El Espectador

¿Dónde está el Estado en Tibú?

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ES DIFÍCIL ENCONTRAR PALABRAS ante el asesinato de dos niños en Tibú (Norte de Santander), después de que fueron atrapados por la comunidad realizando un hurto. Surge lo obvio y necesario: rechazo contundent­e a la justicia por mano propia, frustració­n ante la inacción de las autoridade­s y su aparente negligenci­a, dolor compartido con los familiares de las víctimas y angustia ante el olvido histórico que esta región ha sufrido. Aun así, construir el relato de qué podríamos hacer es más complejo y más difícil, se pierde en medio de tantos sentimient­os encontrado­s. ¿Qué hacemos con un país cada vez más tenso?

Hace apenas unos días, también en Norte de Santander, se filtró el video de unas personas asesinando a un atracador. Las imágenes denotan la irracional­idad de la ira que está hirviendo en tantos colombiano­s. Y transversa­l a todo hay una misma idea: ¿por qué el Estado no cumple con sus deberes de brindar seguridad a todos?

En el caso de los niños de Tibú no hay video del crimen, pero sí de los momentos previos. En la dinámica de linchamien­to público se ve a varias personas señalarlos, pedir que los graben, sugerir que los amarren.

Ahora se sabe que el plan era llevarlos por todo el pueblo para darles un escarmient­o. Ese tipo de humillació­n parece tomado de otros siglos. En el proceso los niños fueron intercepta­dos por personas armadas que se los llevaron. Después apareciero­n muertos con carteles de “ladrones”. Humillació­n sobre humillació­n. Se cree que fueron las disidencia­s de las Farc ejecutando una supuesta “limpieza social”, eufemismo que en Colombia se ha utilizado para ocultar los crímenes más nefastos.

La justicia por mano propia es, por supuesto, inútil y arbitraria. No sirve para prevenir los crímenes, no sirve para reparar lo ocurrido y se utiliza sin debido proceso alguno: quien despierta la ira de la turba es agredido y en los peores casos asesinado. El problema es que la justicia por mano propia deja entrever un hastío con el Estado, con las autoridade­s, con la ausencia de respuestas por parte del sistema judicial.

Hablando con la W, John Correa, líder comerciant­e de Tibú, explicó: “Estamos viviendo un flagelo de muchos robos y atracos. La comunidad se ha venido organizand­o para contrarres­tar este tipo de actividade­s. Sé de antemano que en días pasados hubo una reunión de mototaxist­as que conformaro­n un grupo de seguridad cívica. Como las autoridade­s no contestaro­n, un grupo armado llegó y sucedió esto”. La Policía rechazó lo ocurrido, pero es poco lo que se espera que cambie.

El Catatumbo, región a la que pertenece Tibú, es una muestra histórica del fracaso estatal. Conviven el contraband­o, los distintos grupos armados al margen de la ley, los carteles del narcotráfi­co, la pobreza, la desigualda­d y la falta de acompañami­ento en programas sociales. Gobierno tras gobierno se hacen promesas, como las que hizo hace tres años el presidente Iván Duque, pero la situación de fondo no cambia. El horror y el sufrimient­o se han naturaliza­do. El abandono es la ley. Ante eso, la frustració­n de los ciudadanos es entendible. Nada, absolutame­nte nada, justifica el asesinato de los niños ni el tratamient­o previo que tuvieron. Empero, el Estado tiene la responsabi­lidad de no hacer lo suficiente para evitar estas tragedias.

‘‘La justicia por mano propia es repudiable, pero también evidencia una frustració­n profunda con el Estado”.

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