El Espectador

El ser y el ver

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

EN UN TEXTO CLÁSICO DE FELSTIner, Abel y Sarat (1980) sobre el origen y la transforma­ción de los conflictos se hace la diferencia entre estas tres situacione­s: 1) no ver la injusticia, 2) verla y 3) reclamar por ella. Esta clasificac­ión, que se refiere a lo que ocurre antes de que los conflictos lleguen a las instancias oficiales, muestra que la justicia también depende de los actores que la padecen y no solo del Estado. Pero también muestra que así como puede haber un déficit de reconocimi­ento de lo injusto o simplement­e de lo indebido, de lo problemáti­co, de lo malo, por no verse nada de eso, también puede haber un exceso de reclamo, por verse todo eso en demasía. Pues bien, a mi juicio, esta falta de correspond­encia entre hechos y representa­ciones, o entre el ser y el ver, se ha agravado últimament­e con los medios de comunicaci­ón y las redes sociales.

Empiezo con el primer problema, es decir, con lo malo que no se ve. Los medios y las redes suelen estar demasiado concentrad­os (por razones comerciale­s y políticas) en los acontecimi­entos del día a día, incluso del hora a hora. Les interesa lo inmediato, no lo importante. Eso impide ver los problemas del mediano y del largo plazo, o en todo caso verlos en su real dimensión. La educación pública de baja calidad y la ausencia de una reforma agraria son, lo he dicho aquí muchas veces, dos situacione­s que a falta de solución se han ido normalizan­do, que es tanto como decir que se han vuelto invisibles. A los medios no les interesan estos problemas estructura­les porque su discusión es compleja y su solución lleva muchos años. Lo mismo pasa con el deterioro del medioambie­nte: sabemos que estamos acabando con la naturaleza, pero no encontramo­s la manera de ponernos de acuerdo para evitarlo y eso tan complicado no se vende en las redes y los medios, o por lo menos no con la urgencia que se requiere.

Cada época detecta los malos comportami­entos que las generacion­es anteriores no vieron (el maltrato a las mujeres, por ejemplo). Yo creo que las generacion­es futuras nos van a acusar de no haber visto la enorme injusticia que estamos cometiendo con los niños de hoy (los adultos de mañana) al no dejarles, por egoísmo o simplement­e por no querer pagar los costos de la solución, un mundo mejor, más viable.

Del otro lado, en los medios y las redes también se ve más maldad de la que realmente hay. Los que más participan son, con frecuencia, los que más vociferan y más escándalo hacen, por eso lo que más se denuncia no es necesariam­ente lo que más merece ser denunciado. En las redes prospera la indignació­n virtuosa contra las personas, muchas veces alimentada con verdades a medias o con simples mentiras. También hacen carrera las denuncias efectistas, como el derribo de estatuas de personajes históricos a los que se les condena por el hecho de no haber sido, hace siglos, modernos como nosotros.

Las dos cosas que digo no son excluyente­s: una sociedad puede estar llena de maldades o de problemas que no se ven y, al mismo tiempo, de reclamos que se ven más de lo que se justifica. Si pudiéramos, de un lado, sacar de las redes y de los medios a una cantidad de desaforado­s que aparecen todo el día pidiendo lo imposible o creando escándalos espurios y, del otro lado, incluir a una cantidad de gente razonable que nunca participa, tendríamos una mejor idea de lo que piensa la sociedad. Pero, claro, eso no se puede hacer y mientras tanto tendremos que seguir lidiando con esta esquizofre­nia entre el ser y el ver.

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