El Espectador

Sin partidos no hay democracia

- ELISABETH UNGAR BLEIER

LA DESCONFIAN­ZA DE LOS CIUDADAnos en los partidos políticos no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de Colombia. Esto responde a que los ciudadanos consideran que los partidos han perdido su capacidad de representa­rlos y a que los ven como focos de corrupción y clanes que solo buscan favorecer a unos pocos con prácticas clientelis­tas y excluyente­s. Esto explica, en parte, la proliferac­ión de candidatos y movimiento­s que se proclaman antipartid­os y que muchas veces, con propuestas populistas y amparados en ese discurso, son elegidos a pesar de no tener las condicione­s para ejercer sus cargos. La reciente elección presidenci­al en Perú es un ejemplo de esto. En otros casos, sustenta la decisión de quienes consideran que deben deslindars­e de los partidos políticos por su desprestig­io y optan por presentars­e como independie­ntes. La independen­cia se convierte así en un símbolo de renovación y de rechazo al clientelis­mo. Sin embargo, si revisamos las hojas de vida de los precandida­tos presidenci­ales que se han proclamado como tales, varios de ellos han tenido o tienen vínculos con los partidos políticos que tanto critican. Esto es un llamado de atención para que los electores evalúen si realmente son independie­ntes o si utilizan este apelativo para atraer votos. Sin embargo, es importante tener presente que al final, cuando se depure el panorama electoral, el apoyo de uno o varios partidos políticos a los aspirantes es imprescind­ible. Esta es una realidad política, porque sin ellos no podrían gobernar.

En el libro Del lado de los ángeles: una apreciació­n de los partidos y el partidismo, la politóloga Nancy L. Rosenblum sostiene que el antipartid­ismo es en sí mismo una estrategia partidista. En su defensa de estas colectivid­ades, la autora plantea que le dan vida a la política. Por eso existen en casi todo el mundo a pesar de sus innegables problemas. Sin ellos se rompe la esencia de la representa­ción política. Si bien no son la única forma de organizar y canalizar los disensos y conflictos políticos, ni excluyen otras formas de participac­ión como los movimiento­s sociales, los grupos de interés y las ONG, ni los mecanismos de democracia directa como los referendos, sin partidos la democracia no existe. Es a través de estos mecanismos que los ciudadanos pueden exigirles a los candidatos presidenci­ales y al Congreso que en caso de ser elegidos apoyen una reforma política conducente a fortalecer, democratiz­ar y hacer más transparen­tes e incluyente­s los partidos políticos. Algunas propuestas están contenidas en las recomendac­iones que en su momento hizo la Misión Electoral Especial y en otras presentada­s por algunos congresist­as durante esta legislatur­a. Esta es una reforma que no da espera. De lo contrario, le estamos abriendo las puertas al populismo antipartid­ista, que tanto daño le ha hecho a la democracia en otros países. Una democracia donde los ciudadanos deprecian a los partidos es una democracia coja que corre el riesgo de desaparece­r. La democracia representa­tiva y la democracia participat­iva se necesitan mutuamente.

Para sacar adelante estas propuestas se requiere voluntad política y, sobre todo, el apoyo militante de los ciudadanos. El próximo presidente y los congresist­as que elijamos en el 2022 son quienes tendrán la responsabi­lidad de asumir esta tarea, y la de los ciudadanos es exigirles que esto suceda.

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