El Espectador

El Pacto de Bogotá

- MACROLINGO­TES ÓSCAR ALARCÓN NÚÑEZ

NADIE SE PUDO IMAGINAR EL DESTIno que iba a tener el llamado Pacto de Bogotá, también conocido como Tratado Americano de Soluciones Pacíficas, suscrito sobre las cenizas del Bogotazo. La novena conferenci­a panamerica­na venía desarrollá­ndose cuando se produjeron los hechos del 9 de abril, lo que determinó que se suspendier­a y se reanudara después en la sede del Gimnasio Moderno. En una conferenci­a que dictó el expresiden­te Alfonso López Michelsen, con motivo del centenario del nacimiento de Alberto Lleras, recordó que en el tratado multilater­al que se discutía los países se comprometi­eron a someter sus diferencia­s a soluciones pacíficas y desarrolla­r los propósitos de la recién creada Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA). Se dispuso que las diferencia­s entre los países se sometieran, en última instancia, ante la Corte de Justicia Internacio­nal de La Haya, cuya jurisdicci­ón reconocían de antemano los signatario­s.

Contaba López Michelsen que se habían acordado ya 59 artículos, cuando el 30 de abril de 1948, en medio del silencio que reinaba en el recinto, se alzó una voz para sugerir que el proyecto de tratado llevara por nombre Pacto de Bogotá, como homenaje a nuestra capital que había sido víctima de los infaustos sucesos del 9 de abril. ¿Y quién fue el personaje de la iniciativa? Nadie más ni nadie menos que el embajador de Nicaragua, Guillermo Sevilla Sacasa.

Hoy los dos países están en disputa y Colombia se retiró del Pacto de Bogotá, por cuanto siempre consideró que su conflicto con Nicaragua ya estaba resuelto por el tratado Esguerra-Bárcenas. ¿Qué nos depara el destino? Estamos en manos de juristas, entre ellos un exprocurad­or, también Cabello Blanco, Carlos Gustavo Arrieta.

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A propósito de lo que aquí se dijo la semana pasada, Roberto Steiner, miembro de la junta directiva del Banco de la República, nos aclaró que jamás ha trabajado con el BID.

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