Nuevas rutas, viejos debates
EN AGOSTO DEL AÑO PASADO LAS AUtoridades de los Países Bajos encontraron su primer Tranquilandia.
Sobre el laboratorio de la pequeña localidad de Nijeveen, el policía Andre van Rijn afirmó: “Este es el laboratorio de cocaína más grande jamás encontrado” (un dato para revisar, ya que la cocaína alguna vez fue legal y se producía abiertamente en Ámsterdam a partir de las hojas de coca cultivadas en plan colonial en la isla indonesia de Java).
La noticia del laboratorio fue tratada con una mezcla de curiosidad y estupefacción. Algo estaba cambiando radicalmente y todas las miradas se dirigían hacia el gigantesco puerto de Róterdam, el de mayor tráfico en Europa. Con cerca de 200.000 empleados, más de 40 kilómetros y contenedores que vistos desde lejos parecen cajitas de fósforos, había serias razones para la preocupación.
En palabras de uno de los estudiosos del tema, Robby Roks, el puerto tiene una situación geográfica privilegiada que ya es usada para que empresas latinoamericanas transporten productos como frutas. Las rutas que se crean y las líneas navieras ofrecidas les sirven a los narcotraficantes que van “montados a cuestas”.
Un informe reciente de la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito sobre el mercado global de la cocaína confirma el rol que juegan los Países Bajos ( junto con Bélgica) en la llegada y distribución de la droga. El mar del Norte es la nueva península ibérica. El mercado se ha hecho más violento, congestionado y competitivo.
El informe achaca buena parte de la culpa a los cambios en las dinámicas internas colombianas y la diversificación en los canales de suministro tras el proceso de paz con las Farc-Ep. Nada dice, sin embargo, sobre lo aceptado que está el consumo de cocaína en Europa ni sobre la relación entre los delitos y la criminalización de la sustancia.
Un debate que quizá comience a abrirse, por fin, con la llegada de la cocaína al centro de Europa.