El Espectador

¿Qué se hizo Juan Guaidó?

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

HAN SIDO DISCRETAS, POR DECIR LO menos, las publicacio­nes en la prensa colombiana sobre el diálogo entre el gobierno y la oposición de Venezuela, que ya produjo los primeros acuerdos, considerad­os imposibles hasta hace poco tiempo.

Contrasta la divulgació­n en tono menor de esos acuerdos con el revuelo mediático que produjeron los momentos de tensión que en algunos casos parecían presagiar el final del chavismo. También contrasta con el despliegue que se dio a la irrupción de Juan Guaidó en la política venezolana y a su “presidenci­a interina”, que celebraron muchos como el anuncio de que Nicolás Maduro tenía “los días contados”.

Para quienes preferimos el diálogo a la guerra, lo ocurrido en las últimas semanas en México merece una divulgació­n más amplia. Análogamen­te, lo más deseable para los colombiano­s es que el país vecino encuentre una solución pacífica a su crisis. El ruido de sables, fusiles o cañones al otro lado de la frontera solo puede traer malas noticias para las naciones vecinas de Venezuela.

Después de los intentos fallidos en 2019 para derrocar a Maduro y de la invasión en 2020, también fracasada, de mercenario­s contratado­s por la compañía estadounid­ense Silvercorp USA, la situación venezolana evolucionó hacia lo que analistas imparciale­s señalaron siempre como inevitable: el diálogo entre las partes para evitar males mayores como la intervenci­ón militar de Estados Unidos, esgrimida por Guaidó como su principal arma contra el inquilino del Palacio de Miraflores.

La confrontac­ión entre los venezolano­s —convertida en una contienda internacio­nal por la acción de Estados Unidos, Colombia y el Grupo de Lima— se comenzó a superar gracias a los esfuerzos de la ONU, la Unión Europea (UE), México, Noruega y Uruguay. Como parte de estos esfuerzos, la UE enviará una misión de observador­es para las elecciones regionales y municipale­s que se realizarán el 21 de noviembre en Venezuela.

El envío de la misión fue acordado en un documento que garantiza “imparciali­dad, objetivida­d, independen­cia y no injerencia en el proceso electoral y respeto a la soberanía y autodeterm­inación nacional”. Es decir, todo lo que le falta al Gobierno colombiano en su política frente al país vecino. El diálogo no solo es lo que más les conviene a los venezolano­s sino también a nuestro país. Colombia solo puede derivar beneficios de la solución de la crisis venezolana y la restauraci­ón de las relaciones bilaterale­s, que fueron mutuamente fructífera­s durante dos siglos de historia compartida. A pesar de los conflictos y momentos de confrontac­ión entre los dos países, la línea que demarca sus territorio­s siempre fue un factor de unión. A sus lados conviven poblacione­s con fuertes vínculos de interdepen­dencia y aun de parentesco. La migración en ambos sentidos ha sido un fenómeno que oscila según la relativa situación de prosperida­d en cada país. Así como la actual crisis venezolana generó un éxodo masivo hacia Colombia, en los tiempos de vacas gordas en Venezuela y vacas flacas en Colombia ocurrió lo contrario y los migrantes siempre fueron bien acogidos en ambos lados.

Nada de esto fue tenido en cuenta por la despistada Cancillerí­a colombiana, ocupada en atender las consignas de Washington en favor de Guaidó, cuya ausencia del escenario político muestra la equivocaci­ón de nuestro Gobierno al matricular­se en esa cruzada. Hoy del “presidente interino” puede decirse, como lo escribió Jorge Manrique hace más de 500 años, aludiendo a lo efímero del poder y lo vano de quienes lo añoran: “¿Que se hizo el rey don Juan?”.

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