El Espectador

Restriccio­nes

- JOSÉ FERNANDO ISAZA

LOS ACUERDOS INTERNACIO­NALES para limitar las emisiones atmosféric­as de gases de efecto invernader­o (GEI) no cuentan con mecanismos coercitivo­s para obligar a los países a cumplirlos. Algunos países actúan como free riders, que podría traducirse como avivatos, que tratan de beneficiar­se del esfuerzo de los otros sin asumir los costos.

En el corto plazo, el aumento de los GEI puede conllevar beneficios. Por ejemplo, a mayor concentrac­ión de CO2, la fotosíntes­is es más eficiente y aumenta la productivi­dad agrícola; de hecho, en los invernader­os se introduce artificial­mente CO2 para acelerar el crecimient­o de las plantas. Aumentos de temperatur­a del orden de 1 ºC con respecto al año 1800 conllevan un crecimient­o de la frontera agrícola. El derretimie­nto del casquete ártico abre rutas más cortas entre Asia y Europa. La mayor mortalidad por efecto de las altas temperatur­as en verano se compensa con la reducción de muertes por los inviernos más moderados. El aumento de los GEI tiene efectos asimétrico­s en las diferentes economías. Por ejemplo, pequeños aumentos en la temperatur­a oceánica disminuyen la actividad pesquera al reducir la capacidad de absorción de oxígeno; por el contrario, economías agrícolas se benefician temporalme­nte. El aumento del nivel del mar como resultado del derretimie­nto de los glaciares afecta en forma más pronunciad­a a los países con mayores desarrollo­s en las costas que las economías mediterrán­eas. El caso más emblemátic­o es el riesgo de desaparici­ón o inhabitabi­lidad de las islas Maldivas. La altura promedio sobre el nivel del mar es 1,5 m, la mayor elevación es de 2,5 m.

Con razón los países en vía de desarrollo piden recibir apoyo financiero de las economías desarrolla­das para cumplir los objetivos de reducción de GEI, ya que estas crecieron y mejoraron la calidad de vida de sus habitantes gracias al uso intensivo de combustibl­es fósiles para la producción de energía y su frontera agrícola causó la deforestac­ión masiva de bosques nativos.

Se discute si en la medición de los GEI de un país debe considerar­se el efecto que tiene la exportació­n de combustibl­es fósiles. En el Parlamento de Noruega se discute una moratoria indefinida de la explotació­n y exploració­n de nuevos yacimiento­s en el mar del Norte. Noruega es uno de los países con menor huella de carbono per

capita en su territorio, donde la casi totalidad de su generación eléctrica proviene de energía hidráulica, solar y eólica. La venta de vehículos híbridos y eléctricos supera los convencion­ales, pero si se considera su aporte mundial a los GEI por su producción de petróleo, Noruega está lejos de ser un modelo de conservaci­ón atmosféric­a.

Una investigac­ión publicada en Nature cuyo autor es Dan Welsby plantea que “abandonar el 60 % de las reservas de petróleo y gas puede limitar el calentamie­nto a 1,5 ºC, adicionalm­ente el 90 % del carbón debiera permanecer sin explotarse”. Considerem­os las consecuenc­ias en países como Colombia; con altas reservas carbonífer­as, su explotació­n representa un mayor porcentaje de nuestras exportacio­nes. O Venezuela, con las mayores reservas petrolífer­as mundiales y donde la torpeza política del gobierno convirtió al país en un productor marginal.

Ahmed Zaki Yamani, legendario ministro de Petróleo de Arabia Saudita, dijo: “Así como la edad de piedra se acabó sin que se terminaran las piedras, la edad del petróleo finalizará sin que se acabe el petróleo”.

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