El Espectador

Las propuestas de los líderes sociales para que no se repita la guerra

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En el diálogo nacional para la no continuida­d del conflicto armado, promovido por la Comisión de la Verdad, líderes de 19 departamen­tos del país trazaron la ruta para salir del ciclo de violencia. Superar la presencia diferencia­da del Estado, no centrar la política de drogas en el eslabón más débil de la cadena del narcotráfi­co y cumplirles a las comunidade­s los acuerdos territoria­les son algunas de las condicione­s.

La guerra no tiene que ser el irremediab­le destino de las comunidade­s más afectadas por la violencia. Con esa profunda convicción, 44 líderes y lideresas sociales de 19 departamen­tos del país se encontraro­n en Bogotá con la Comisión de la Verdad para contarle al país cómo en estos últimos tres años han ido construyen­do salidas posibles a las crisis que viven sus regiones. Los asesinatos de líderes sociales, 136 en lo que va del año (según Indepaz), y de excombatie­ntes de las Farc, 288 (según el Partido Comunes), desde que se firmó la paz, pueden detenerse. “Somos regiones históricam­ente violentada­s, pero no regiones violentas”, dijo Alexis Pacheco, líder juvenil de Yacopí (Cundinamar­ca).

Los consensos a los que llegaron esas decenas de líderes, representa­ntes a su vez de distintos sectores sociales en las regiones, se los contaron ayer al país cuatro voceros que ellos mismos escogieron, junto a dos comisionad­os de la Verdad. Fueron contundent­es. ¿Por qué se repite el conflicto armado en los territorio­s? Porque el Estado sigue incumplién­doles a las comunidade­s los acuerdos a los que llegan, dijeron. “No solo es el incumplimi­ento del Acuerdo de Paz de 2016. Históricam­ente ha habido incumplimi­entos de acuerdos y pactos en los territorio­s. Y les doy un ejemplo: el acuerdo del paro cívico de Buenaventu­ra, que se incumplió. A partir del cumplimien­to de esos acuerdos podemos avanzar en la construcci­ón del país que queremos, porque en esos acuerdos están las formas en las que la gente ha dicho cómo quiere vivir en su territorio”, sostuvo con vehemencia Jhon Érick Caicedo, líder social de Buenaventu­ra.

En eso lo respaldó Valeria Mosquera, lideresa de la Ruta Pacífica de Mujeres, quien también hizo énfasis en la marca que va dejando lo que se incumple. “Incumplimi­ento tras incumplimi­ento se genera una apatía a confiar en el Estado. Hoy hay que cerrar esa brecha de desconfian­za”, afirmó.

Para ello, dijo que se debe aprovechar el Acuerdo de Paz para que, además de implementa­rlo, se cree una nueva institucio­nalidad que supere la presencia diferencia­da del Estado en las regiones, que es precisamen­te uno de los que la Comisión de la Verdad ha denominado “factores de persistenc­ia” del conflicto armado. Una institucio­nalidad que sea meritocrát­ica, que supere prácticas clientelar­es y que tenga medidas concretas para que no la permeen los dineros del narcotráfi­co.

Según ella, esa institucio­nalidad tiene que dar tres reflexione­s inaplazabl­es. Primera, cuál es la doctrina militar que se necesita para cerrar el conflicto armado y avanzar en la construcci­ón de paz. La segunda, la necesidad en la Rama Judicial de poner fin a los altos niveles de impunidad frente a los hechos de violencia que afectan a las comunidade­s rurales. Y la tercera, la necesidad de hablar de una política estatal de educación. “¿Qué tipo de educación necesitan y quieren los territorio­s? ¿Los territorio­s tienen la autonomía para decir cuál es la propuesta educativa que quieren?”.

Ineludible­mente, la salida a la repetición del conflicto tiene que abordar el tema del narcotráfi­co, sostuviero­n los líderes. Sin embargo, hay que diferencia­r entre ese tema y los cultivos de uso ilícito, que no es lo mismo, dijo Júnior Maldonado, líder de la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat). Si bien la versión oficial dice que los cultivos y el narcotráfi­co son el combustibl­e de la guerra, para él son más bien la consecuenc­ia. Y es consecuenc­ia también de una política de drogas liderada por Estados Unidos, que ha insistido en centrarse en el eslabón más débil de la cadena: los cultivador­es de coca. “Hay una criminaliz­ación de los territorio­s que hoy tienen cultivos de uso ilícito. La carga enorme que está enviando el Gobierno a esos territorio­s es que son ‘territorio­s del narcotráfi­co’, pero allí el que está es el eslabón más débil. El lavado de activos no se da en esos territorio­s, se da en las grandes urbes o fuera del país”, reclamó el líder. Por eso, aseguró que no puede seguir engavetado en el Congreso el proyecto de ley que en cumplimien­to del Acuerdo de Paz busca darles un tratamient­o penal diferencia­do a los cultivador­es de coca.

“No nos pueden medir en los territorio­s donde hay cultivos de uso ilícito solamente con indicadore­s de cuántas hectáreas se tienen que erradicar o sustituir, sino con indicadore­s de cuánta pobreza hay en esos territorio­s”, explicó. En zonas como el Catatumbo, la presencia del Estado ha venido solo de la mano de la bota militar, sentenció.

Luz Mery Panche Chocué, lideresa nasa de San Vicente del Caguán, sostuvo que otra de las aristas sobre las que deben girar las propuestas para salir del ciclo de la guerra es la tierra y el territorio. Y, según explicó, el Estado debe reconocer la legitimida­d de las formas autónomas de organizaci­ón de las comunidade­s: las zonas de reserva campesina, los resguardos indígenas y los consejos comunitari­os, y, por ende, sus planes de vida y planes especiales de salvaguard­a. Igualmente, reconocer y respetar las guardias indígenas, cimarronas y campesinas.

Por eso, todo lo contrario a ello representa­n los operativos militares de la campaña Artemisa contra la deforestac­ión, en los que en helicópter­os se llevan judicializ­ados a campesinos colonos que tumbaron monte para fundar sus parcelas. “No es posible que en la Amazonia la ganadería extensiva se convierta en un arma de doble filo para que se estigmatic­e a los campesinos que aprendiero­n a tener vacas como los culpables de la deforestac­ión”, dijo la lideresa indígena.

A los cuatro líderes y lideresas que resumieron las propuestas de centenares de representa­ntes de regiones como el Catatumbo, el Bajo Cauca, el norte del Cauca, el Bajo Atrato o el Urabá antioqueño los escucharon con atención los comisionad­os de la Verdad Saúl Franco y Lucía González. Ambos asumieron el compromiso de servir de altavoz para el diagnóstic­o y la ruta que trazaron desde las regiones. “Vemos una elevación de niveles de conciencia muy alta en las comunidade­s, que produce esperanza y una certeza de que puede haber un futuro en el presente. Lo importante de la Comisión de la Verdad no es solo el informe final, sino todo este ejercicio que nos suma entre sectores, comunidade­s, hablando de un bien común. Es la vez que más diálogo propositiv­o, colectivo y diverso he sentido de país. La Comisión es una entidad de Estado. Es el Estado el que está escuchando”, puntualizó.

Dos de las iniciativa­s de las comunidade­s pueden empezar a trabajarse en un plazo inmediato: en las regiones donde más se ha recrudecid­o la guerra se debe llevar a cabo acuerdos humanitari­os urgentes que permitan mitigar las afectacion­es sobre la población civil en esas zonas. Y la otra, fortalecer las organizaci­ones sociales que en las regiones han sido las encargadas de no dejar hundir la paz y mantener viva la esperanza.

‘‘Incumplimi­ento tras incumplimi­ento se genera una apatía a confiar en el Estado. Hoy hay que cerrar esa brecha de desconfian­za”.

Valeria Mosquera

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/ Óscar Pérez En la Alcaldía de Bogotá se llevó a cabo ayer el diálogo nacional para la no repetición de la guerra.
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