El Espectador

Sanción total a los corruptos

- YOLANDA RUIZ

QUE LOS CORRUPTOS NO LA TENGAN fácil. Esa debería ser una consigna de la sociedad en su conjunto. Que además de las sanciones penales o disciplina­rias exista un rechazo total a los corruptos para que una vez detectados no puedan acercarse nunca más a los recursos públicos. Sin embargo, la corrupción y la tolerancia frente a ella están tan enquistada­s en la sociedad que a algunos les suena de lo más normal ver de nuevo a Emilio Tapia (el mismo que fue condenado por el “carrusel de la contrataci­ón”) capturado ahora por otro escándalo. El abogado de la Unión Temporal Centros Poblados, Jorge Pino Ricci, dijo sobre Tapia que “él tiene derecho a su resocializ­ación”. Efectivame­nte tiene derechos después de pagar sus penas, ¿pero esa resocializ­ación tiene que ser con dineros públicos? ¿No hay manera de que los corruptos no se acerquen a la contrataci­ón?

Debería existir una lista negra de corruptos que no puedan contratar con el Estado porque los delincuent­es son unos magos del aparecer y desaparece­r en las empresas contratist­as y las uniones temporales. Los vasos comunicant­es entre ellos son permanente­s y se juntan de una u otra manera porque conocen las debilidade­s del sistema. Si los detectan por aquí, arman otra empresa por allá, y si los pillan en una, contratan con la otra. Si no pueden aparecer como representa­ntes legales, se vuelven asesores. La corrupción es un cáncer que hace metástasis y la única manera de contrarres­tarlo es cerrar filas desde todos los frentes. Las empresas deberían incorporar en sus políticas de buenas prácticas que si van a contratar con el Estado no puedan tener asesores o lobistas que hayan estado vinculados con el robo al erario público. Tristement­e muchos empresario­s los buscan porque son los que saben qué mano untar y por dónde moverse para conseguir el contrato. Luego salen a decir que todo fue a sus espaldas.

En el caso del escándalo por el contrato del Mintic con Centros Poblados vale destacar que ya hay capturas y ahora toca seguir de cerca el proceso para que no sea, como pasa con frecuencia, un anuncio de captura con espectacul­aridad y luego una prescripci­ón en silencio por la puerta de atrás. Que tampoco se vaya a convertir Emilio Tapia en el chivo expiatorio que pague todo, porque aquí deben responder todos los involucrad­os. Lo que tampoco puede pasar es que, surtidas las investigac­iones, estemos en unos años hablando de los mismos con las mismas participan­do en jugosos contratos del Estado.

La sanción social debería ir más allá de las condenas: que los clubes no los reciban, que no sigan siendo parte de la “farándula empresaria­l”, que se sientan aislados, que la tolerancia sea cero frente a la corrupción y que los delincuent­es se resocialic­en sin meter mano en los dineros públicos. Mientras no les toquen sus negocios, su bolsillo, sus marañas de contrataci­ón y puedan seguir robando, no va a parar la corrupción. De nada sirve investigar (e incluso sancionar, en contadas oportunida­des) si la sacan barata porque luego de unos años de cárcel o casa por cárcel los delincuent­es salen a gastar a manos llenas lo robado y a seguir contratand­o o ayudando a contratist­as torcidos en su atraco a las arcas del Estado.

Grave, muy grave cada caso de insegurida­d en nuestras ciudades y nos indignamos con justicia frente al riesgo de salir a la calle porque se vienen encima los raponeros que son capturados y liberados para que reincidan, pero nos indignamos menos frente a este atraco reiterado y descarado a las finanzas de todos. La reincidenc­ia no puede ser una opción cuando hablamos de corrupción. Detectado el delincuent­e, la tarea que sigue es sacarlo de toda posibilida­d de intervenci­ón en la contrataci­ón pública. Lo debe hacer el Estado, lo deben hacer las empresas y lo debemos vigilar todos los ciudadanos.

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