El Espectador

La verdad sobre las fumigacion­es

- HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA *

asumimos la defensa del entonces magistrado y presidente de la Corte, César Julio Valencia, en la denuncia que por injuria y calumnia le fuera formulada por Uribe ante la Comisión de Acusación, o ambas cosas?

• Y finalmente, ¿por qué nunca se ha decidido a revelar toda la verdad y denunciar a sus cómplices? ¿Qué o quién se lo impide? ¿Ha recibido amenazas que le impiden hablar? ¿A quién protege con su silencio?

Tal vez, doctora Pilar, si usted hubiese asumido la tarea de revelar el temible entramado de cómo fueron esos años de terrorismo de Estado, del que no fue la única protagonis­ta, probableme­nte estaría en paz consigo misma y completame­nte resocializ­ada. Lamento que otra hubiese sido su decisión, sobre todo porque al pedir excusas todo parece indicar que la intención es echarle tierra a este vergonzoso episodio que le hizo daño al país, a nuestras familias y a nosotros mismos.

Aún recuerdo un encuentro ocasional al coincidir en una función de teatro, cuando siendo ya usted exdirector­a del DAS, en presencia de quien la acompañaba y también de mi esposa, me aseguró, en medio de sonrisas, no haber ordenado nada ilegal en mi contra. Yo le creí, tengo que admitirlo, porque jamás imaginé que quien había sido mi alumna en una prestigios­a facultad de Derecho, donde usted se hizo abogada, perdiera el resorte moral y se decidiera a hostigar a uno de sus profesores y amigos para cumplirle al Gobierno. Me equivoqué creyéndole. No me arrepiento ni me avergüenza haber sido ingenuo, pero espero que la vida le dé la oportunida­d sincera de ofrecer perdón por sus faltas. Si eso sucede y aún hay vida en mi corazón, estaré dispuesto a recibir sus excusas sin el apremio de que usted tenga que cumplir tardíament­e un fallo condenator­io para recobrar su libertad.

Adenda. Contundent­e el rechazo de 64 respetable­s organizaci­ones colombiana­s a la candidatur­a del exmagistra­do Carlos Bernal Pulido para incorporar­se a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, porque consideran que la presencia de este agente del Gobierno de Duque en esa institució­n “erosiona los derechos humanos, afecta poblacione­s vulnerable­s”, por falta de compromiso del aspirante “con el desarrollo del derecho internacio­nal de los derechos humanos”. Por algo Bernal dejó plantados a los evaluadore­s que pretendier­on entrevista­rlo. notasdebuh­ardilla@hotmail.com

COLOMBIA ES EL ÚNICO PAÍS DEL mundo que ha utilizado el glifosato para la fumigación masiva de cultivos ilícitos.

Ese es el hecho simple que ignoran tanto los defensores como los detractore­s de la fumigación aérea como herramient­a de lucha contra el tráfico de drogas. Y este ignorar el hecho ha condiciona­do las decisiones de cinco presidente­s sucesivos.

El glifosato es un matamaleza­s que, por supuesto, se había usado antes y en muchas partes se utiliza todavía. La multinacio­nal Monsanto lo lanzó al mercado en 1969 y su eficacia ha sido comprobada por millones de agricultor­es. Pero otra cosa es usarlo para erradicar cultivos comerciale­s, en aspersione­s aéreas, y cuando las plantacion­es coexisten con otras actividade­s económicas.

Los críticos afirman que las fumigacion­es no han servido porque las siembras se renuevan, pero esto no es culpa de la fumigación sino de la rentabilid­ad del negocio de la coca. El glifosato sin duda sirve para matar o para disminuir la productivi­dad de los arbustos, y las series históricas confirman que la aspersión aérea es la herramient­a más eficaz del Gobierno en su lucha contra los cultivos.

Los defensores de la fumigación, por su parte, sostienen que el glifosato es inofensivo y para eso apelan, por ejemplo, a la OMS, que clasifica esta sustancia como “de baja toxicidad”; pero después la propia OMS encontró que la sustancia “probableme­nte es cancerígen­a”. Otros estudios llegan a conclusion­es diversas, pero ninguno de ellos se ha referido a la aspersión masiva que solo se usa en Colombia: el glifosato en gran escala no es bueno para la salud.

O tanto así que en Estados Unidos nunca se ha permitido la fumigación aérea de cultivos. En México se utilizó el paraquat contra el cannabis, en Perú y en Bolivia se ensayó el tebuthiuro­n contra la coca, pero Colombia fue el único que aceptó utilizar el glifosato en escala masiva.

Digo “aceptó” porque las fumigacion­es masivas comenzaron con Ernesto Samper, arrinconad­o por el narcoescán­dalo y por imposición del gobierno norteameri­cano. Desde las marchas cocaleras bajo el propio Samper hasta el viaje fallido de Duque en estos días, pasando por los fallos insensatos de la Corte Constituci­onal o el proceso de La Habana, la fumigación ha sido un gran dolor de cabeza para los colombiano­s.

Pastrana mantuvo las fumigacion­es a cambio del apoyo que implicaba el Plan Colombia. Uribe por supuesto las escaló hasta el máximo y en contra de las Farc: por eso la caída sustancial en las áreas cultivadas. Santos suspendió las fumigacion­es, primero como parte de su ilusoria campaña por la despenaliz­ación mundial de la droga, después en medio del proceso de La Habana: por eso el gran aumento en los cultivos. Duque, el inepto, resolvió que esos cultivos eran la causa de los males de Colombia y para darle gusto a Trump volvió a embarcarse en las fumigacion­es. Ahora trata de hacerlo con Biden, pero el tiro le salió por la culata.

Hemos rociado 18 millones de hectáreas del territorio a lo largo de estos años: les hacemos un favor a costa nuestra y los gringos ni siquiera lo agradecen.

(Los detalles de esta historia pueden verse en mi libro

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