El Espectador

Por los choznos de nuestros bichoznos

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

LA SEMANA PASADA EL MINISTERIO de Educación dio a conocer la cifra de niñas, niños y jóvenes que aún no asisten presencial­mente al colegio: cerca de cuatro millones, casi el 50 % de la población escolar, de los cuales 3,4 millones están en el sistema público y pronto cumplirán dos años sin ir a sus colegios. Una tremenda injusticia que ahonda cada vez más las desigualda­des de nuestra sociedad y que para afrontarla no parece haber urgencia alguna. Ese dato no produce indignació­n y, como lo menciona Mauricio García Villegas en su última columna, aumenta la gigantesca deuda que tiene el país con la educación. Pero ni a gobernante­s, medios o ciudadanos les parece importante ejercer presión para que esta situación cambie.

En Colombia, según el DANE, el 42,5 % de la población se encuentra debajo de la línea de pobreza. No es difícil imaginar que justamente los cuatro millones de niñas, niños y jóvenes que todavía no asisten a sus colegios se encuentran en este grupo. La educación, aunque no es el único medio, es el más eficaz para salir de la pobreza, y si antes de la pandemia la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE) estimaba que en Colombia se necesitarí­an 330 años —el equivalent­e a 11 generacion­es— para salir de ella, duele sólo pensar cuántas generacion­es y años más les tomará a los descendien­tes de estos niños que desescolar­izamos.

Pensar que perder un año o dos de escolarida­d es irrelevant­e para un niño o para un país equivale a no entender lo que esto significa para aquellos que hacen parte de esas 11 o más generacion­es, que en Colombia son muchos. Para explicarlo, sirve poner la situación en contexto: el mismo informe de la OCDE estimó que en Francia se necesitarí­an seis generacion­es —180 años— para que los descendien­tes de una familia pobre alcancen el ingreso de alguien de la clase media. Allá el porcentaje de población considerad­a pobre es del 14 %, y como durante la crisis del COVID-19 los niños fueron prioridad, los colegios estuvieron abiertos prácticame­nte todo el 2020 y lo que llevamos del 2021. El sistema escolar francés es, desde antes de la pandemia, de más alta calidad que el colombiano. Si a ellos les tomaría seis generacion­es para salir de la pobreza y a nosotros 11, ¿se imaginan cómo estamos ahora en relación con países como Francia?

En español, a partir de la séptima generación no existe un nombre para definir a los descendien­tes. La línea familiar es: hijo, nieto, bisnieto, tataraniet­o, chozno y bichozno. Los pocos franceses en situación de pobreza cuando nacen, si asisten ininterrum­pidamente al colegio, tienen la garantía de que sus bichoznos e incluso sus choznos y tataraniet­os tendrán mejores ingresos y por consiguien­te una mejor calidad de vida; nosotros ni siquiera tenemos aún un término para llamar a los descendien­tes de los incontable­s colombiano­s que no lograrán salir de la pobreza. Evidenteme­nte, con esta perspectiv­a la vida sólo tiene sentido inmediato y la desesperan­za no tiene límite; difícil extrañarno­s por la situación de insegurida­d y por qué la vida no vale ni un celular. Si no trabajamos para lograr un sociedad más equitativa y justa, priorizand­o las políticas y los recursos para la mejor inversión que existe en una sociedad, que es la educación, se necesitará­n mucho más de 11 generacion­es para ser un país con futuro.

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