El Espectador

En la muerte de un alacrán alado

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

DOS PAROS RESPIRATOR­IOS MATAron a Antonio Caballero el viernes antepasado a las cinco de la tarde. Había fumado con aplicación hasta diciembre del 2012 y tenía dificultad­es para caminar debido a una neuropatía de origen alcohólico. Su amigo Harold Alvarado Tenorio (HAT) asegura que murió de tristeza porque estaba solo y pobre. Había gastado las varias fortunas que se ganó vendiendo a precio de oro 3.544 columnas y 766 crónicas suyas y 350 cuadros de su hermano el pintor Luis Caballero.

Antonio era sobrino de Lucas Caballero, Klim, hijo del novelista Eduardo Caballero Calderón, nieto de un Holguín que fue presidente, biznieto de un Caro que fue poeta «y de unas bisabuelas Holguín Dávila que fueron putísimas, es decir, mujeres adelantada­s a su tiempo», le explicó a Juan Carlos Irragori en el libro-entrevista Patadas de ahorcado.

(Antonio, William, Gabo, Piedad… así nombramos a nuestros autores más queridos, una confiancit­a muy nuestra. Nadie imagina un argentino llamando «Georgie» a Borges ni un inglés diciéndole «Willy» a Shakespear­e).

Aunque podía escribir un ensayo de 700 palabras en 45 minutos sobre cualquier tema divino o humano, la gente lo conocía como analista político. Espigo aquí, sin comillas, opiniones suyas tomadas de Patadas y de Historia de Colombia y sus oligarquía­s:

El establecim­iento le pondrá bolas al problema social cuando los combates se libren en los barrios de estrato 6.

Laureano Gómez, Ospina Pérez y Álvaro Uribe son los manantiale­s de donde brota toda la sangre que anega el país.

El Eln es la única guerrilla de la historia que ha matado más hombres de sus propias filas que enemigos.

Las negociacio­nes del Caguán fueron un doble engaño. Las Farc las utilizaron para fortalecer­se y Pastrana para desarrolla­r el Plan Colombia. «Venía en su helicópter­o, echaba dos chistes y se iba», contaba Tirofijo.

Cuando lo mataron, Galán era un hombre inofensivo que había recibido la bendición de Turbay. De no haber muerto a tiros habría sido un presidente inocuo.

Gaitán era un agitador político y su ideología fue una mezcla de izquierda, derecha, fascismo mussolinia­no, socialismo de Jaurès, demagogia, oportunism­o e improvisac­ión.

Samper salió limpio, o limpiado, porque la Cámara precluyó el caso, es decir que no lo encontró inocente ni culpable (¡plop!).

La «apertura» de Gaviria quebró la agricultur­a y la industria nacionales. Vendió a menospreci­o todas las empresas públicas y los bienes del Estado. Invirtiend­o la flecha de tiempo de su slogan, «Bienvenido­s al futuro», convirtió al país en monoexport­ador de recursos minerales, como en la Colonia.

Uribe trabajó duro en seguridad y en insegurida­d. Millones de desplazado­s, desequilib­rio institucio­nal, falsos positivos, malas relaciones internacio­nales y exacerbaci­ón de los odios nacionales.

Los responsabl­es del desastre llamado Colombia son las oligarquía­s que la han gobernado, concluye Caballero. Para demostrar esta obviedad cita la respuesta de un oligarca, «el más lúcido estadista de los últimos cien años, López Michelsen. Cuando Enrique Santos le preguntó si se sentía parcialmen­te responsabl­e de la debacle del país, López respondió con cínica sencillez: Si soy responsabl­e, no me doy cuenta». (Libro-entrevista Palabras pendientes).

¿Les suena familiar?

Notas. Nos hará falta el coraje de Antonio para llamar por su nombre a paracos, generales, cacaos y guerriller­os; su agudeza para entender la enrevesada ecuación de sangre que es Colombia, y su prosa envenenada para odiarnos mejor.

En la próxima columna comentaré Paisaje con figuras, quizá el mejor libro de crítica de arte y literatura de la historia.

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