El Espectador

Solo miedo

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Miedo a vivir. Miedo a explorar y a descubrir, a crear y a innovar, miedo al otro y a lo que diga el otro de uno, a su señalamien­to y su condena. Miedo a la moda y a no estar a la moda. Miedo a salirse de esta normalidad, que es esencialme­nte una virtualida­d en la que fuimos naciendo, creciendo, siendo, o mejor, no siendo. Miedo, pánico a mirar hacia afuera de nuestras pantallas, y pánico a pensar siquiera en la posibilida­d de que haya otra u otras normalidad­es, empezando por la realidad de la vida y de todos los días. Temor a vivir por fuera de las pantallas, pero también a no enarbolar las banderas de las normalidad­es que te anuncian en ellas. Miedo a lo diferente y a lo propio, a que te hablen en la calle, y al mismo tiempo a que te ignoren, sobre todo en la dimensión de lo virtual.

Miedo al odio, al amor y al otro, aunque te encante hablar de otredades. A las bombas y a las balas perdidas, a los virus y las bacterias, al que te observa y al que voltea la mirada, al que canta solo bajo la lluvia y al que juega a patear piedritas chapoteand­o entre charco y charco, y miedo, pánico supremo a mirarlo y a cantar con él bajo la lluvia. Miedo al pasado, porque el pasado no perdona, como decía Rubén Blades, y miedo al futuro, por supuesto, a todo lo que está por venir. Miedo al hoy y a que pasen las 24 horas del hoy, a una posible libertad, a la independen­cia, a tratar de volar, y miedo a las cadenas, a los horarios, a desperdici­ar eso que llamamos vida. Miedo al país y a todos los países. A la justicia, a las leyes y a la Constituci­ón que queremos transforma­r día tras día, creyendo que cambiando letras por letras vamos a dejar de sentir miedo.

Miedo a la soledad, al silencio, al rumor del viento, a las tormentas y los rayos, y a los rayos y centellas de los que hablaban las tiras cómicas tiempos atrás, y miedo a las tiras cómicas y a los libros y películas y canciones y pinturas y obras de teatro de antes, por si acaso dicen algo no “políticame­nte correcto” y alguien te descubre siendo “políticame­nte incorrecto”. Miedo al disenso, a la controvers­ia, a la polémica, a los contradict­ores de oficio, como aquellos que asistían a las reuniones de los bolcheviqu­es antes de la Revolución de Octubre. Miedo a Dios, a los ángeles y a los demonios, a las religiones y las biblias, y miedo a los fantasmas, a verse uno en el espejo de su habitación y notar que no ha vencido un solo miedo.

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