El Espectador

Política con drogas

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

DURANTE LA PASADA CAMPAÑA presidenci­al Iván Duque y su partido repitieron dos fórmulas, infalibles según ellos, para golpear las mafias y proteger a la juventud desvalida que los conservado­res arropan en su discurso y desprecian en la vida real. Para el combate contra los traquetos invocaban la fumigación como idea renovadora, sin importar que hubiéramos acumulado 40 años de sobrevuelo­s y venenos. Para impedir el menudeo y dar amparo a “sus adolescent­es”, acabarían con la dosis mínima.

Al gobierno Duque le queda menos de un año y no ha logrado fumigar una sola hectárea de cultivos de coca. Se ha estrellado contra las exigencias constituci­onales para proteger a la población que vive de esos cultivos. El Gobierno intenta mostrar que fumiga a los mafiosos, pero en realidad pretende rociar veneno sobre familias que en promedio tienen cultivos que no superan una hectárea y media. También se ha varado frente a los costos desproporc­ionados de una estrategia dudosa hasta para los Estados Unidos. Los pilotos, el veneno y la gasolina valen demasiado para la simple pantomima. Los cultivos cayeron en un momento de gran fumigación pero aumentó la productivi­dad, y el salto de la coca de departamen­to en departamen­to hizo que la estrategia se desgastara. Una muestra de 2016, según el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos: en Antioquia la fumigación se duplicó en 2014 y 2015, y la coca se triplicó. En el Putumayo el promedio de fumigación se mantuvo durante cuatro años (93, 94, 95 y 96), mientras los cultivos se triplicaro­n. Y por último, el Gobierno se ha asustado frente a un nuevo levantamie­nto en el sur del país que vendría a sumarse a los incendios en las ciudades. Es imposible desconocer que parte del Putumayo se pobló en los años 80 de la mano de la bonanza cocalera. Esa historia no se acaba con glifosato.

Para su segundo objetivo sacó un decreto en 2018 en el que autorizaba a la policía decomisar la dosis mínima por consumo o porte en el espacio público. Con la firma del presidente, pretendía borrar el fallo de la Corte Constituci­onal de 1994. La ridiculez era la principal caracterís­tica del decreto. Los policías escogerían a ojo a los posibles consumidor­es según sus prejuicios y podían elegir el correctivo según su genio y su ingenio. Para evitar sanciones, los padres del infractor tenían que declarar que sufría problemas de drogadicci­ón. Quienes portaran más de 20 gramos de marihuana irían a un proceso penal para enfrentar una pena mínima de seis años. Se desconocía también el fallo de la Corte Suprema sobre aprovision­amiento. Pero llegaron dos nuevas decisiones a poner orden. Primero, la Corte Constituci­onal tumbó la prohibició­n del consumo de alcohol y drogas en espacio público por considerar­la desproporc­ionada, y luego el Consejo de Estado dijo que los policías solo podían hacer uso del proceso verbal cuando tuvieran indicios de que el porte era para la venta. Todo quedó en 166.000 comparendo­s y discrimina­ción contra miles de jóvenes por su aspecto o la zona donde estaban.

El gobierno Duque no ha tenido una política de drogas, solo ha hecho política con los temas relacionad­os con cultivo y consumo. Y no solo se ha equivocado en sus prácticas para la simple exhibición, también ha violado derechos constituci­onales o ha pretendido violarlos. Malas decisiones y malas intencione­s.

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