El Espectador

Somos todos muy parecidos en el fondo

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Viviendo en Estados Unidos conocí personas de muchas partes del mundo. Por muchas horas los escuché hablar en distintos idiomas: unos, con acentos muy marcados; otros, con frases muy cortas, y muchos más, con ráfagas de palabras seguidas de respuestas de una o dos palabras. A esto, que puede parecer obvio y hasta pasar desapercib­ido por un turista, yo le dedicaba gran parte de mi tiempo cuando salía del trabajo y nadie me esperaba en casa. Me gustaba observar a otros teniendo conversaci­ones, así no pudiera entenderle­s nada.

Creo que uno puede aprender mucho de otras culturas cuando se hace el ejercicio de escuchar, ver y contemplar el rostro del otro: la forma en que gesticula, que mueve la boca, que hace pausas o silencios completos, o cuando levanta la voz. El sentido común le dicta a uno como espectador por dónde va una situación, y yo percibía que, por ejemplo, en algunas culturas el tono de voz era mucho más alto cuando estaban en grupo, entre amigos o conocidos. En otras, era común ver que no había tanto contacto visual entre ellos y que preferían respuestas cortantes, con poca gesticulac­ión.

Y yo imaginaba a todos esos rostros desconocid­os hablando mi idioma, con acentos cercanos a donde crecí, gesticulan­do de la forma en la que lo hago yo o mis conocidos. Pensar que fue la casualidad lo que permitió que un afgano, un coreano o un indio hablen sus respectivo­s idiomas y no el mío siempre me pone a divagar. Y qué mejor que divagar cuando se tiene todo el tiempo para hacerle el quite a la soledad.

Por eso las diferencia­s más notables entre culturas, incluido por supuesto el idioma, no son más que hechos accidentad­os que pudieron ocurrir de muchas formas, y reflexiona­r sobre ello lo hace ver a uno dos cosas: que si uno tiene la oportunida­d de viajar y conocer otras personas no se debe dudar ni un segundo en hacerlo, y que, por fuera de esas diferencia­s tan superficia­les, somos todos muy parecidos en el fondo. Traiga a un bebé de cualquier parte del mundo a Barranquil­la, por ejemplo, y crecerá siendo de uno, como uno. Esto, de nuevo, que es algo tan obvio, a veces se nos pasa de largo en estos tiempos cuando la xenofobia, el irrespeto y la desconside­ración hacia los otros brotan con tanta facilidad.

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