El Espectador

Milpas y Acacias

- AURA LUCÍA MERA

NI BELISARIO DE JESÚS GARCÍA, nacido en México en 1884, coronel en la Revolución Mexicana, carrancist­a, ni el poeta y dramaturgo español Vicente Medina Tomás, nacido en 1866, imaginaron que llegarían a ser intérprete­s de dos canciones que muchísimos años después serían referentes de la historia del desarraigo y el desplazami­ento en Colombia y que están grabadas en la memoria de nuestra generación.

El coronel mexicano era un apasionado de la música. Compositor en medio del fragor de la batalla. De ahí salió

Cuatro milpas:

“Cuatro milpas tan solo quedaron /del ranchito que era mío / De aquella casita/ tan blanca y bonita/ ni un muro quedó”.

“Los potreros están sin ganado/ toditico se acabó/ Ya no hay cementeras/ ni mulas cerreras/ ni un toro quedó”.

“La laguna se secó/ la cerca de alambre que estaba en el patio también se cayó”.

“Si me prestas tus ojos morena/ los llevo en el alma a que miren no más/ los despojos de aquella casita/ tan blanca y bonita/ y lo triste que está”.

En el diario El Informador de México encuentro este comentario: “Ilustra la tristeza de hoy que recorre los campos y el ambiente rural. Si el clamor de la crisis, el desempleo y los pronóstico­s catastrofi­stas vienen de la clase pudiente y la cada vez más desapareci­da clase media, ¿qué dirán aquellos que desde antes de nacer ya estaban condenados a la miseria y el abandono? ¿De qué esperanza se puede hablar cuando el estómago cruje y la vista entrega páramos desolados y muertos?”.

Las acacias, ese pasillo incrustado en nosotros que nos saca lágrimas, tiene una historia más curiosa. Un poema de Medina Tomás, hombre controvert­ido que se sintió incomprend­ido en su tiempo y después de muerto pasó al parnaso de la poesía española, con comentario­s de Valle Inclán, Unamunomo, etc. Un poema que llegó a manos de Jorge Molina Cano, antioqueño, sobrino de Fidel Cano, fundador de este diario. Nacido en 1898, joven bohemio, jamás terminó sus estudios, autodidact­a, alcohólico, murió a los 29 años de cirrosis, se enamoró del poema y compuso este pasillo, convirtién­dolo, sin saberlo, en ícono de nuestra música popular:

“Ya no vive nadie en ella/ y a la orilla del camino,/ silenciosa está la casa.../ se diría que sus puertas se cerraron para siempre/ se cerraron para siempre sus ventanas”.

“Los que fueron la alegría y el calor de aquella casa/ se marcharon unos muertos y otros vivos que tenían muerta el alma”.

“Gime el viento en los aleros/ desmoronan­se las tapias/ y en sus piedras cabecean/ combatidas por el viento las acacias”.

Pasan los años. Sigue la sangre y el desplazami­ento. El desgarre. El olvido. Parecen escritos ayer.

Los campesinos colombiano­s siguen transitand­o este camino del despojo. En este momento muchos deben estar recordando su ranchito al cual no pueden regresar, o pensando en el viento, cabeceando en las acacias.

¿Hasta cuándo?

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