Solo miedo
Miedo a vivir. Miedo a explorar y a descubrir, a crear y a innovar, miedo al otro y a lo que diga el otro de uno, a su señalamiento y su condena. Miedo a la moda y a no estar a la moda. Miedo a salirse de esta normalidad, que es esencialmente una virtualidad en la que fuimos naciendo, creciendo, siendo, o mejor, no siendo. Miedo, pánico a mirar hacia afuera de nuestras pantallas, y pánico a pensar siquiera en la posibilidad de que haya otra u otras normalidades, empezando por la realidad de la vida y de todos los días. Temor a vivir por fuera de las pantallas, pero también a no enarbolar las banderas de las normalidades que te anuncian en ellas. Miedo a lo diferente y a lo propio, a que te hablen en la calle, y al mismo tiempo a que te ignoren, sobre todo en la dimensión de lo virtual.
Miedo al odio, al amor y al otro, aunque te encante hablar de otredades. A las bombas y a las balas perdidas, a los virus y las bacterias, al que te observa y al que voltea la mirada, al que canta solo bajo la lluvia y al que juega a patear piedritas chapoteando entre charco y charco, y miedo, pánico supremo a mirarlo y a cantar con él bajo la lluvia. Miedo al pasado, porque el pasado no perdona, como decía Rubén Blades, y miedo al futuro, por supuesto, a todo lo que está por venir. Miedo al hoy y a que pasen las 24 horas del hoy, a una posible libertad, a la independencia, a tratar de volar, y miedo a las cadenas, a los horarios, a desperdiciar eso que llamamos vida. Miedo al país y a todos los países. A la justicia, a las leyes y a la Constitución que queremos transformar día tras día, creyendo que cambiando letras por letras vamos a dejar de sentir miedo.
Miedo a la soledad, al silencio, al rumor del viento, a las tormentas y los rayos, y a los rayos y centellas de los que hablaban las tiras cómicas tiempos atrás, y miedo a las tiras cómicas y a los libros y películas y canciones y pinturas y obras de teatro de antes, por si acaso dicen algo no “políticamente correcto” y alguien te descubre siendo “políticamente incorrecto”. Miedo al disenso, a la controversia, a la polémica, a los contradictores de oficio, como aquellos que asistían a las reuniones de los bolcheviques antes de la Revolución de Octubre. Miedo a Dios, a los ángeles y a los demonios, a las religiones y las biblias, y miedo a los fantasmas, a verse uno en el espejo de su habitación y notar que no ha vencido un solo miedo.