos. De allá para acá.
De acuerdo con la última encuesta de Calidad de Vida revelada por el DANE la semana pasada, cuatro de cada diez migrantes venezolanos enfrentan grandes privaciones en servicios de salud, educación, empleo, bienestar y vivienda, y siete de cada diez no reciben ingresos suficientes para pagar sus gastos básicos. “Cerca de 30.000 de estos hogares no pudieron acceder a servicios sanitarios entre 2019 y 2020”, explicó el director del DANE a este diario. “La región Caribe es la que más aloja población migrante venezolana en situación de pobreza multidimensional”, aclaró.
“Yo ya era pobre antes de ser más pobre”, le explicó Yorlemis Vargas al periodista José Vargas. “Llegué de Venezuela porque no tenía trabajo y aquí conseguí uno en una fábrica de confecciones, que cerró por la pandemia”, agregó. En este panorama y pese a una historia de gran migración colombiana a Venezuela, cunden expresiones y declaraciones xenófobas. Por su parte, hace noticia la plataforma Barómetro de Xenofobia, que mide los niveles de odio hacia las personas migrantes de Venezuela. Alejandro Daly, codirector del Barómetro, explicó en entrevista con Cecilia Orozco que con este trabajo tratan de “interpretar los mitos que se posicionan en los usuarios de las redes sobre la migración venezolana y producimos información que permita desmentirlos ante la ciudadanía… y combatir el lenguaje xenófobo”. Quizás este tipo de medidas, junto con otras que nos recuerden la historia de migración más larga en que Colombia hizo frente a la guerra y la pobreza rural gracias a Venezuela, puede llevar a menores índices de discriminación.
Sin embargo, nada será posible sin políticas públicas fuertes que reduzcan la desigualdad entre migrantes venezolanos y colombianos. Como nos recuerda el escritor norteamericano Ibram X. Kendi, las políticas que no propenden por la igualdad pueden llevar a ideas racistas. Las ideas racistas, o en este caso xenófobas, se derivan en parte de políticas que no combaten la desigualdad entre grupos. “Si quieres cambiar corazones y mentes, cambia la política y los corazones y las mentes seguirán”.