El riesgo de las niñas obedientes
EL PASADO MIÉRCOLES, VARIAS gimnastas del equipo olímpico estadounidense dieron testimonio ante el Congreso de su país de los abusos sexuales que sufrieron por parte del médico de la selección, Larry Nassar. El testimonio de la medallista y varias veces campeona Simone Biles se volvió viral por su contundencia: “Ya es suficiente”, les dijo a los congresistas. Y denunció no sólo los abusos de Nassar, sino también la ligereza con la que todas las personas y autoridades competentes habían abordado las denuncias. Biles fue clara al reprochar cómo el FBI se hizo el de la “vista gorda” mientras las atletas hacían denuncias valientes, sistemáticas y rigurosas. Entre lágrimas, Biles insistió: “También culpo a todo un sistema que permitió y perpetró su abuso”.
La medallista de oro McKayla Maroney también se dirigió a los congresistas. Allí narró cómo a sus 15 años fue abusada por Nassar mientras estaba desnuda en una de las camillas para revisión médica. Además de sentir que iba a morirse, dijo que lo más duro fue que el FBI la minimizara e ignorara al dilatar la investigación y tergiversar sus afirmaciones. Todo esto, mientras Nassar, el médico de las gimnastas, continuaba abusando de sus compañeras.
Esta cultura del abuso la aborda con gran precisión el documental Atleta A, de Netflix. Allí se plasma la forma como operaba Nassar y el desdén de las instituciones destinadas a proteger a las gimnastas. Pero además, y quizá sea este su mayor valor, hace énfasis en los problemas que trae consigo la cultura de la obediencia, en especial cuando se trata de niñas. La disciplina que exige la gimnasia, así como cualquier otro deporte o actividad de alto rendimiento, hace más proclives a sus practicantes a tolerar abusos. El caso de la gimnasia olímpica se agravó cuando en los 70, con Nadia Comaneci, se descubrió que los cuerpos más jóvenes podían hacer más piruetas. Las gimnastas olímpicas comienzan a entrenar desde los seis y ocho años. Toda su vida es una vida de obediencia. Si el FBI les dice “esperen”, ellas “esperan”.
En Colombia existe una cultura del abuso que por años ha dejado en la impunidad a abusadores y violadores. Tenemos autoridades que, al igual que el FBI, ignoran a la víctima o, lo que es peor, la culpan. Tenemos instituciones educativas que cuidan más su buen nombre antes que despedir a docentes llenos de denuncias por abuso. Pero sobre todo tenemos una idea de educar niñas obedientes. Niñas que sonrían y respondan con docilidad. Niñas que aprendan a callar para no quedar como “histéricas, regañonas o pelietas”. Niñas que sepan moderar su voz, sus opiniones y su ira. Niñas que sean dedicadas, juiciosas y resignadas. Niñas que luego serán mujeres “afables, suaves y bien comportadas”.
Quizá sea hora de hacer caso a lo que las sicólogas especializadas en abuso sexual llevan repitiéndonos hace tiempo: hay que educar niñas con criterio, no niñas obedientes. Hay que educar niñas que griten y digan “no más”, como estas valientes gimnastas estadounidenses. Nada de “sí, señor” o “sí, señora”… así se demoren en entenderlo.