Por los choznos de nuestros bichoznos
LA SEMANA PASADA EL MINISTERIO de Educación dio a conocer la cifra de niñas, niños y jóvenes que aún no asisten presencialmente al colegio: cerca de cuatro millones, casi el 50 % de la población escolar, de los cuales 3,4 millones están en el sistema público y pronto cumplirán dos años sin ir a sus colegios. Una tremenda injusticia que ahonda cada vez más las desigualdades de nuestra sociedad y que para afrontarla no parece haber urgencia alguna. Ese dato no produce indignación y, como lo menciona Mauricio García Villegas en su última columna, aumenta la gigantesca deuda que tiene el país con la educación. Pero ni a gobernantes, medios o ciudadanos les parece importante ejercer presión para que esta situación cambie.
En Colombia, según el DANE, el 42,5 % de la población se encuentra debajo de la línea de pobreza. No es difícil imaginar que justamente los cuatro millones de niñas, niños y jóvenes que todavía no asisten a sus colegios se encuentran en este grupo. La educación, aunque no es el único medio, es el más eficaz para salir de la pobreza, y si antes de la pandemia la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estimaba que en Colombia se necesitarían 330 años —el equivalente a 11 generaciones— para salir de ella, duele sólo pensar cuántas generaciones y años más les tomará a los descendientes de estos niños que desescolarizamos.
Pensar que perder un año o dos de escolaridad es irrelevante para un niño o para un país equivale a no entender lo que esto significa para aquellos que hacen parte de esas 11 o más generaciones, que en Colombia son muchos. Para explicarlo, sirve poner la situación en contexto: el mismo informe de la OCDE estimó que en Francia se necesitarían seis generaciones —180 años— para que los descendientes de una familia pobre alcancen el ingreso de alguien de la clase media. Allá el porcentaje de población considerada pobre es del 14 %, y como durante la crisis del COVID-19 los niños fueron prioridad, los colegios estuvieron abiertos prácticamente todo el 2020 y lo que llevamos del 2021. El sistema escolar francés es, desde antes de la pandemia, de más alta calidad que el colombiano. Si a ellos les tomaría seis generaciones para salir de la pobreza y a nosotros 11, ¿se imaginan cómo estamos ahora en relación con países como Francia?
En español, a partir de la séptima generación no existe un nombre para definir a los descendientes. La línea familiar es: hijo, nieto, bisnieto, tataranieto, chozno y bichozno. Los pocos franceses en situación de pobreza cuando nacen, si asisten ininterrumpidamente al colegio, tienen la garantía de que sus bichoznos e incluso sus choznos y tataranietos tendrán mejores ingresos y por consiguiente una mejor calidad de vida; nosotros ni siquiera tenemos aún un término para llamar a los descendientes de los incontables colombianos que no lograrán salir de la pobreza. Evidentemente, con esta perspectiva la vida sólo tiene sentido inmediato y la desesperanza no tiene límite; difícil extrañarnos por la situación de inseguridad y por qué la vida no vale ni un celular. Si no trabajamos para lograr un sociedad más equitativa y justa, priorizando las políticas y los recursos para la mejor inversión que existe en una sociedad, que es la educación, se necesitarán mucho más de 11 generaciones para ser un país con futuro.