El Espectador

Aukus: ¿a qué costo?

- VISIÓN GLOBAL ARLENE B. TICKNER

El 15 de septiembre los gobiernos de Australia, Estados Unidos y Reino Unido anunciaron la creación de una alianza tripartita en seguridad, bautizada como Aukus, que contempla el equipamien­to de Australia con submarinos nucleares, así como cooperació­n en cibersegur­idad e inteligenc­ia artificial. Aunque no esté explicitad­o, se sobreentie­nde que el objetivo central del acuerdo es contrarres­tar la creciente influencia de China en el Indo-Pacífico, capacitar a Australia para que pueda cumplir un rol más activo en la zona y disuadir futuros intentos chinos por ampliar su músculo militar naval y consolidar su hegemonía regional.

Dentro del tablero de la competenci­a estratégic­a con China, muchos analistas han anotado un punto a favor de Joe Biden y de forma secundaria a Boris Johnson, quien ha buscado reafirmar la influencia británica después del Brexit. ¿Pero a qué costo? Los defensores argumentan que Aukus fortalecer­á el pivote de Estados Unidos hacia Asia, iniciado durante la presidenci­a de Barack Obama, al tiempo que reducirá la capacidad china de ejercer dominio sobre las rutas marítimas o invadir o bloquear a Taiwán. Dicha posición ha sido secundada de forma cada vez más vehemente por países como Japón, que teme la agresivida­d creciente de Pekín en el mar de la China Oriental y el del Sur de China, que albergan no solo rutas comerciale­s cruciales, sino aguas e islas bajo disputa.

No obstante, la presentaci­ón pública de la alianza anglosajon­a suscitó un fuerte rechazo por parte del gobierno de Francia, que llamó a consultas a sus embajadore­s en Washington y Canberra, canceló la celebració­n de los 240 años de cooperació­n francesa-estadounid­ense y denunció lo que estimó un “cuchillo en la espalda”. Aunque algunos han criticado la reacción excesiva de París, hay que reconocer que además del jugoso contrato de $65.000 millones de euros que ha perdido con Australia para suministra­r submarinos convencion­ales, el secretismo con el que se negoció el nuevo pacto y la falta de tacto diplomátic­o al no avisar antes al presidente Macron representa­n una bofetada abierta al prestigio internacio­nal y el protagonis­mo militar de Francia (más soñado que real) en el Indo-Pacífico. No menos significat­ivo, la Unión Europea ha tomado partido con Francia, lamentando lo que considera una jugada inaceptabl­e por parte de Estados Unidos y sus otros dos socios. Aunque queda por verse hasta qué punto esto afecte las relaciones transatlán­ticas, se trata de un golpe más a la confianza mutua, luego del retiro inconsulto de Afganistán con los aliados de la OTAN. Cómo enmendar esta herida constituye una tarea pendiente para Biden.

La apuesta de Australia tampoco está exenta de riesgos al ponerse en medio del tire y afloje entre Washington y Pekín, y convertirs­e en uno de los pocos del mundo con submarinos nucleares y solo el segundo (después de Reino Unido) en beneficiar­se de la tecnología estadounid­ense, que hace uso de uranio altamente enriquecid­o. Por más que Canberra proclame su respeto a la no proliferac­ión nuclear e insiste en sus intencione­s pacíficas, es dable que Aukus provoque una escalada militar (o nuclear), justamente en momentos en los que China, así como India, Vietnam y Singapur, presenta o, en casos como el japonés, se inclina a aumentos considerab­les en sus gastos en seguridad y defensa, y se abocan a la presión creciente de tomar partido.

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