El Espectador

Otra vez las pensiones

- RAFAEL RIVAS M.

EL ACTUAL GOBIERNO, TAN PARCO EN sus propuestas de cambio, no se atrevió a proponer una reforma pensional, como tampoco lo había hecho su antecesor. Ojalá el próximo sí lo haga. En un país en el que uno de cada tres pesos de impuestos se asigna a pagar mesadas pensionale­s para las cuales se ahorró muy poco y en el que la situación fiscal es cada vez más preocupant­e, esto es una prioridad.

Hay varios principios generales que deberían prevalecer. En primer lugar, habría que aumentar la edad de jubilación para hombres y todavía más para mujeres. Aun si no se les pide que coticen más allá de los 62 años, ni hombres ni mujeres deberían recibir pensión antes de los 65 años. En segundo lugar, habría que evitar que todo el peso de las pensiones extravagan­tes que otorgaron las empresas públicas quebradas, como Telecom, Colpuertos, Electricar­ibe y otras, recaiga sobre los contribuye­ntes. Como nadie propone dejar a estos pensionado­s sin pensión, lo lógico consiste en que haya un esquema de transición que los incorpore al régimen general, sin los elementos extraordin­arios. En tercer lugar, habría que dejar de ajustar las pensiones cada año por encima de la inflación. Hoy las pensiones se ajustan con el salario mínimo, que incorpora un elemento imaginario de productivi­dad. ¿Y cuál es el aumento de productivi­dad que aportan las personas que ya no trabajan? Finalmente, es importante reformar el sistema de prima media, para que cada pensión sea más parecida al ahorro de su beneficiar­io, y reformar el sistema privado, para fortalecer el elemento subsidiado de los más pobres. En resumen, hay que cerrar parte de la brecha entre los dos, que hoy es demasiado amplia.

El sistema privado debería generar grandes beneficios públicos. En primer lugar, al ofrecer una alternativ­a al sistema de prima media, que es claramente insostenib­le. En segundo lugar, el sistema privado tiene el propósito fundamenta­l de promover un sistema de intermedia­ción más profundo, eficiente y competitiv­o.

En mala hora, entonces, el Gobierno anterior autorizó la integració­n de los administra­dores de pensiones en dos grandes grupos, permitiend­o en el corto plazo la formación de un duopolio pero amenazando, en un plazo más largo, la existencia misma del sistema. Primero, autorizó la adquisició­n por parte del Grupo Sura de las operacione­s de ING. Luego autorizó la adquisició­n por parte de Porvenir de las operacione­s de administra­ción de pensiones de BBVA. No hace falta ni siquiera el breve espacio de una columna para explicar las desventaja­s de esta consolidac­ión. Basta con decir que gran parte de la labor de intermedia­ción del ahorro —es decir, de las decisiones de quién tiene acceso a fondos— quedó muy concentrad­a en dos grupos, que además son propietari­os de los principale­s bancos del país.

En Colombia, la acción antimonopó­lica del Estado se ha concentrad­o en tratar de prevenir integracio­nes que se consideren perjudicia­les. No hay precedente del uso de la capacidad regulatori­a para escindir operacione­s ya integradas, como en el caso de AT&T en EE. UU. Pero siempre hay una primera vez. La preservaci­ón de un sistema privado de pensiones es un propósito fundamenta­l, en el que deberían coincidir las campañas políticas. En este contexto, quizá no sobra parafrasea­r a Lampedusa: “Para mantener las cosas, hay que cambiarlas”.

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