El ser y el ver
EN UN TEXTO CLÁSICO DE FELSTIner, Abel y Sarat (1980) sobre el origen y la transformación de los conflictos se hace la diferencia entre estas tres situaciones: 1) no ver la injusticia, 2) verla y 3) reclamar por ella. Esta clasificación, que se refiere a lo que ocurre antes de que los conflictos lleguen a las instancias oficiales, muestra que la justicia también depende de los actores que la padecen y no solo del Estado. Pero también muestra que así como puede haber un déficit de reconocimiento de lo injusto o simplemente de lo indebido, de lo problemático, de lo malo, por no verse nada de eso, también puede haber un exceso de reclamo, por verse todo eso en demasía. Pues bien, a mi juicio, esta falta de correspondencia entre hechos y representaciones, o entre el ser y el ver, se ha agravado últimamente con los medios de comunicación y las redes sociales.
Empiezo con el primer problema, es decir, con lo malo que no se ve. Los medios y las redes suelen estar demasiado concentrados (por razones comerciales y políticas) en los acontecimientos del día a día, incluso del hora a hora. Les interesa lo inmediato, no lo importante. Eso impide ver los problemas del mediano y del largo plazo, o en todo caso verlos en su real dimensión. La educación pública de baja calidad y la ausencia de una reforma agraria son, lo he dicho aquí muchas veces, dos situaciones que a falta de solución se han ido normalizando, que es tanto como decir que se han vuelto invisibles. A los medios no les interesan estos problemas estructurales porque su discusión es compleja y su solución lleva muchos años. Lo mismo pasa con el deterioro del medioambiente: sabemos que estamos acabando con la naturaleza, pero no encontramos la manera de ponernos de acuerdo para evitarlo y eso tan complicado no se vende en las redes y los medios, o por lo menos no con la urgencia que se requiere.
Cada época detecta los malos comportamientos que las generaciones anteriores no vieron (el maltrato a las mujeres, por ejemplo). Yo creo que las generaciones futuras nos van a acusar de no haber visto la enorme injusticia que estamos cometiendo con los niños de hoy (los adultos de mañana) al no dejarles, por egoísmo o simplemente por no querer pagar los costos de la solución, un mundo mejor, más viable.
Del otro lado, en los medios y las redes también se ve más maldad de la que realmente hay. Los que más participan son, con frecuencia, los que más vociferan y más escándalo hacen, por eso lo que más se denuncia no es necesariamente lo que más merece ser denunciado. En las redes prospera la indignación virtuosa contra las personas, muchas veces alimentada con verdades a medias o con simples mentiras. También hacen carrera las denuncias efectistas, como el derribo de estatuas de personajes históricos a los que se les condena por el hecho de no haber sido, hace siglos, modernos como nosotros.
Las dos cosas que digo no son excluyentes: una sociedad puede estar llena de maldades o de problemas que no se ven y, al mismo tiempo, de reclamos que se ven más de lo que se justifica. Si pudiéramos, de un lado, sacar de las redes y de los medios a una cantidad de desaforados que aparecen todo el día pidiendo lo imposible o creando escándalos espurios y, del otro lado, incluir a una cantidad de gente razonable que nunca participa, tendríamos una mejor idea de lo que piensa la sociedad. Pero, claro, eso no se puede hacer y mientras tanto tendremos que seguir lidiando con esta esquizofrenia entre el ser y el ver.