El Espectador

Papel y control

- CATALINA URIBE RINCÓN

EL INICIO DE LA PANDEMIA ESTUvo marcado por el pánico de los acaparador­es. Millones de ciudadanos alrededor del mundo, angustiado­s por unos mercados alterados, salieron a proveerse de distintos bienes. Algunos, esperando un final apocalípti­co, se atiborraro­n de enlatados y armas. La mayoría, sin embargo, se enloqueció por el papel higiénico. Sí, ese bien que pareciera irrelevant­e en un momento de suma necesidad se ha vuelto el símbolo histórico del pánico colectivo. En 1973, por ejemplo, los estadounid­enses salieron a desocupar los estantes de papel higiénico después de que el comediante Johnny Carson hiciera un chiste sobre la posible escasez de ese bien. En el 2003, esta vez con más razón, los venezolano­s acabaron con el papel higiénico luego de que se cayera notablemen­te su producción nacional.

Lo curioso es que en la mayoría de los países la oferta de papel higiénico tiene muchas fuentes. Son varios los productore­s locales e internacio­nales. Además de que es un bien que cuenta con muchos sustitutos, como pañuelos, servilleta­s o la siempre efectiva fórmula del agua y el jabón. De ahí la pregunta de por qué acaparar un bien que, en teoría, es abundante. Dentro de los muchos estudios que se han hecho (sí, académicos de distintas disciplina­s se han obsesionad­o con este curioso fenómeno), uno resume, al menos tentativam­ente, que el acaparamie­nto obedece a una suerte de simplicida­d ante el riesgo. Las personas acumulan papel porque es una compra relativame­nte fácil y barata, y quien lo hace siente que está “haciendo algo” ante la incertidum­bre. No sé, algo así como el equivalent­e de agarrarse a la silla durante una turbulenci­a. Al parecer, la mayoría de nosotros preferimos tratar de controlar un riesgo irrelevant­e (quedarnos sin papel) en vez de desbordarn­os pensando en previsione­s más ambiciosas que tal vez no podamos llevar a cabo. O, bueno, en lugar de aceptar que, en realidad, como en el caso del avión, no hay mucho que podamos hacer si se llega a caer.

La escasez es hoy una realidad cotidiana. No solo por los que decidieron acumular papel higiénico y toallas desinfecta­ntes, sino por la ruptura de las cadenas de producción, la falta de contenedor­es para envíos y la poca mano de obra. Varios ciudadanos alrededor del mundo han manifestad­o su angustia porque no hay materiales de construcci­ón, piezas de carros, chips de computador­es o elementos de cocina. Hay denuncias muy serias y urgentes sobre la escasez mundial de ciertos medicament­os y, en el caso de Haití, que además sufrió el terremoto, de zapatos. Pero como los miedos no tienen que ser exactos ni proporcion­ales para ser agobiantes, también están los que andan sufriendo porque no encuentran sus cereales preferidos o su crema de la cara o su cerveza importada.

La pandemia hizo evidente la necesidad de control que tenemos los seres humanos sobre nuestras vidas. Control que se traduce en comportami­entos tan caprichoso­s como acumular papel higiénico, como si este pudiera comerse, o sufrir por no encontrar el cereal favorito. Claro, la vida humana no se define por esfuerzos útiles. Si fuese por su utilidad, quizá ni vivir valiera el esfuerzo. Pero estamos saliendo de una pandemia completame­nte exhaustos y quizá sí valga la pena tratar de priorizar las angustias.

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