El Espectador

Cúcuta, la bella

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

AURA LUCÍA MERA ESCRIBIÓ EN UNA de sus recientes columnas en El Espectador que para conservar la salud mental dejó de ver los noticieros. Las razones de una decisión como esta son muy claras y es fácil confirmarl­as al comparar la realidad con lo que muestran las noticias.

En días pasados tuve la oportunida­d de visitar Cúcuta, donde se conmemoró en forma muy brillante el centenario del nacimiento de uno de los hijos ilustres de la ciudad, el presidente Virgilio Barco Vargas. La conmemorac­ión coincidió con la Fiesta del Libro, un evento cultural de primera magnitud que se realiza todos los años y ofrece a los cucuteños y visitantes presentaci­ones de libros, poesía, cine, charlas sobre historia y conversaci­ones entre figuras destacadas acerca de temas literarios o de actualidad.

La visita me permitió apreciar la distancia que existe entre la imagen catastrófi­ca proyectada en la televisión y la metrópoli real, limpia, ordenada y pujante que exhibe

‘‘En

días pasados tuve la oportunida­d de visitar Cúcuta, donde se conmemoró en forma muy brillante el centenario del presidente Virgilio Barco Vargas”.

la cara alegre de sus mejores tiempos, a pesar de las dificultad­es que está viviendo.

Le gana con mucho a Bogotá, porque no hay huecos en las calles, ni se percibe agresivida­d en los conductore­s de vehículos, ni los peatones sufren el viacrucis de los bogotanos ni los espacios urbanos se ven invadidos por las gentes afectadas por la pobreza y el desempleo, como las que pululan en Bogotá.

Después de la más intensa oleada de inmigrante­s venezolano­s, que comenzó hace cinco años y alcanzó su pico hace dos, ya no se registran imágenes como las que vimos cuando el puente Simón Bolívar se llenó de gente y los controles colapsaron en la frontera, que ahora está cerrada. Hay un flujo humano continuo, pero mucho menor, por las trochas a lo largo de la línea fronteriza, que siempre existió en ambos sentidos y después de un aumento volvió a sus niveles tradiciona­les. Claro está que Cúcuta experiment­ó una expansión urbana como resultado de la invasión migratoria, pero el mayor impacto de este fenómeno ocurrió en otras ciudades que los recién llegados escogieron como destino.

El resultado es que la Cúcuta de hoy no exhibe un cuadro tan dramático como el que era de esperar ni son tan visibles las señales de la crisis. En cambio, se aprecia una intensa actividad comercial, reflejo del empeño que han puesto los cucuteños para reemplazar el intenso movimiento que generaba el intercambi­o comercial fronterizo con negocios locales y nuevos servicios.

Es estimulant­e ver que afluyen a la ciudad turistas de todas partes, movidos por el interés de conocer los lugares históricos, como la casa natal de Francisco de Paula Santander, convertida en un atractivo museo, conservada en impecable estado y rodeada de un espléndido parque, lo mismo que el histórico templo de la Villa del Rosario, uno de los lugares de obligada peregrinac­ión para todos aquellos a quienes anima el sentido de pertenenci­a a la nación colombiana. La mejor contribuci­ón que ellos pueden hacer a la recuperaci­ón total de la capital nortesanta­ndereana es la de visitarla.

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