El Espectador

Cosas más importante­s

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

DICEN ÚLTIMAMENT­E LOS LÍDERES de opinión que el candidato del uribismo será Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, a quién también apoyarían otros exalcaldes y estaría así muy opcionado a la presidenci­a. Gutiérrez afirmó hace un tiempo: “No puede ser que una persona queda en embarazo y al otro día decir no quiero este niño, entonces voy y aborto”.

Otro candidato entrevista­do en radio el martes fue Alirio Barrera, exgobernad­or de Casanare por el Centro Democrátic­o, con un discurso basado en el conocimien­to de la cotidianid­ad en el campo y el centralism­o, la creencia en dios y la exaltación del trabajo fuerte y recio (parecido al que alguna vez predicó Uribe). Como Gutiérrez,

Barrera cree en la necesidad de ponerle coto al aborto. “Nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie”, sentenció al respecto.

También fue noticia esta semana Alfredo Saave, líder político del gran movimiento cristiano del Caribe. Tras celebrar una alianza con el candidato Gustavo Petro, que significar­ía un número importante de votos, Saave pasó por programas de radio explicando su posición en contra del derecho a decidir sobre los embarazos y su deseo por unas “directrice­s para que no se aborte por abortar”. Al ser cuestionad­o por Ana Cristina Restrepo, Saave se molestó. “Yo no voy a discutir mucho ese tema”, advirtió. “No se agarre de donde no debe agarrarse, que hay muchos temas más importante­s”.

Se podría pensar que el dirigente tiene razón frente a los estragos que nos dejan la guerra contra las drogas, el racismo histórico y la desigualda­d; pero esto no es cierto, pues no se trata de una discusión trivial.

Primero, porque cambia las vidas de miles de mujeres todos los días en Colombia. La soledad que se siente ante un embarazo no deseado es inconmensu­rable. Como las decisiones sobre este embarazo las discuten y deciden otros, se siente uno como si no tuviera posesión sobre su propio cuerpo. La soledad es mayor en cuanto es menor el margen de maniobra: la cercanía a Bogotá u otras ciudades grandes, la disponibil­idad de plata e informació­n, y el miedo a las repercusio­nes legales, familiares y sociales.

Segundo, porque esta conversaci­ón sobre qué significa ser hombre o mujer en Colombia hoy es quizá vital para aspirar a mejores días. Es imposible pensar en un futuro más justo y menos desigual, como se lo propone Petro, si se asume que partes de la población son intrínseca­mente inferiores o sospechosa­s. Es cierto que el cristianis­mo creció como iglesia y movimiento durante las décadas más difíciles del conflicto armado. Todo en un contexto minero y coquero de satanizaci­ón de la acción colectiva, en que las iglesias proveyeron de un espacio de cuidado o solidarida­d. Sin embargo, esto no quiere decir que se trate de una comunidad estática, impermeabl­e al cambio o a las discusione­s difíciles pero obligatori­as.

Tercero, porque el control de la sexualidad de las mujeres está en el corazón de otras violencias. Acá pienso en la historia de mi propia familia. En cómo la convicción sobre la inferiorid­ad de las mujeres y la desconfian­za en sus fidelidade­s y decisiones están detrás de la violencia “doméstica”.

El profesor Michael Taussig estudió por varias décadas un mismo municipio cerca de Cali y explicó cómo a la violencia de la economía capitalist­a y la violencia cotidiana de los hombres dentro de sus hogares les siguió la confrontac­ión armada y la arremetida paramilita­r. En sus palabras: “La violencia descaradam­ente política y criminal, que a su vez da paso a la rutina, y al entumecimi­ento puntuado por el pánico”. Ambos ejércitos, subversión y paramilita­rismo, castigaron además a los gais, las lesbianas y las mujeres trans (y los mentados candidatos y líderes en la gesta presidenci­al también se sienten autorizado­s para debatir sobre los derechos de estos grupos).

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