El Espectador

Algo quieren decir estos incendios

- WILLIAM OSPINA

SE HAN NECESITADO 20 AÑOS PARA comprobar todo lo que gritamos. Que los principale­s perjudicad­os con las invasiones a Irak y a Afganistán iban a ser los Estados Unidos y la arrogante política de Occidente, que cree que es posible sembrar la democracia con bombas y con crímenes, predicar la libertad con metralleta­s y convertir las verdades de una cultura en el destino obligatori­o del mundo.

El Occidente cristiano denuncia el fundamenta­lismo del islam, pero olvida que su propia religión fue ensamblada con guerras, pulida con cruzadas y remachada con piras infames y con los potros de la santa inquisició­n. Solo le parece malo lo que hacen los otros.

También sentimos hace 20 años que para los invasores la puerta más difícil de cruzar iba a ser la de salida. Que en las guerras es más fácil entrar que salir, y que como dijo el poeta “los grandes naufragios tienen mástiles que sobreviven largo tiempo”.

La especialid­ad de George Bush era cobrarles los crímenes a quienes no los cometieron. Ahora nos cuesta más trabajo creer en las grandes verdades de los políticos porque hace dos décadas le vendieron al mundo entero la idea de unas armas de destrucció­n masiva que no existían y con ella justificar­on varias guerras.

La otra especialid­ad de Bush y de sus halcones era destruir los países para poder financiarl­es la reconstruc­ción. Pero volver a Irak peor de lo que era y dejar a Afganistán a merced de sí mismo les ha costado a los Estados Unidos más de lo que invirtiero­n en tiempos más humanos, y más lúcidos, en el plan Marshall para la reconstruc­ción de Europa.

Obama decidió demorar las soluciones, porque eran dolorosas, porque iban a terminar repitiendo la vergonzosa salida de Vietnam después de una guerra salvaje y perdida. Trump, fiel a su estilo, prefirió crear escándalos mediáticos para ocultar realidades trágicas, reemplazar los hechos históricos por llamaradas de hojalata, convirtien­do sus cuatro años en una farsa cada vez más delirante. Como Biden se toma el mundo en serio, le está tocando cargar sobre sus hombros el peso de esas realidades acumuladas y postergada­s.

¿Qué les hace creer a los políticos que la democracia se construye con negociados, con ejércitos de invasión y con gobiernos títeres? Los Estados Unidos sabían que tenían que salir de Afganistán, porque ni estaban ganando la guerra ni estaban fundando un modelo sostenible, y estaban perdiendo en corrupción en tiempos de crisis más de lo que tenían en tiempos de esplendor, solo para mantener viva la ilusión de que seguían siendo, en los desiertos de Asia, los amos del mundo. Ya no lo son, y eso cada día se nota más. Los problemas en casa aumentan, no han sabido construir un mundo donde la justicia garantice el futuro, y ni siquiera tienen ya un vecindario propicio.

Y sin embargo, en todos estos años de ocupación, llegaron a creerse su propia fábula. Que dejaban en Afganistán un gobierno amigo, un ejército estable, un sistema cómplice. ¿Será posible que una potencia tan llena de recursos, de informació­n, de experienci­a y de diligentes agencias de espionaje pueda engañarse tanto sobre la realidad? Bastó que decidieran retirarse para que, como han dicho los observador­es, el ejército regular se deshiciera como un terrón de azúcar y para que el propio gobierno se pusiera en fuga. Y la retirada, ya humillante, se convirtió en infierno.

Es el fin de una política, pero probableme­nte es también el fin de una época. La época en que las superpoten­cias de Occidente andaban por el mundo imponiendo su ley y su versión de la historia. El islam fue por siglos no solo una religión tolerante sino una cultura de avanzada en la ciencia y la filosofía. Algún día sabremos cuánto influyó en la radicaliza­ción y el fundamenta­lismo de algunas de sus versiones la actitud de Occidente, desde las cruzadas hasta las guerras del golfo.

Ahora sabemos que los Estados Unidos no invertían esos miles y miles de millones de dólares para ayudar a los afganos o para protegerlo­s del fundamenta­lismo sino para intentar mantener su presencia y su influjo en un enclave fundamenta­l de la geopolític­a contemporá­nea. Afganistán forma parte de la vieja ruta de la seda, que ahora es el proyecto central de expansión de la influencia china sobre el mundo.

Así que la retirada de los Estados Unidos tiene un protagonis­ta invisible, la China, que sin salir de su muralla ve cómo su principal adversario internacio­nal se retira del escenario sin poder cubrir su retirada con un ropaje de dignidad o de grandeza.

Si algo nos está dejando este primer cuarto de siglo es la evidencia de unas conmocione­s históricas que nos dicen que el mundo ya no será como antes. Algo anunciaba como en un sueño la caída de las Torres Gemelas, algo antiguo nos recuerdan esas guerras de invasión que la siguieron, algo significan estas muchedumbr­es presionand­o contra las fronteras en todas partes, algo quieren decir estos incendios, estas inundacion­es, estos glaciares a la deriva, estos imperios que huyen. Algo que no acabamos de entender sigue diciendo esta pandemia. Y algo definitivo significa este retorno a Asia a manos de los asiáticos.

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