El Espectador

Colombia, país modelo en política-ficción

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

EN 2016, EL MINISTRO DE HACIENDA de aquel entonces, Mauricio Cárdenas, hizo en la sede del Banco Mundial en Washington una excelente presentaci­ón del impuesto al carbono. El país aparecía como líder latinoamer­icano en el tema. Pero poco pasó: el impuesto no cambió el comportami­ento de las emisiones de CO2 y lo recaudado, que por lógica debería ser para apoyar la gestión ambiental, no se usó para ese fin. Se dijo que se gastaría en la implementa­ción del Acuerdo de Paz, pero sigue siendo una incógnita saber cómo se ha empleado. Parece que la mayor parte de esos recursos siguen sin uso.

La gestión ambiental sigue desfinanci­ada y el aporte desde el presupuest­o nacional al Sistema Nacional Ambiental ha sido y sigue siendo pírrico. En 2020 fue el 0,34 % del Presupuest­o General de la Nación. Si nos comparamos con Latinoamér­ica, estamos en el grupo del 30 % de países que menos le asignan a la gestión ambiental con relación a su PIB. Si nos comparamos con los países de la OCDE, menos ricos en biodiversi­dad y ecosistema­s naturales, encontramo­s que esos países le asignan entre tres y cinco veces más recursos como proporción de su PIB. Colombia no se comporta como país potencia global en biodiversi­dad, no le asigna recursos adecuados a su conservaci­ón ni a la investigac­ión para su uso sostenible. Al contrario, día a día somos testigos de la tala y quema de nuestros bosques naturales, con la destrucció­n de sus servicios ecosistémi­cos y la pérdida de nuestra biodiversi­dad, riqueza y soporte para un futuro sostenible.

La fallida reforma tributaria de Carrasquil­la subía el impuesto a las emisiones de CO2, le ponía impuesto al carbono, creaba un impuesto para envases plásticos y plaguicida­s, se creaba un fondo del clima y se generaban incentivos para descarboni­zar el sistema de transporte. La reforma recienteme­nte aprobada solo hace referencia a temas ambientale­s cuando determina la destinació­n específica del impuesto al carbono establecid­o en 2016, que por un año debe ir al medioambie­nte. ¡Debería ser por siempre!

La justificac­ión del Gobierno para haber omitido todo lo demás es que esta reforma se centraba en gravar al sector productivo y que no quería imponer impuestos ambientale­s a la producción. El dilema es que este argumento, que en medio de la crisis económica puede tener validación política, deja sin piso financiero el compromiso de reducción de emisiones al 51 % que el gobierno Duque adquirió ante Naciones Unidas a nombre del país.

Para terminar de agravar las cosas, según Climate Action Tracker (https://climateact­iontracker.org/), estamos en el grupo de los países que de manera muy insuficien­te dan cumplimien­to al Acuerdo de París, y si todos estuviesen como nosotros, la temperatur­a se elevaría más de 4 °C.

La reforma tributaria no responde al propósito de recuperaci­ón económica enverdecid­a y dista significat­ivamente de lo propuesto por el FMI en términos de impuesto al carbono, que considera que, para tener impacto, el gravamen por tonelada de CO2 debe ser de US$75 en las economías ricas, de US$50 en economías emergentes altas y de US$25 para los de menor ingreso. Colombia está en menos de US$5 por tonelada.

Sin impuesto adecuado a las emisiones, sin recursos financiero­s para gestión ambiental y sin claros incentivos para la descarboni­zación, el compromiso internacio­nal del 51 % es bla, bla, bla… En gestión ambiental seguimos con promesas y compromiso­s en el ámbito internacio­nal y sin coherencia en medidas fiscales y asignación local de recursos. Somos país modelo en discurso y política-ficción.

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