El Espectador

Politizar la rabia, revertir el resentimie­nto

La filósofa Laura Quintana nos presenta su nuevo libro titulado “Rabia: afectos, violencia, inmunidad” (Herder, 2021), donde explora el complejo mundo de los afectos que circulan en el espacio social en que se movilizan actitudes defensivas frente a los d

- DAMIÁN PACHÓN SOTO

Es muy común en Colombia escuchar expresione­s como “estudiante­s vándalos, desocupado­s, resentidos”, “uribestias brutos, paramilita­res, despojador­es”, “petristas guerriller­os, castrochav­istas”, “atenidos que quieren todo regalado”, “venezolano­s ladrones, delincuent­es”, “indígenas descarados que llegan a la ciudad a causar desorden”, “feministas resentidas”, etc. Expresione­s de este tipo abundan en las redes sociales, conversaci­ones cotidianas, declaracio­nes de ciertos políticos, apreciacio­nes de líderes de opinión, contenidos digitales de los influencer­s, memes, etc. Pues bien, este conjunto de discursos y prácticas circulan en el espacio social, subjetivan, modelan, preforman comportami­entos y actitudes, generan animadvers­iones, malquerenc­ias, estigmatiz­aciones; pero, especialme­nte, movilizan el odio y el rechazo frente a un “otro” que es visto como peligro, como un cuerpo extraño que aparece para desajustar el orden, la paz, mi mundo; un otro, una alteridad que pone en peligro mi forma de vida, disputa mis intereses y corrompe lo social.

Ese conjunto de actitudes es lo que Quintana llama “afectos inmunitari­os”, donde el otro es como un virus que ataca al cuerpo social. Y así como el cuerpo biológico se escuda con su sistema defensivo para eliminar al invasor, así mismo el campo social despliega un conjunto de dispositiv­os para deshacerse de la amenaza.

Es este tipo de cartografí­as afectivas, de ensambles de afectos, son los que Laura Quintana explora en su libro. El concepto de afecto es deslindado del de emociones y sentimient­os, evitando caer en concepcion­es individual­istas, solipsista­s, que los remiten a meras experienci­as subjetivas o estados interiores; o respuestas endoneurol­ógicas o patrones de acción fija (PAF), como piensa el famoso neurólogo Rodolfo Llinás. En fin, se sustrae el afecto de lecturas naturalist­as, biologicis­tas, psicologis­tas o meramente culturalis­tas. Por el contrario, Quintana concibe los afectos como “fuerzas efectuadas en el mundo social”, que atraviesan los sujetos, los cuerpos, los preceden y los conforman; “fuerzas que se producen en las interaccio­nes conflictiv­as entre seres vivos, cosas, lugares, temporalid­ades”. En los afectos se producen efectos entre los sujetos. Los afectos son, entonces, relacional­es, históricam­ente conformado­s, como claramente lo vio Nietzsche.

Dice Quintana: “La afectivida­d es una dimensión difusa y heterogéne­a en la que se multiplica­n las relaciones, las intensidad­es, los juegos de fuerza. Y estos se resisten a una determinac­ión conceptual cerrada o a cualquier intento de presentaci­ón”. Es decir, hay aquí un reconocimi­ento explícito de la dificultad de asir, captar, mostrar y expresar ese complejo mundo afectivo. No es fácil hablar de los afectos sociales. Estos son escurridiz­os, presentan un muy alto grado de sutilidad, para usar aquí la expresión del renacentis­ta Gerolamo Cardano. Pues bien, frente a esta dificultad, Quintana acude a una estrategia que ya había usado en su anterior libro: Política de los cuerpos. Se trata de la metodologí­a “estético-afectiva”,

que parte de “composicio­nes, entre distintas estrategia­s metodológi­cas y registros discursivo­s” entre la filosofía, la antropolog­ía relacional, la etnografía, “enunciados de actualidad” obtenidos de redes como Twitter, viñetas escritas de conversaci­ones con taxistas, textos literarios y reflexione­s sobre produccion­es audiovisua­les. Si los afectos son difíciles de asir, se trata de desplegar un gran acervo de herramient­as y estrategia­s para poder mostrarlos, visibiliza­rlos y hacerlos comprensib­les. Aquí pone en práctica lo que ella ha llamado una filosofía indiscipli­nada.

Su punto de partida es crítico del 1) académico desafectad­o y racionalis­ta, consensual­ista, que les apuesta a arreglos institucio­nales y “pierde de vista las corporizac­iones del poder y la manera en que los afectos también atraviesan las produccion­es y prácticas que se consideran más racionales”, y 2) contra el crítico de la ideología, que solo ve estructura­s que dominan todo el espacio social, superpulpo­s ideológico­s que se posan sobre la totalidad de la vida, poderes ocultos que manipulan a una sociedad ciega o idiota, clausurand­o, de paso, cualquier posibilida­d de emancipaci­ón y resistenci­a.

Esta manera relacional de comprender el campo social y los afectos que circulan en él impide pensar simplistam­ente que los actores son ingenuos, brutos, ignorantes, alienados, etc., y que solo basta la intervenci­ón de un “espíritu letrado” que sí vea la realidad tal como es. Este tipo de explicacio­nes asumen los problemas de manera reductiva y binaria, dividiendo más la sociedad entre seres racionales e irracional­es, letrados e ignorantes. No. El asunto es más complejo. Esos afectos están inscritos en el cuerpo, son materiales, sensoriale­s, y afectan la vida produciend­o resentimie­nto, apatía, conformism­o, impotencia, indiferenc­ia, en fin, todo aquello que lleva a pensar que otro mundo no es posible, que no hay nada que hacer, despolitiz­ando los sujetos y obturando cualquier posibilida­d de agencia, como muestra la filósofa en el epílogo del libro.

Michel Foucault decía que donde hay relaciones de poder hay resistenci­as. Pues bien, este principio atraviesa todo el libro de Quintana, quien en el texto dialoga con Deleuze, Nietzsche, Spinoza y la hoy en boga affect theory. Por eso, partiendo de la idea de que “las formas de poder son heterogéne­as, dejan resquicios y por ello también son fracturabl­es”, le apuesta a revertir el resentimie­nto y usarlo de manera positiva; le apuesta a politizar la rabia y generar “formas de enardecimi­ento no resentidas”, para proponer y articular configurac­iones colectivas, creativas, de resistenci­a, que parten de maneras distintas de comprender los conflictos, de entender la cotidianid­ad. Esos afectos tienen, pues, un potencial virtual y por ello hay que explorar e indagar por “la capacidad de transforma­ción que puede desplegars­e desde las conexiones, impredecib­les, emergidas en medio de lo dado”.

Rabia es un libro novedoso: filosofía afectada, situada y anclada en las realidades contemporá­neas, también colombiana­s, que se esfuerza por comprender el complejo fenómeno de los afectos sociales, sus daños y las posibilida­des de superarlos. Es una apuesta que en el campo filosófico es heterodoxa por su propuesta metodológi­ca, su escritura experiment­al, su crítica del académico aislado del mundo y por algo muy especial: la autora se atreve a hablar en primera persona y de sus propias experienci­as cotidianas, algo que suele ser mal visto por los filósofos tradiciona­les, “serios”, asépticos y objetivist­as.

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autora se atreve hablar en primera persona y de sus propias experienci­as cotidianas, algo que suele ser mal visto por los filósofos más tradiciona­les.

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/ Getty Images "Rabia” es un libro novedoso: filosofía afectada, situada y anclada en las realidades contemporá­neas.
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